No pasa muy seguido, casi nunca. Al menos a Juan Foco no le pasa seguido. Eso de levantarse una mañana y decir: «Che, qué bien que estoy hoy». Esa mañana de abril, casi terminando el mes, Juan sintió un cocktail explosivo de alegrías varias, que no sabía bien por dónde venían, pero que todas juntas les generaban una suerte de bienestar impensado al menos unos meses antes. Habían pasado los diez años del programa con aroma a celebración, Maite se la jugó con esa selección de discos inolvidables, el Panza estaba más “amigohermano” que nunca, parecía que eran como gemelos, pero de madres distintas; en la radio las cosas no marchaban de maravillas, o sea, el sueldo no era taaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaan interesante, pero ayudaba como para no remar todos los meses en dulce de leche; después, claro, están los achaques de siempre, pero eso es cosa de la edad, los veinte años quedaron lejos y a nadie ya le interesa saber qué tan lejos están. Lo cierto es que Juan estaba con buenas sensaciones.
«¿Será el 2022?». No sabía bien por qué pero el 22 le sonaba cariñoso, y sobre todo empático. El número 22 tiene un alto componente espiritual, por un lado confluye lo intuitivo con lo emocional desde un alto grado de idealismo, y por el lado del tarot tiene que ver con El Loco, o sea la locura, el desequilibrio. ¿Con qué 22 se queda Juan? Ni idea. Lo único que sabe es que ese día de casi mayo le pintó un “todo bien” muy llamativo. «Soy todo lo que está bien», se dijo, y se largó a reír. Porque esa frase se convirtió en un latiguillo de moda para describir a la gente copada. Por ejemplo, Charly García es todo lo que está bien y de repente, por dar un ejemplo bien gráfico, Mauricio Macri sería todo lo que está mal, aunque en ambos casos haya gente que piense exactamente lo contrario, siempre uno/a está abierto/a a cualquier juicio de valor, porque la libertad es libre, decía Juan. Y divagaba mientras apuraba un mate amargo en esa mañana soleada, con el último resquicio de yerba Andresito que le quedaba en el paquete, y mientras la radio seguía contando la cantidad de robos y asesinatos narcos que engrosaban las estadísticas anuales en Rosario, como si estuviésemos hablando de números de un algoritmo y no de personas de carne y hueso. Fatalidad. Y pese a eso, pese a toda esa energía negativa que vomitaba la AM de ese lunes de otoño, Juan iba al frente y estaba con las endorfinas a full. Era el momento de escuchar algún disquito bien arriba, de Kiss o de Megadeth y por qué no de Metallica. Pero claro, el teléfono celular a veces se convierte en un aliado y otras veces, más de las imaginadas, se transforma en un enemigo de tu bienestar, en la máquina de impedir tus buenos momentos.
– Hola Juan, ¿cómo va?
– Maite, bonita, qué raro que llamás a la mañana.
– Es que te quería contar algo…
– Ah, bien, pero estás media cortada, es algo malo…
– No, no, nada grave, pero…
– Dejate de puntos suspensivos Maite, contame.
– ¿Te acordás cuando te conté de Willy?
– ¿Guillermo decís?
– Sí, Guille, Willy, el que vivía en Barcelona.
– Tu ex novio decís…
– Sí, bueno, fue hace diez años, pero…
– Diez años tiene mi programa y está vivito y coleando, no sé qué me querés decir Maite, pero decilo rápido porque me estoy empezando a poner nervioso.
– Nada, que justo hoy llegó de Barcelona, vino destruido porque se separó de su mujer, parece que no ve a sus hijos hace tiempo y me llamó para salir a comer esta noche.
– ¿Esta noche? Justo que yo te había invitado a comer la bondiolita de cerdo al horno que tanto te gusta.
– Si, ya sé Juan, pero bueno, no le puedo decir que no, él no tiene gente tan cercana acá y necesita hablar y descargar.
– Te pediría que no seas tan cercana vos y menos que te utilice para descargar, digamos..
– Bueno, bueno, che, es Willy, no lo veo hace años, tampoco es que voy a salir de joda, vamos a cenar nada más. ¿O es que te estarías poniendo celoso?
– ¿Celoso yo? ¡Pero por favor! Bueno, no pasa nada, mandale un saludo a Walter.
– Willy, Juan, es Willy, Guillermo.
– Bueno, Walter, Willy o como se llame, decile que si quiere en otra oportunidad vamos los tres a cenar, hoy no da, claro, pero que está todo bien, dale.
– ¿En serio no te jode?
– Bueno, taaaaaaaaaaaaaaaanto como que no me jode no, pero digamos que entiendo la situación Maite, ya está, andá a comer esta noche y llamame mañana, o mejor hoy mensajeame cuando llegues a dormir a tu casa, ¿querés?
– ¿Por qué? ¿Dudás que llegue a dormir a mi casa, machirulo?
– Ah, pero sos picante, eh.
– No, te estoy jodiendo, te mando un besote y una foto desde El León, que vamos a comer ahí hoy, dale, beso grande.
– Ah, reservaste antes que te dijera que sí.
– Y, no me lo ibas a prohibir, ves cómo te sale el machirulo, ay ay ay, bueno, ya está, te quiero, me voy a abrir el negocio. Buen programa esta noche.
– No puedo decirte lo mismo, pero bueh. Beso grande, bonita.
«Buen programa esta noche», dijo Juan mordiéndose los labios y mientras pensaba con qué iba a abrir El foco de Foco se iba dando cuenta que en un ratito, en un simple llamadito, la buena vibra se le había ido al carajo en menos de un minuto. El fantasma de Willy, empilchado en las mejores tiendas españolas, apagaba el sol que había calentado la que era una buena mañana de otoño. La lógica numérica del 22, que oscilaba desde el idealismo a la locura se había esfumado. El mate esperaba en un rincón, pedía urgente un cambio de yerba. Agarró otra calabaza, puso yerba nueva, el agua todavía estaba caliente. «Qué rico mate, che, después de todo, todavía no pasó nada malo», dijo. Arqueó las cejas, se cebó otro mate más rico que el anterior, lo disfrutó. «Tu amor, con eso voy a arrancar esta noche», dijo en voz alta. La idea del tema de Charly y Aznar le dio alivio, miró el celular que había arrojado sobre el sillón y ahí tuvo una certeza. Y era que no había ningún fantasma con el poder suficiente como para arrebatarle la sonrisa de esa mañana.