El compositor y músico Raúl Carnota cumpliría hoy 77 años. En esta nota un homenaje a su inolvidable y revolucionaria huella en la música popular argentina.
Entre nacimientos y despedidas la vida se nos escurre pero aún así encuentra mojones que le añaden sentidos. En estos tiempos de aniversarios en torno a Raúl Carnota queremos tenerlo un poco más a mano en obra y palabra para que nos alumbre algún camino. La muerte, brutal, abrupta, definitiva; a veces no puede imponer su plan y aunque deja su rastro de dolor afectivo y personal por el tamaño de la ausencia que siembra, se topa con gestos que se yerguen imbatibles: la memoria, el legado, el rastro de una tradición que se esparce.
Ese misterioso ejercicio reservado a personas que se tutean con cierto grado de trascendencia, les permite a esos seres sobrevivir al olvido, continuar latiendo y al devenir semilla expandirse como huella, como posibilidad. Hoy, a más de una década del fallecimiento de Raúl Carnota y en el día que cumpliría 77 años, hay una obra y una impronta que siguen abriendo caminos en, al menos, dos planos: por un lado un cancionero personal y bello y, por el otro, un modo de hacer y de ejercer la libertad creativa, de nunca cerrarse a lo dado, de combatir tanto el mandato del mercado como la comodidad de lo conocido y esperable.
Nacido en Buenos Aires, criado en Mar del Plata y alimentado por la chacarera que lo hechizó al desempeñarse como acompañante de Adolfo Ábalos a inicios de los 70, Raúl fue construyendo su propio sonido en un siempre desafiante filo entre el apego a las raíces folclóricas y la imaginación puesta al servicio de expandir ese origen, de concebir la matriz como potencial afluente de aquello por venir.
Por si sus canciones y performances no fueran suficiente testimonio, el artista supo poner en palabras las motivaciones que lo regían a la hora de crear. Así, en 1997 recordó: «Mientras grababa para una compañía grande, algún productor me aconsejó que deje una toma desafinada porque ‘así suena más criollito’ y otro me confiaba su apoyo diciéndome que le gustaba mi música porque yo tocaba jazz».
En otras entrevistas de años sucesivos, complementó esa idea: «Como las compañías discográficas se mueven a partir de las reglas del marketing, a la gente le dan tetrabrik en lugar de ofrecerle un vinito un poco mejor» y luego agregó: “Yo no confronto. Muestro lo que hago y como mi objetivo es la música, lo único que cuido es no perder ni mi estética ni la alegría de tocar».
Los discos
Casi entrando en la década siguiente y a partir de un terceto (formato que signó gran parte de sus proyectos grupales) que lo unió con el percusionista Rodolfo Sánchez (asiduo compañero de músicas) y con el pianista Eduardo Spinassi, además de la voz de su esposa de entonces, la cordobesa Suna Rocha, registró Suna Rocha/Raúl Carnota (1983) en cuyo repertorio se contaron Grito santiagueño y Salamanqueando pa’ mí, dos gemas propias que Mercedes Sosa –que cuentan los escuchó una noche en un boliche del barrio de San Telmo- decidió incorporar para su disco Como un pájaro libre de ese mismo año.
El impulso dado por ese espaldarazo generó dos álbumes inmediatos también apoyado por Sánchez-Spinassi: Memoria adentro (1984) con la milonga que dio título al disco y otras piezas como la propia Como flor del campo y versiones de Zamba de Juan Panadero, Debajo de la morera y Creciente de nueve lunas, entre más; mientras que Esencia de mi pueblo (1985), que debe su nombre a un gato con su firma, e incluyó colaboraciones con Teresa Parodi (Mba’ e’ pa’ Doña Froileana), Jorge Marziali (La Sixto-violín) y Osvaldo César Guglielmino (Dioses de la libertad y Eran las tres de la tarde) en su nómina.
Tras un breve impasse, dos temporadas después dio el que por entonces podría significar un sorpresivo giro al vestir con ropas electrónicas el repertorio de Entre la ciudad y el campo, otra muestra de audacia estética y caligrafía certera plasmada en temas como los suyos Pecado de juventud, Palomita, a volar, La casi trunca y Cristina en vísperas y colaboraciones que lo unieron con Teresa Parodi (Ña Polí o la pureza de la gente como usted), Jorge Boccanera (La cantora del vino) e Ica Novo (La doble y la yapa) que, sin embargo, lo sacó de estudios y bateas por siete largos años.
En 1994 y al frente de un cuarteto para el que volvió a contar con las percusiones de Sánchez y añadió el piano de Lilian Saba y los vientos de Marcelo Chiodi, alumbró Contrafuego donde estrenó creaciones como la que denomina la placa, Mano única y El otro camino, además de instaurar una notable visita al clásico de los Hermanos Ábalos, Gatito de Tchaicowsky.
Pero ese regreso a tocar con banda no implicó quedarse quieto en el ámbito del folclore y sus festivales: «En los festivales folclóricos lo único que funciona es el ‘aplausómetro’, que lleva a tener que hacer temas muy conocidos e interpretados a los gritos para que la gente se enganche y te vuelvan a contratar al año siguiente», me dijo sin eufemismos durante un reportaje de aquel tiempo.
