Juan llegó antes de las 9 en punto. La ansiedad le estaba comiendo los sesos. Encima el bar estaba repleto, quedaba solo una mesa de cuatro y Juan se sentó ahí con cara de «sácame y te surto». Julita, la moza del bar Ristretto, se acercó con la amabilidad de siempre, pero él estaba tan cruzado que su pregunta lo incomodó.
– Hola, buenas noches, ¿está solo?
– Y sí, me estás viendo.
– No, bueno, digo, ¿usted espera a más gente?
– No, Julita, ¿cómo va? En realidad espero a Maite, a mi novia, siempre y cuando no me deje de seña, qué se yo.
– Está bien, yo le pregunto porque el bar está lleno, se está por desocupar la mesa 7 que es de dos y si usted viene solo y ocupa esta mesa de cuatro no se van a poder sentar los que me reservaron la mesa 2, que es la suya, a las 9 y cuarto. Perdón que se la hice larga, pero usted es cliente y por eso le explico todo esto. Mire, justo justo se fueron los de la mesa 7, ¿se podría cambiar de mesa por favor?
Juan la miraba y no la escuchaba. Solo pensaba que la mesa 7 daba contra la pared y a él siempre le gustaba sentarse del lado de la ventana. Pero al mismo tiempo pensó «lo que sucede, conviene», y quizá le vendría bien cambiarse de mesa contra la ventana, porque si venía Maite y lo rajaba, él se iba a poner mal, capaz que se le piantaba algún lagrimón, y no daba andar llorando a moco tendido frente al ventanal gigante de Paraguay y San Lorenzo, para que todo el que pase piense «uff, qué mal la está pasando ese tipo», todo un garronazo.
En el momento que se cambia de mesa, entra Maite, a las 9 y 17, con cara de «se me hizo tarde», los rulos alborotados, la camisa floreada que tan linda le queda, los chupines negros, un pañuelo de seda azul en el cuello y la belleza de siempre.
– Hola Juancito, perdoname, amor.
– Bueh, todavía me decís amor, entonces me seguís queriendo.
– ¿Quién puso en duda eso?
– Y…..me decís que estás rara, me peleaste como loca por una salida, te invito a mi departamento y me decís que vengamos al bar, yo dije, listo, ya está.
– ¿Pero ya está qué? Dejá de perseguirte Juan, quédate tranca, te dije que estaba rara pero no era porque te dejé de querer ni nada de eso.
– ¿Y entonces qué te pasa?
– ¿Te acordás de Marcela, la cordobesa?
– ¿Qué tiene que ver Marcela la cordobesa? Claro que me acuerdo.
– Bueno, viste que ella tiene una librería en Capilla del Monte, re bien puesta allá, que la tenía con su pareja, Víctor, el psicólogo, y habían armado un negocio juntos, él atendía todo lo que era la parte de regalería, agendas, y todo tipo de chucherías, es más, ella fue la que me aconsejó que mi negocio se llame Chucherías por las cosas que vendía Víctor, pero ahora se separaron y ella quedó sola.
– La verdad que estoy totalmente en bolas, no entiendo nada, ¿te enamoraste de Marcela? ¿Qué onda?
– Pero, jajjajajajajajajajaj, no, bolu, pará, jajajajajaja.
– Ah, es joda esto, ¿por qué estás tan rara, de donde viene la rareza y todo eso?
– Pero pará maquinita loca, el tema es que se separaron, eso digo, y el tipo, Víctor, se lleva las chucherías a otra parte, por lo tanto ella no tiene quién atienda la parte de sus chucherías, que ya tenía un público allí.
– ¿Entonces?
– Bueno, eso es el tema, y es que ella me propone que yo lleve mi negocio allá.
– Ah, bien, vos le mandarías mercadería tuya de acá, está bueno, tendrías como una sucursal pero desde acá y venderías por internet, ¿algo así?
– No, no, Juan, no estás entendiendo, ella quiere que yo me mude allá, y es una oferta buenísima. El negocio está en su casa encima, yo no tendría que pagar alquiler, porque ella me aloja allá, al menos por un tiempo hasta que me acomode. Y de paso zafo de pagar el alquiler del local que la bruja de la dueña me lo subió un 75 por ciento. Así que..
