La compositora, violinista y cantante Vero Marjbein editó su segundo disco, Buscando el sol. El material recorre voces de lucha a través de chacareras, zambas y aires andinos. “Somos artistas cantando cosas del mundo que queremos que cambien”, asegura.
Vero Marjbein se siente continuadora del “folklore social”, una tradición del canto con fundamento que en Latinoamérica abrazó a artistas como Mercedes Sosa, Violeta Parra, Atahualpa Yupanqui o Víctor Jara. «Ningún artista es un artista solamente porque canta bien, esto sale de adentro, del pueblo, de una cultura”, sostenía Mercedes Sosa sobre la razón del canto. Esa tradición musical es la que reinvindica la compositora, cantante y violinista porteña, quien acaba de publicar su segundo disco solista, Buscando el sol (2023). “Creo que es un disco de quiebre, de crisis, claroscuro, que está abrazado a todo este impulso vital que fuimos teniendo después de la pandemia. Hay algo de los tiempos que corren que nos ha transformado, porque todo se va acelerando”, introduce Marjbein. “Entendí que había una necesidad de decir y una sensación de que era urgente. Hay canciones que tienen un contenido explícito, yo lo llamo folklore social. Somos artistas cantando cosas del mundo que queremos que cambien. Hay dos temas, por ejemplo, que están totalmente englobados en algo urgente para decir, Umbral y Trenzada”, dice antes de presentarse con su banda este sábado 16 de marzo a las 21 en el Centro Cultural Morán (Pedro Morán 2147).
El disco nuevo, cuenta la compositora nacida en Ciudad de Buenos Aires, tuvo varias idas y vueltas. En el medio del proceso, sufrió una crisis existencial. “Lo dejé varias veces, porque no estaba muy segura de que fuera algo que yo quisiera decir; si era importante la música nueva que estaba proponiendo o no”, revela. “Finalmente, en marzo de 2023, diez meses después de empezar a grabar, se sumó en la producción para terminar el álbum More Gemma, que es la co-productora. Y ahí el disco se fue totalmente hacia el sol y hacia la luz. El sol es un impulso vital”, completa Marjbein, que hace veinte años viene transitando la escena de la música independiente. “Es importante la belleza del arte, la estética, pero hay una manera particular que tengo de decir: soy una persona que tiene esa antena para transformar la realidad en música, en arte y en palabras. Me interesa tocar fibras sensibles diciendo cosas. Esto es lo mejor que tengo para aportar como artista independiente a este mundo y es ahora”.
Buscando el sol, en líneas generales, es un disco de música popular con eje en la raíz folklórica argentina. Hay chacareras, alguna zamba y aires andinos. El violín de Marjbein suena intenso, polvoriento, bien folklórico. “Por los azares del destino conocí gente quichuista del medio del monte, de la zona de Salavina, de donde era Sixto Palavecino y un montón de violineros anónimos. Ahí, en parte, he aprendido de la cuna misma del violín sachero”, cuenta Marjbein, quien reparte sus días entre Buenos Aires y Capilla del Monte. “Entonces, todo el rock de mi adolescencia y mi urbanidad se mezcla con ese aprendizaje, con ése violín propio del monte santiagueño, con sus leyendas y saberes. Soy una mujer luchadora, urbana, con veinte años de camino folklórico y otros estilos, pero en especial de haber estado en el monte impenetrable escuchando el quechua, las leyendas y las historias”, enmarca la artista, docente y productora.
“En realidad, yo soy una exiliada del tango”, repara Marjbein. “Si bien desde chiquita toqué la guitarra, empecé a tocar el violín a los 19 años en la época de las orquestas-escuela en Buenos Aires, allá por 2000. En esa época comencé a participar en una orquesta de tango, pero esa orquesta empezó a tener algunos problemas contra las mujeres y me echaron”, confiesa. “Después de eso me fui a Musimundo y me compré cinco discos de folklore y ese fin de semana me hice folklorista. Reciclón (1996), de Raúl Carnota; un disco de Suna Rocha, uno de Uña Ramos, uno de Sixto Palavecino y un grandes éxitos de Yupanqui”, precisa sobre esos discos clave que le cambiaron el oído para siempre. “¡Con eso me hice folklorista! Fue un comienzo increíble. El tango me expulsó durante aproximadamente diez años y me fui a full al folklore. Luego me uní a una banda de folklore urbano, Correntada, que me sigue dando alegrías. Años después pude volver al tango, porque me encanta. Me reencontré con esta gente, me pidieron disculpas y nos amigamos”.
