En el marco de la Semana de los Pueblos Originarios, conversamos con Beatriz Pichi Malén, referente del canto mapuche. Nos cuenta, entre otras cosas, la historia de su nombre, su trascendental encuentro con Aimé Painé y su lucha incansable por defender su identidad originaria. «Yo decido que voy a cantar solamente en nuestra lengua. Esa es una decisión. Digamos que es mi decisión de resistencia», dice.
El 19 de Abril se conmemoró el Día de los Pueblos Originarios, o Día del Indio Americano o Aborigen Americano como se denominaba antes, en recordación al Congreso Indigenista Interamericano celebrado en Patzcuaro, Michoacán, México, un 19 de abril de 1940. Durante toda esta semana, del 21 al 25 de abril, se celebra en todo el país la Semana de los Pueblos Originarios, con actividades y encuentros en torno a las diversas comunidades originarias. Justo en esos días también, cumple años Beatriz Pichi Malén, nacida un día como hoy, 22 de abril, en Los Toldos, Provincia de Buenos Aires, con quién nos comunicamos para esta entrevista, poniendo especial énfasis en la fecha como memoria y reivindicación de los pueblos originarios. Para ello qué mejor que dialogar con una referente del canto mapuche. “Yo te agradezco muchísimo esta constante, porque a veces para el 12 de octubre suele llamar todo el mundo y yo digo, nosotros existimos antes, durante y después del 12 de octubre, pero bueno, es la vida así, por ahora es así”, nos dice.
Agradece que la llamemos y el motivo de la nota: “Es muy importante absolutamente necesario para nuestros pueblos, para la memoria constante, una memoria viva, activa, yo digo siempre. Una memoria activa, pero de todo tipo, para poder construirnos y amalgamar esas historias que no son separadas. Si bien nos ha tocado en algunos casos a determinados pueblos, nada más, de todas maneras hay que entrelazarlas con las otras para encontrarnos, si no, nunca va a suceder eso”.
Cuando la citamos para esta entrevista exclusiva con De Coplas, nos contó que al otro día iba a participar de un acto en desagravio a Osvaldo Bayer para descubrir un metal con su rostro, en Lobos, Provincia de Buenos Aires, junto a comunidades de pueblos originarios.
Beatriz Pichi Malen tiene toda una historia y camino en el canto en lengua mapuche, desde hace más de 30 años que lo hace profesionalmente, recorriendo el mundo y distintos escenarios llevando su kultrún, siendo una referente indiscutible del canto de nuestros pueblos originarios.
– Contanos de tus orígenes en Los Toldos, eran de la comunidad mapuche, descendientes del Cacique Coliqueo.
– Sí, efectivamente, nosotros, digo nosotros: mis primos, mi hermana, yo misma, venimos a ser los tataranietos del viejo lonco, del cacique Ignacio Coliqueo, como los Pincén, también son los tataranietos del viejo Pincén, Vicente Catruñao Pincén. Yo nací en Los Toldos, fui la última descendiente de Coliqueo. De ahí nos echaron, sin título de propiedad, había que irse. Yo tenía seis meses de edad, había nacido muy enferma, mi mamá decía que había nacido desnutrida, entonces se ve que con el tiempo me tomé la revancha (se ríe). No se podía estar. Porque, ¿a dónde iba? No había trabajo, no había casa, los animales se habían perdido, se habían mal vendido, se habían muerto, se habían regalado, se habían truequeado. Bueno, en fin, lo que pasa en un desalojo que, desgraciadamente, hoy, a mí me tocan todos los días con lo que pasa en la Patagonia. Entonces, es verdad que la campaña del desierto no terminó todavía, y parece que ahora recrudece más. El desalojo es algo muy fuerte, que desgraciadamente hoy me toca en piel permanente, porque, en el sur, está sucediendo exactamente lo mismo. Totalmente. Y la gente se tiene que ir.
– ¿Cómo fue tu infancia?
