Hay tantas maneras de definir al tren y sin embargo el diccionario la reduce a una: “Vehículo constituido por varios vagones arrastrados por una locomotora, que circula sobre raíles y se utiliza para el transporte de personas o de mercancías”. Encerrar al tren en una definición es como querer detener al río con una mano. ¿Acaso no hay hombres, mujeres, pibes y pibas, ciudades, pueblos, parajes, historias, campanas que guardan las voces de nuestros mayores, gorriones oxidados, tanques de agua, virgencitas de estaciones, galpones de chapa de los días corrugados, molinos rotos, mapas dormidos, buzones que renunciaron al color, las palabras “estafeta”, “trocha”, “durmiente”, el que manguea un pucho, el yuyo entre las vías, los fantasmas de las doñas Maclovia que vendían empanadas en lugares que hoy son desiertos, fábricas muertas, los gorros de los antiguos guardas, los lentos relojes de andén, las estampitas de San Cayetano de la familia ferrocarrilera, el anochecer en los vagones de carga, los bancos en que esperan diferentes viajeros, que son siempre los mismos; silencios que traquetean, valijas descarriladas, los zapatos viejos de los jefes de estación, el mate que mejora al sabor de lo que se calla, perros que duermen al sol, linyeras que le cantan nanas a la luna debajo de los puentes, acordeones con asma, tangos atragantados en las miradas, los trajes de domingo de provincia, los casettes de Landriscina, las horas del truco, todo lo que los señalistas han aprendido del viento, los muros que son el eco de los vivos y las tragedias de la gente, los furgones que cargan los inventarios del mundo, hangares como templos de chatarra, lágrimas como dos vías y la memoria del pueblo ferroviario que no olvida el genocidio cultural y social que ha padecido? ¿Quién podría decir que todo lo enumerado no entra en la categoría “tren”? ¿Acaso los trenes no comienzan y terminan en la gente? Para la Argentina el ferrocarril es un antes y un después no solo en su historia, sino en el alma de su pueblo.
¿Qué hubiera sido de nuestra cultura popular sin el tren? El tren hizo al padre de Atahualpa Yupanqui “un ferroviario pobre con libros”. Cuando le preguntaban la edad a don Ata, él confesaba: «Soy dos años menor que el ferrocarril del sur». Para Yupanqui, como para muchos paisanos, el tren era una medida del tiempo. El día y la semana se dividían antes y después de la llegada del ferrocarril. Los habitantes elegían sus mejores ropas para darle la bienvenida al pueblo. Era una fiesta popular, una acontecimiento social. Gracias al ferrocarril Atahualpa conoció Tucumán, en unas vacaciones en que su padre, telegrafista, llevaba a la familia en el tren aprovechando que no tenía que pagar pasaje. La reunión de Yupanqui con Tucumán es un hito para la cultura popular argentina y se lo debemos al tren. Don Ata solía decir que el río enseñaba música, seguramente algo habrá aprendido también de las melodías que enseñan los ferrocarriles, aquella como la de los ejes de la carretas acompañaron al paisano en su soledad: “No necesito silencio/ Yo no tengo en qué pensar/Tenía, pero hace tiempo/Ahora ya no pienso mas/Los ejes de mi carreta/Nunca los voy a engrasar”.
Nadie podría dudar de que la niña María Elena Walsh mamó algo del cancionero del ferrocarril, ella que también tuvo un padre ferroviario y anduvo jugando entre las canciones de los trenes: “Y había una vez un pueblo grande como dos sábanas cosidas al medio por las vías del ferrocarril”. Del mismo modo que el poeta salteño Manuel J. Castilla, también hijo de un ferroviario, supo hablar de los andenes al ocaso y crear una elegía ferrocarrilera: “Oh, padre, adiós perdido entre los trenes, / nadie despide a nadie en los andenes / donde no sé por qué yo siempre espero. // Nadie despide a nadie hasta que un día, / en un remoto tren de Alemanía / adolescente, con ustedes, muero”. Jorge Bergoglio, conocido en el mundo como el Papa Francisco, es hijo de Mario Bergoglio, un ferroviario trabajador de Ferrocarriles Argentinos. De allí su vocación de andar, pues el tren es una escuela de caminantes. El Papa también soñó con el regreso del tren a los lugares en los que ha desaparecido: “Con cada ferrocarril que se recupere será una comunidad más que vuelva a revivir, pues llevará trabajo y recreará pertenencia a la misma, cuyos miembros ya no tendrán que emigrar para buscar trabajo o crearse un futuro, lejos de su pueblo”. Todavía figura en la memoria de algunos pasajeros del subte porteño, la imagen de Bergoglio en el vagón de madera de la línea A.
Como vemos nuestro país fue forjado culturalmente por hijos e hijas de los trenes, aunque cabe destacar que desde hace tiempo también existen las y los huérfanos del tren, de aquel que fundaba pueblos y del que cuando dejaba de pasar los convertía en desiertos, como ocurrió con miles de comarcas en todas las argentinas. Aunque siempre hay una memoria ferrocarrilera latente, como la de nietos e hijos de ferroviarios mendocinos se propusieron restaurar las vías del tren para poder unir los departamentos de Luján de Cuyo, Maipú y Guaymallén. Por lo que desde hace dos décadas la Asociación Ferrotur Trasandino Mendoza trabaja en la recuperación y puesta en valor del ramal A12 del ferrocarril que cruzaba a Chile y funcionó hasta los años ’90. Otro ejemplo es el de Rieles del Salado, asociación civil sin fines de lucro, integrada por trabajadores, extrabajadores y aficionados a los ferrocarriles, dedicada a la recuperación, mantenimiento y puesta en valor del ramal Altamirano-Las Flores del ferrocarril del Gral. Roca, que une a cuatro distritos bonaerenses. Del mismo modo la Asociación Amigos del Ferrocarril Belgrano, conformada por entusiastas del tren que trabajan en la conservación del ramal G del Ferrocarril Belgrano. Y así podríamos enumerar a cientos de agrupaciones que luchan por el regreso del tren a sus pueblos. Estos quijotes ferrocarrileros nos recuerdan que la pelea por el tren no es sólo por el retorno de un medio de transporte, es de alguna manera, por hacer andar nuevamente a la historia de muchos pueblos, ponerla en las vías, reparar a la esperanza descarrilada y que comience, de a poco, a traquetear hacia un nuevo destino, el de la Argentina que no le dé la espalda a las otras argentinas, nuestras patrias escondidas.