A diferencia del disco anterior, Lo que estalla (2019), el nuevo trabajo tiene una impronta más eléctrica y electrónica. “Me gusta mucho la música de Gaby Kerpel y otros aportes de la música indie, que siempre pone la electrónica a disposición. Siempre quise ponerle ese color desde las texturas para ayudar a decir y que se refuerce la idea musical”, explica. “A veces con los instrumentos convencionales no alcanza. En este disco quería que en varias canciones apareciera ese sonido y por suerte nos encontramos con More Gemma, con quien hicimos la segunda parte del disco. Ella aportó un montón de esa data, como las programaciones. En muchos temas también trabajamos a la par con Tatu Estela, que es quien mezcló y masterizó el disco”, detalla. “Es una maravilla juntarse con gente a tocar”, resalta. En vivo, Marjbein se presentará junto a Ezequiel Parodi en guitarra, Juan Pablo Traverso en bajo, Iaia Portillo en batería, percusión y bombo legüero, y Iara Cuervo en coros. “Sin este equipo no sé cómo sería mi música”, desliza.
– En línea con la idea del folklore social, hay dos canciones con un fuerte contenido político: Umbral y Trenzada. ¿Cómo surgieron estas canciones?
– Umbral no es de mi autoría, es de Jose Torelli, guitarrista, compositor y productor, aunque la transformé bastante. Siempre quise tocar esta canción. Al principio me daba miedo interpretarla y al día de hoy en algunos escenarios sigo teniendo esa sensación, porque es totalmente explícita y a algunos le genera mucho rechazo. Porque por momentos es tan fuerte el discurso que me llevó bastante tiempo decidirme a cantarla y grabarla («Brama la tierra, brama/ incomodando a algunos varones/ se creen patrones«, dice en Cómplice) y vengo levantando esa bandera. La verdad es que fue toda una decisión cantarla. En las presentaciones elijo tocarla con un montón de amigas como si estuviéramos en una marcha de mujeres y ese es el color de cómo reversioné esa canción. En tanto, Trenzada es un tema que surgió cuando sucedió el golpe de estado en Bolivia. Primero apareció una parte instrumental, como si fuera una melodía de resistencia. Después vino de lleno la letra, pensada desde nuestras calles («La memoria sangra/ se van cayendo/ caretas del mundo real./ Se oye en las calles/ y en las montañas/ el grito de Nunca Más«). Los lemas son nuestros, por eso aparecen frases como «Nunca Más» o «la memoria sangra». Surgió como grito fortísimo. También surgió la canción Los ojos, que habla sobre la revuelta en Chile. Las cosas que dicen esas canciones nos identifican a un montón de gente hoy en día, porque necesitamos la memoria.
Otra de las piezas que se destacan en el disco es la preciosa versión en clave chacarera de Pétalo de sal, de Fito Páez. El violín sachero de Marjbein, la percusión de Ariel Sánchez y los efectos electrónicos de More Gemma hacen viajar a la canción al noroeste argentino, pero con un perfume actual. “Yo soy fanática de Fito hace 35 años y fui a la presentación de El amor después del amor (1992). Un montón de sus canciones me vienen acompañando”, dice con entusiasmo de fan. “En el otro disco, Lo que estalla, elegí para versionar una canción de Charly y Fabi Cantilo, A punto de caer, porque hay algo de mi identidad vinculada con el rock nacional, aunque me gustan muchos estilos de rock. Pero soy fanática de nuestro cancionero y siempre en mis producciones necesito cantar este tipo de canciones, porque me llevan a mi esencia musical y personal”, explica la cantora. “Durante la pandemia, Pétalo de sal fue uno de los temas que incorporé a mi repertorio y lo entendí desde otro lugar: con la nostalgia de la ciudad. Porque esta canción es una lágrima de melancolía urbana. Le armé un aire de chacarera aunque finalmente por el ritmo de la percusión se fue más hacia una marinera. ¡Ojalá algún día Fito lo escuche!”.