– Al principio dura. A mí me tuvieron que dar porque era muy pequeñita y tenía mucho problema de salud. Había nacido desnutrida y con bronquitis. Imagínate, hace 70 años allá en el campo. Había apenas un hospital de campaña. No había nada más. ¿Será que somos tan porfiados los mapuche? Entonces, bueno, me entregaron. Me iban a dejar en casa cuna, pero finalmente apareció una persona, una señora alemana, que era una especie de guía política, podríamos decir. Y se apiadó de mí y de la situación nuestra. A los seis meses me fui a vivir a esa casa, al partido de San Martín. Yo creo que estuve más o menos dos años con ellos. La verdad que no sé bien, porque creo que la memoria me juega una mala pasada. Porque yo le pregunté a mi mamá muchas veces. Y mi mamá me contó varias veces. Y puede ser que yo no lo sepa. Porque evidentemente no debo querer saber. Luego volví con mi familia. Vive por las zonas de Las Heras, Navarro, Mariana Acosta, Marcos Paz. Después ya vinimos un poquito más acá, partido de Merlo, soy bonaerense. Siempre por la zona del oeste del conurbano bonaerense, como trabajadores rurales. Mi madre trabajaba en casas de familia. Y mi padre era un militante político del partido justicialista, de la vanguardia.
– Luego la escuela y adolescencia. ¿De donde viene el origen mapuche de tu familia?
– En esa época, hace más de 50 años no se hablaba de pueblos originarios, lo único que se decía eran indios, y cuando vos decías indios te decían, «uuuh uh» (hace un sonido con la boca). Nosotros nunca habíamos negado la descendencia que tenemos por parte de mi mamá. Mi mamá se llamaba Martina Eusebia, es la bisnieta del cacique. Era mapuche, mi abuela materna, era Isabel Huenchual, y su padre era hijo de la hija del cacique, de la última hija que tuvo mi abuelo, María Pilar Coliqueo. Entonces ella era directa, toda su familia, sus tías, sus tíos abuelos, sus abuelos, sus padres, todos mapuches. Nosotros venimos de ahí. De ese linaje. Mi padre era criollo. Somos mezcladas, pero hay una cuestión que como pueblos originarios hemos decidido, el concepto raza no existe, naturalmente, para la humanidad. Entonces, ¿quién puede decir que es más o menos originario de un pueblo? Lo hace el compromiso de la vida y el conocimiento con el que uno camina, la identidad con la que uno se identifica y cómo se comporta en lo cotidiano. Porque yo puedo salir un día vestida con ese atuendo mapuche para una foto y después no sé ni saludar, ¿viste? No tengo ni idea de nada. Entonces, ¿qué es eso? ¿Yo soy? No puedo decir que no soy. Claro. ¿Qué defiendo? Sí, defiendo, nadie me lo va a quitar. Entonces nosotros no sabíamos con mi hermana, no teníamos ni idea, porque mi mamá sí sabía, porque ella se había criado en una comunidad. Ella tenía la necesidad de no transmitir la cultura, como le habían enseñado, justamente para preservarse y preservarnos. En aquellas épocas, todo era persecución, locura y muerte. Y burla. ¿Quién iba a querer decir que era descendiente indígena? Era una vergüenza. La gente hasta los nombres se cambiaba. Mi mamá no hizo eso, pero nunca nos enseñaba.
– Pero ustedes se empezaban a cuestionar su origen
– Como adolescente nosotros nos empezamos a cuestionar con mi hermana. ¿Cómo sería? ¿Y cómo somos? ¿Nosotros somos Mapuche? Y mi mamá decía, sí, somos Mapuche. ¿Y cómo son los Mapuche? Porque ya te digo, ¿no? Nosotros teníamos que ir a una comunidad. Y ella decía, como nosotros. Pero claro, ¿qué era eso como nosotros? Y ese como nosotros tenía pequeños gestos. Cuando llegaba junio, me acuerdo que mi mamá salía a decir, en alguno, entre el 20 y el 21, ahora me doy cuenta que era en esa época, entre el 20 y el 24, 25 de junio, ella decía, ya va a llegar el trueno, va a llegar. ¿Qué sería el trueno? Es cuando se corre el eje de la tierra. Es el nuevo ciclo para esta parte de la tierra, rotación y traslación, sigue girando hasta completar un círculo. Mi mamá nos contaba historias y leyendas. Eran cuentos para nosotros como fantásticos. Porque eran cosas que no se oían en ningún lado y no se encontraban en ningún libro de cuentos.
– ¿Pudieron volver a Los Toldos?
