Domingo, 9 de la mañana, es marzo y en la calle no hay ni un alma. Juan odia los domingos. No le va la salida familiar, porque ya sus viejos no están en este mundo y tampoco tiene hijes como para compartir una raviolada o un asado, o una hamburguesa especial con unas buenas fritas, lo que sea. Nada. Se sacó la única lagaña que tenía en el ojo izquierdo, parpadeó varias veces para comprobar si lo que estaba viendo era real y se dio cuenta que sí: dos palomas jugaban en el medio de calle 3 de febrero a la altura de Italia. Parecían las dueñas del asfalto. Una se movió con su ramita cuando tuvo que esquivar a un ciclista que se le ocurrió pasar por ahí, lo que provocó que la otra saliera volando por encima de un Peugeot 308 que durmió afuera, porque parece que Panchito se quedó a dormir en el departamento de la chica del 3º B. Pintó romance. Está bueno, la vida tiene estas cosas. Nada, bah. Juan tenía ganas de comer bizcochos esa mañana.
«Hola Juan, tempranito hoy por ser domingo», le dijo Natalia, la empleada de la panadería que siempre lo saludaba con toda la onda. Bonita ella, agradable, pero tenía un problema que se potenciaba, sobre todo cuando era domingo temprano y había poca gente en el negocio: hablaba mucho. «Hoy parece que va a salir el sol, aunque el pronóstico anunció lluvia por la tarde, pero bueno, hay que disfrutar el día, más cuando es domingo, porque es el día de descanso, ¿no? Je, ya sé, a usted no le gusta mucho los domingos, pero bueno, para la gente común es lindo, porque, ojo, no digo que usted no sea un tipo común, pero vio, siempre lo veo solo, a lo sumo con esta chica, ¿Maite era? Esa la de rulitos, una divina, bueno, sí, me pidió facturas con crema pastelera ese domingo a la mañana que se había quedado a dormir en su casa. Me parecía raro porque a usted no le gustan las que tienen crema. Bueno, ¿bizcochos como siempre le doy?, dos de grasa y dos con chicharrones, ni me lo digas porque ya lo conozco, ja. El Panza ese, qué personaje ¿no? Bueeeeno, sí, se nota que son muy amigos, porque las cosas que dicen al aire en la radio, jajaja, el otro día me reí mucho cuando le pegaron a Tinelli. Y bueno, al tipo no lo mira ni la madre, bah, no sé si tendrá madre o se habrá muerto, vio que la gente se muere también, aún los famosos, ¿vio cuántos famosos se murieron últimamente?». Juan la miró y durante todo su monólogo la odió. Sintió que era como una radio prendida que pasa todo el tiempo reggaetón, sin cortos publicitarios ni locutores al aire.
«Te dejo el vuelto Natalia, que tengas buen día», le dijo Juan, mientras se acomodaba el flequillo despeinado, iba saliendo del local y el airecito fresco de la mañana le hacía lamentar que haya salido a la calle sin su camperita Adidas decolorada. Las palomas ya se habían ido. Natalia seguía hablando con ella misma pese a que cada vez tenía más gente en la panadería. Juan la miraba como quien mira un Dalí. Toda la escena era una pintura surrealista. ¿Por qué habrá tanta gente que habla tanto para no decir nada? Juan recordó que había un latiguillo que decía siempre el personaje de María Valenzuela en un unitario de Pol-ka de los 90 que era “beneficiame con tu silencio”. Y Juan sintió eso, no se le ocurrió decírselo porque la iba a agredir. Pero, es para pensarlo: ¿ella no lo estaba agrediendo hablando sin parar a un tipo que estaba con cara de dormido y nunca atinó a conversar? Pero claro, si él le respondía «hoy no tengo ganas de hablar», Natalia lo iba a tildar de mala onda y seguramente le diría a la próxima clienta: «¿Vio lo mal que está Juan? Siii, recién me cortó el rostro porque no quería hablar, a lo mejor se peleó con Maite, la novia, o lo echaron de la radio, qué se yo, pero es raro ese muchacho, no es un tipo cualquiera, un tipo común, bah». Juan imaginó toda esa charla entre ella y la vecina, que pudo o no haber existido, pero daba igual. Es hablar para no decir nada.
«Si no tiene nada que decir, mejor cállese», le decía a Juan una profesora peinada con spray en la secundaria. Eran los tiempos en que la inocencia lo permitía todo. Pero claro, para qué mirar para atrás si todavía hay tantas veredas sin pisar. Juan volvió rumbo a su casa con la bolsa con bizcochos bien apretadita en su puño derecho y antes de entrarle al de chicharrón por la calle, cosa que siempre hacía cada vez que compraba facturas o pan, se puso a pensar que hablar de la gente que habla de nada era un buen tema para hablar en el programa del lunes. Y repitamos los verbos, total, es mejor repetir sobre una idea más o menos interesante que hablar prolijito para no decir exactamente nada. Tal cual. Emoji con diez deditos arriba. Ya eran casi las diez. Juan calentó el agua en su pava eléctrica y ahí sí le mandó un mordiscón al bizcocho, pero al de grasa. Prendió la compu y empezó a garabatear una idea. «Vamos a plantearle a la gente de qué habla cuando no tiene nada que hablar». A ver qué pinta. Ojo, a lo mejor sale un montón de nada. Ojalá sea, al menos, el tema de Memphis. “Sin vos no puedo ver/más que un montón de nada/ y nada que son ruinas que me aplastan”, cantaba Otero, que sí, también se murió diría Natalia, porque los famosos también se mueren. ¿Sabés por qué? Por eso, por nada.