Sobre esa idea volvió en 2011 y afirmó: «Cada vez que voy a Cosquín, las pocas veces que me invitan, me maravilla como la gente quiere que uno, desde arriba del escenario, le ordene lo que tiene que hacer. Pero yo no soy de esa escuela, soy más de la escuela ‘hacé lo que te parezca. Si querés tirá la silla para arriba o ponete a llorar en el suelo’ y eso es lo que yo sé hacer, aunque en ciertos ambientes no logre causar un impacto profundo».
A falta de ese circuito nativo y local, empezó a viajar a Europa y con nuevo trío (al que a la percusión de Sánchez sumó el bajo de Willy González), grabó Reciclón (1998) en vivo para plasmar una toma de posición en torno a la chacarera y sus formas con La asimétrica («Yo me suelo aburrir/tocando siempre igual/y me largo a inventar/chacareras con piques de más/…/No me hagan explicar/el ritmo, no señor/yo sólo sé tocar/lo que me sale del corazón/…/Sincopada es mejor/que cuadrada y sin sal…/») y combinó reconocido cancionero propio con algunas novedades.
Casi sin respiro y encabezando otro trío, esta vez con dos Juanchos (Perone en percusión y Farías Gómez en bajo), grabó gemas con su firma El tímido, Amor de cometa y Como la luz de un talismán de alto vuelo para Fin de Siglo (1999) que tuvo una festiva presentación en la inmensa sala A-B del Teatro San Martín «La idea de juntar guitarra, percusión y bajo no es original porque es sacada del ‘power-trío’, pero está muy laburada porque el bajo no hace ‘pum-pum’ sino que toca desarrollos armónicos y rítmicos y también trabaja sobre líneas melódicas», explicó con didáctica paciencia ante mi curiosa sorpresa.
Con más de 15 años de experiencia solista sobre el lomo y un creciente reconocimiento, hacia 2000 decidió explorar de manera íntima su repertorio en Sólo los martes a partir de obra propia y diversas versiones como la reunión en una sola pieza las zambas de Anta y de Lozano (ambas creadas por la dupla Gustavo Leguizamón y Manuel Castilla) entre otras travesuras.
En 2005 profundizó esa tendencia con Espejos, dos volúmenes con las mismas diez canciones que en un caso abordó solo y en el otro sumó a prestigiosos invitados con los que modificó el abordaje rítmico y melódico de cada tema haciendo, por caso, que un gato se convirtiera en milongón, un chamamé en son y una vidala en joropo. Dentro de ese cancionero y sus dos desafiantes posibilidades destacaron Por seguir (con letra de Carlos Marrodan), Luna de Guitian (a partir de un texto de Néstor Soria) y la Chacarera del pensador.
Pero una vez más y pese al tamaño de la apuesta, declinó quedarse en esa comodidad y hacia noviembre de 2006 en la sala porteña La Trastienda encaró una “Retrospectiva” de su andar con dos formaciones de trío y otro par de cuartetos que lo llevó a reunirse con Sánchez, Saba, González, Chiodi y, por primera vez, Popi Spatocco.
Si esas formaciones con percusión, piano, vientos, bajo y/o teclado no hubieran bastado como territorio de experimentación, decidió conformar otro terceto en el que a la guitarra en sus manos y la percusión de Sánchez añadió la armónica del joven rosarino Franco Luciani y así alumbró el Proyecto SanLuCa que tuvo un intenso trajinar por escenarios de buena parte del país y sobre esa combustión que supo agitar en directo grabó su único y notable trabajo.
SanLuCa incluyó tangos y en la versión de Ña Polí o la pureza de la gente como usted sumó una sorprendente introducción de Cada vez que respiras, tema emblema de The Police, que motivó a que Raúl ironizara que el tema «ahora pasó a ser `Ña Police` y espero que Teresa no se enoje».
La enfermedad y el fallecimiento de Sánchez y sus propias dolencias menguaron el andar del conjunto, pero eso no detuvo su marcha y lanzó el solitario cd y dvd Runa, donde registró, entre otras piezas, Artesano del silencio, Eran las tres de la tarde, La asimétrica, Desandando, La rosa perenne, El salar, Como la luz de un talismán, La llave y Camino hacia Quimilí. Ese trabajo coronó un hacer consecuente como autor, intérprete, arreglador y recreador desde el que parió una vasta obra original e inspiradora cuyo legado sigue alumbrando y en expansión.
Por ello, sus composiciones, arreglos y hallazgos funcionan como suerte de manantial donde colegas, estudiantes y estudiosos del folclore siguen hallando frescura, imaginación y horizontes para una música argentina capaz de ser desbordada de posibilidades. «Voy haciendo cosas y me voy aburriendo de mí mismo, así que voy teniendo necesidad de hacer otras. Nunca pienso en cómo me irá porque, si no, no hubiera hecho todo lo que hice, pero entiendo que nada es gratis y, mucho menos, cuando querés ser vos», se definió un par de años antes de fallecer.