– Si. Luego que sufrimos el desalojo, pasado el tiempo. No debe haber una tragedia más grande en lo material, que te desalojen de la construcción de lo que vos hiciste. A veces yo pienso, miro mi casita, que es muy humilde, muy chiquita, pero que me costó a mí y que la hice a mi gusto. Y digo, si a mí me sacaran, yo creo que me vuelvo loca, eso le pasó a mi familia. Sin embargo mi madre volvió, volvió acompañándome. No había vuelto nunca. Se volvió acompañándome y no diciéndome nada. Cuando yo vuelvo lo hago por mí misma, viajé a Los Toldos de nuevo, iba y volvía. ¿Buscando qué? Buscando identidad. ¿Qué sabía yo? No sabía ni lo que buscaba. Pero de repente iba a una casa y decía, acá hay gente mapuche, y me miraban con caras raras. Me decían, acá no hay indio, yo seguramente no sabría preguntar tampoco. Pero siempre respetuosa. Hasta que un día me encuentro con una familia, que era familiar nuestra. Seguramente yo pienso, diría la mujer, ¿para qué anda revolviendo heridas? ¿Qué va a hacer con esto? ¿Para qué me va a preguntar? ¿Para qué me va a volver a pensar? Porque mi mamá hizo un corte, quiso olvidarse de todo. Por eso no nos hablaba de nada, no nos contaba nada, pero claro, en sí, en ella, estaba la cultura, y no podía negarla, de repente le salía.
– ¿De chiquita cantabas?
– Sí, siempre fui una cantora, y yo tendría tres años, cuatro con mucha generosidad, creo que era un día que había llovido, vivíamos también en un barrio muy humilde que se llamaba San Luis, y me acuerdo que había un charquito de agua y estaba cayendo la tarde, probablemente era verano, porque mi mamá me dejó salir hacia afuera, y entonces yo me pongo al lado del charquito y el viento, la brisa que viene después de la lluvia, salía, todavía reflejos de sol había, y la brisa movía ese charquito de agua, que para mí una niña, como te digo, tan pequeña, era una inmensidad y ahí comencé a cantar sola, sin saber que era, desde ahí no pare.
– ¿Y cuándo descubrís o tomas la decisión de empezar a cantar en tu lengua originaria?
– No, mira, eso fue una sentencia. Vos sabés que, más allá de eso, yo siendo una muchacha, una adolescente, en el campo, como te digo, cuando leíamos, mi mamá nos leía el cielo, yo también a veces matizaba con canciones de la radio. Había empezado, estoy hablando del año 60 y monedas, había empezado el folclore del Festival de Cosquín. Entonces uno aprendía las canciones del folclore y yo cantaba, cantaba a boca de jarro. Y teníamos algún vecino, y el viento que siempre fue mi compañero, entonces llevaba mi voz. Y entonces cuando se cruzaban con mi mamá, le decían que me habían estado escuchando, porque el viento había llevado mi voz y les gustaba a la gente. Eso pasó, ya siendo una muchacha más grande, más de 20 años, conozco a Aimé Painé, nuestra altavoz mapuche. No tuve amistad con ella, porque fallece joven, en el 87, yo había empezado a hablar con ella en el 82, 83. No me acuerdo que estaba cantando yo, y ella me dice, «Beatriz, y usted que canta tan bonito – no tuteaba a nadie, excepto a Luisita Calcumil que eran muy amigas como hermanas – ¿cuándo va a empezar a sacar nuestras canciones?» Y yo la miré, y me sonreí, le dije «¿sabe qué pasa, Aimé?, yo no conozco nuestra lengua». Y entonces ella me dijo, como un gesto bajando la cara, me dice, «apréndala». Y fue una sentencia. Cuando ella me dijo apréndala, yo me quedé muda, no le contesté más. Y dije, ha de ser por acá. Y volví a Los Toldos, y volví a tantos lados, a buscar quién me enseñaba la lengua mapuche. Yo no encontraba a nadie, te darás cuenta. Nadie sabía hablar. Hasta que una muchacha joven que había venido de Chile, muy jovencita, de escasos 20 años, hablante mapuche, muy bien, se apiadó de mí. Yo colaboraba en la Asociación Argentina Indígena, y ella me dijo si quería aprender la lengua. Y empezó a darnos clases. Éramos 3 o 4, no más, que queríamos aprender. Y ahí empecé. Estamos hablando del 87, más o menos, porque después muere Aime. Entonces después, yo como cantora, seguí cantando toda la vida, sentí la necesidad de avanzar sobre el canto con nuestra lengua. Y cuando finalmente se hace como profesión esto, yo decido que voy a cantar solamente en nuestra lengua y no en ningún otro género. Esa es una decisión. Digamos que es mi decisión de resistencia.
