– ¡Hola Maite!
– Hola, Juan. Me estás escribiendo con signos de admiración, pum para arriba estás.
– Je, algo así, bombona, tranqui pero bien, ¿en qué andás?
– Yo, acá en Capilla todavía, pero estoy maso.
– Epa, ¿qué pasa?
– Temas de laburo, de plata, un poco de todo.
– ¿Y me extrañás o no entra en un poco de todo?
– Te extraño y sí entra en un poco de todo.
– Ajá, yo también, pero te quiero preguntar algo.
– Aguantá que justo entra gente al negocio!
El signo de admiración se le disparó en el tipeo apurado a Maite, no tuvo la misma intención que el saludo de inicio de la charla whatsappera. Juan cada vez extrañaba más el día a día con ella, el organizar qué shows iban a ver el finde, los almuerzos de los domingos al mediodía, el dormir en cucharita cuando hacía frío. Hasta las discusiones pavotas que siempre aparecían, esos rulos ensortijados, la mirada cómplice, el sexo mañanero cuando ella no tenía que ir a trabajar, los mates fríos y/o dulces que él odiaba, y esa carcajada que hacía Maite cuando se tentaba y se ponía roja como un tomate. Juan amaba verla reír.
– Ya estoy, Ju.
– Acá yo también.
– Perdón la demora, pero no se decidía más esta mujer.
– ¿Qué quería?
– Una agenda 2023, cuando casi que ya tendría que comprar la 2024, pero la quería espiralada, con tapa de diseño, que se vea la semana completa y encima la insoportable quería que esté grande el sábado y domingo.
– Bueno, yo también elijo que esté grande el sábado y domingo porque me gusta agendar shows, obras y cosas el finde para ir a cubrirlas.
– Bueno, pero ella no tiene un programa como el tuyo, ella de jodida nomás.
– Bueno, tranqui, ¿y se llevó algo?
– Sí, un cuadro.
– ¿Un cuadro?
– Eligió agenda media hora, me trató para el culo y después se terminó llevando un cuadro, que era hermoso y que salía veinte veces más que una agenda, pero se fue con cara de tujes porque no consiguió agenda.
– Pero Maite, ponete contenta, clavaste una venta buenísima, los cuadros que tienen ahí son medio exclusivos, no es una sala de arte y no es lo que más venden, es un golazo.
– Ya sé.
– ¿Y?
– Por eso te digo, estoy maso.
– Bueno, por si te sirve, yo te quiero.
– Claro que me sirve, yo también. Bueno, decime.
– ¿Qué cosa?
– Antes que venga la pesada de la agenda me dijiste que me querías preguntar algo.
– Ah, sí, qué bolu. ¿Tenés ganas de que nos veamos?
– ¿Vos decís para hacer una video llamada?
– No, Maite, face to face.
– Y oooooooooobvioooo, qué pregunta, ¿y cómo?
– O voy yo o venís vos.
– Juan, sabés que estoy a full en vacaciones de invierno acá.
– Bueno, entonces viajo yo, ¿te va?
– Me jodés, ¿en serio me decís?
– Sí.
– Uy, pará que entra de nuevo la pesada con el cuadro en la mano, me la vuela. Iuuupiiiiii
Ese «Iuuupiiiiii» era una señal que el «estoy maso» se comenzaba a diluir, como que se esfumó en la cabeza de Maite. Juan decidió viajar a Capilla del Monte, otra vez, sintió que había quedado algo inconcluso del viaje anterior. Prendió la tele y al rato la apagó, encendió la radio y escuchó cuatro malas palabras de un posmoderno de la nueva era en una FM y también la apagó. Fue al equipo de audio y eligió un tema, Jaime Roos, Amándote.