¿Qué será de aquellos trenes que llevaron a Gardel de gira por pueblos de la provincia de Buenos Aires y La Pampa? Junto a Razzano y dos músicos más, el Zorzal criollo tuvo que escapar por la ventana del hotel de Zárate, donde se hospedaba ya que no tenía dinero para pagar. Todavía eran tiempos en que Carlitos cantaba en carnavales, circos y pequeños teatros. Aunque Gardel no siempre huía de los pueblos en los que actuaba, de hecho aseguran que «el Mudo» solía practicar una ceremonia de despedida: cantaba en las estaciones de trenes, mientras esperaba que llegara la formación del Ferrocarril del Sud que lo regresaba a casa. Parece que el pueblo entero se agolpaba en los andenes y agitando pañuelos blancos lo despedía.
Son muchas las leyendas que tiempo posteriores a la muerte de Gardel se urdieron, que surgen por las averías de los trenes en los que viajaba. Los cincuenta habitantes de Etchegoyen recuerdan que cuando por allí aún pasaba el ferrocarril, un desperfecto obligó a que el Zorzal hiciera noche en la estancia Las Delicias donde al parecer cantó desde el balcón de su habitaciòn para el personal doméstico. Del mismo modo, por un percance del tren en Brandsen, Gardel descendió en dicha ciudad bonaerense y caminó por calle Ituzaingó para tomar un café en la Confitería Mir, donde a pedido del público improvisó un recital. Una placa conmemorativa revive aquel momento histórico: “Recordamos con emoción, el 85 aniversario de su histórica actuación en 1919 en esta legendaria esquina del querido pueblo de Brandsen”.
No faltan las historias de romances, hijos, lupanares, guitarras regaladas y carrera de caballos en diversos pueblos bonaerenses y pampeanos que lo tienen como protagonista a Gardel, siempre como un pasajero varado por el desperfecto del tren: “Muy poca gente lo vio y supo que en ese mediodía y hasta alrededor de las 17 horas estuvo en el Hotel Telén, de General Pico, almorzando y guitarreando, aquel Gardel que años después sería famoso por sus discos, sus películas”.
Otra historia de trenes involucra a Gardel y al príncipe de Gales que luego de dormirse en la gala de honor que la aristocracia porteña había preparado para su visita en el Teatro Colón, subió al ferrocarril que lo llevaba a 25 de Mayo, a la estancia de los Unzué, que tenía un ramal propio. Entre regalos exóticos y personajes variopintos, Gardel y Razzano actuaron para el inglés vestidos de gauchos. Dicen que al día siguiente el príncipe quiso saludar al Zorzal, pero éste no accedió, quería seguir «apolillando».
El ferrocarril que fue cómplice de los comienzos de la carrera de Gardel, también fue el que trasladó sus restos desde Medellín, donde murió, hacia Bogotá en el tren de Cauca. Dicen que esa formación fue acompañada por una procesión de hombres y mujeres que con lágrimas blancas, negras y mestizas lloraron cantando a Gardel. Esa peregrinación fue madre de otras en las que el tren no fue protagonista: procesiones en mula, camiones, aviones y barcos acompañaron los restos de Carlitos hasta su despedida en el Luna Park, donde por primera vez se vio llorar públicamente a los varones de Buenos Aires. Que la estación de subte del Abasto lleve el nombre de Carlos Gardel, no sólo hace justicia con el morocho que vivió en ese barrio, sino que también genera una metáfora perfecta: el subte es el tren que ronronea por los bajo fondos de Buenos Aires, acaso, ¿qué otra cosa fue, es y será el morocho del Abasto, más que el cantor de las profundidades de esta ciudad que no lo vio nacer, ni morir, pero que lo hizo inmortal?