– Ah, bien, pero vos ya lo tenés decidido, me estás comunicando que te vas de Rosario, no me estás consultando, ni estás dudando, ni me decís qué te parece, nada, lo tenés totalmente resuelto.
– Bueno, totalmente no.
– Dale, Maite, dejá de boludearme, dale.
– No te boludeo, pero por eso estoy tan rara, porque por un lado me encantaría irme a hacer otro proyecto, a otra ciudad, otro desafío, pero estoy rara, porque si me voy te voy a perder. Es re difícil hacer una relación a 500 kilómetros de distancia.
– 488, lo estoy viendo en el celu.
– Bueno, son cinco horas, es mucho, a menos que, no sé, que hagamos otro plan.
– ¿Otro plan?
– Y sí, que te vengas conmigo y te la jugás y me la juego, y vivimos juntos.
– ¿En Capilla del Monte?
– Y sí, bueno, salió esto, lo que sucede conviene, por algo será, una señal.
– Una señal de los platos voladores de Capilla, dale Maite, media pila.
– Bueno, Juan, qué se yo, sé que es de un momento para otro, pero salió así. Yo estoy re entusiasmada, sabés que siempre me gustó ese lugar, iba de vacaciones con mis viejos, conozco de memoria la calle techada del centro, y sé que nos puede ir bien con Marcela.
– Pero pará, ¿y si Víctor vuelve y trae sus chucherías otra vez y se instala en la casa? Te quedás sin laburo, sin lugar para vivir y a 500 kilómetros de distancia.
– 488.
– Bueno, dale, 488, ¿qué harías ahí?
– Medio raro que se dé todo eso. El la recagó a ella, mal mal, y no creo que vuelva con Marcela para nada.
– Nunca se sabe eso Maite, las parejas van y vienen.
– Víctor es gay, Juan, la engañó durante dos años, hizo una vida paralela, era mentira que se iba tres veces por semana a Río Cuarto a dar clases de Psicología, todo verso. Es más, el negocio de las chucherías era toda una inversión de Horacio, el novio de Víctor, o sea, Marcela está noqueada, jamás se esperaba eso de él, pero ya fue, es otra historia.
– Ah, mamadera, cuánta información toda junta.
– Sí, mucha, pero bueno, por eso estoy tan rara, para mí también es mucha data de golpe. Yo te propongo que nos terminemos de tomar este cafecito, nos serenamos, lo pensamos y vamos viendo. No es que yo me tengo que ir ya ya de una, o vos me tenés que decir ya ya que te venís conmigo o que te vas a vivir conmigo. Todo ya ya no, son cosas que se piensan bien, obviusly.
– Dale, obviusly, en principio ni en pedo me iría a Capilla del Monte, pero vivir con vos es un buen plan, algún día, no sé, tampoco hay que decidir todo ya ya, obviusly.
Maite escupió el café frío de una carcajada y llamó a Julita para pedirle una servilleta y otro café. Juan le miró los rulos alborotados. Jamás habría pensado en ir a vivir con Maite si ella no le hubiese propuesto la loca idea de irse a Capilla. En un segundo se imaginó comiéndole la boca a Maite debajo de la calle techada del centro. Y al rato se le cayó todo de solo pensar que tenía que dejar su vida, su depto, su programa de radio, el Panza, su ciudad, su Central, todo.
– ¿Qué pensás Juan?
– Nada, me río.
– ¿Por?
– Pasé de pensar que me dejabas a pensar en vivir con vos en el tiempo que dura un café.
– ¿Te imaginás tomando un vinito después de garchar mirando la montaña?
Juan la miró y ahora fue él quien escupió el café frío de una carcajada. Después la miró de nuevo, no le dijo nada, ni una palabra. Pero los ojos no mienten. Ni los suyos ni los de Maite. Hay amores que ninguna distancia los puede separar. Aunque sean 500 kilómetros. O 488.