– Ahí aparece Beatriz Pichi Malén
– Yo estaba trabajando en el ámbito privado, era cantora pero sin profesionalismo. En un solsticio de verano me invitan a una peña. Y luego a un programa de radio, donde conozco a periodistas y me dicen si quería ir a las escuelas a contar y cantar. Y yo digo, ¿cómo yo voy a ir a las escuelas? ¿qué tengo que hacer en las escuelas? Lo que hacés, me dijeron, lo que relatás entre amigos, tu historia y música mapuche. Yo tenía un trabajo de lunes a viernes en empresas privadas. Pero eso me da un impulso, un pequeño impulso para decir, está bueno esto de difundir de esta manera. Por toda esa situación, alguien más me conoce, que manejaba los concursos de Cosquín, me llama a mi casa y dice que quiere que yo vaya a Cosquín. Yo no estaba ese día en casa. Estaba mi mamá. Y me dice te llamaron del Festival de Cosquín, le dije yo, qué lindo, qué bonito. Yo pensaba que iba como invitada solo a recorrer el Festival, el río, las peñas. Cuando llego me dicen que estaba convocada para el Pre Cosquín, y debí subir a cantar, decí que había llevado mi kultrún. Canto solista. La cuestión es que gané el concurso y ahí, cuando gano, yo estaba sentada entre el público, porque yo sé que había llegado a la final pero no creí que pasaba, había muchos participantes. Cuando me llaman, tardé un montón para llegar a subir al escenario. Me acuerdo que la noche que había que debutar y cantar, me dice la gente de SADAIC, que para mí era la primera vez que escuchaba, «¿cómo es tu nombre artístico?» Y yo lo miro, no tenía nombre artístico. Y yo me dije, a todo esto, en mi familia, mi papá muchas veces nos decía «Pichi Malén», a mi hermana y a mí. «Vengan las Pichi Malén», decía él. Porque era la frase que mi mamá le había enseñado. «Pichi» es diminutivo, pequeño, cuando se antepone un sustantivo, indica que es chico. «Malén» es mujer. Sería «Mujercita». Entonces, yo lo miro al hombre de Sadaic y le digo, «yo soy Beatriz Pichi Malén. Yo soy Beatriz la Pichi Malén». Y entonces el hombre puso, Beatriz Pichi Malén. Y ahí quedó. Así nace mi nombre.
– ¿Como llevas adelante la defensa de la identidad mapuche?
– Defiendo mi identidad mapuche, soy de vientre mapuche y vivo en conjunción con esta cultura. Hablo en español, viajo en avión, como hacemos todos los seres humanos, pero no quiere decir que tenga que estar en un toldo en el medio del campo, porque todavía hay algunas personas que piensan ese reduccionismo, que nos imponen. Se creen que si vos defendés a los pueblos te dicen: andate al medio del monte. No, afortunadamente, mucha gente joven nuestra, hoy son profesionales, abogados, docentes. Yo he sufrido esa discriminación, una vez terminé de hacer una charla, y viene una mujer joven y me desconfiaba, me decía que yo no era mapuche. Y le pregunté «¿Usted por qué dice que yo no soy mapuche?» Y me dijo: «porque los mapuches no hablan así como usted». Yo le dije, «mire, yo no sé cuántos mapuches usted conoce, ni quiénes, ni de dónde, pero yo le aseguro que yo hablo así, yo soy». Y no me quería creer. Termino diciéndole: «usted tiene dos posibilidades, quedarse con la idea en la prehistoria o pensar que los mapuches podemos avanzar». Sigue habiendo esa discriminación, es una constante, pero hay que seguir nomás.
– Recorriste nuestro país y el exterior con tu kultún
– Si, viaje mucho por Europa y Latinoamérica. Estuve en universidades, centros culturales, bibliotecas, escuelas. Qué mejor contarles la realidad. Que vieran que uno no estaba en un museo. Que nosotros no salimos desnudos y con plumas. Entonces, había todo un trabajo que yo preparé para que ellos vieran, despacito. Yo llegaba de calle, como cualquier persona. Empezaba a entrar en el tema, a lo mejor con una canción, con una palabra, ayudándolos a ver cómo se decía en catalán, cuando estuve en Barcelona, buenas tardes, y cómo se podía decir en mapudungún. Y que repitieran, y repetían, y empezaba a sacar elementos de una bolsa, y ahí yo empezaba a mostrarles, y ellos con la carita, los ojos abiertos, y esos rostros preciosos, que me decían, ¿Y eso qué es? ¿Y aquello qué es? Los niños estaban sorprendidos. Les gustó mucho. Esa mujer salía y se transformaba frente a ellos en una mujer que venía de calle con todo un atuendo mapuche.
– Trabajas mucho en Chile y en Argentina, ¿a donde te gusta más presentarte, en lugares más íntimos?
– Así es, a donde a mí no me llaman, no voy. O sea, no me impongo. Primero por una cuestión de preservación. Y segundo, porque no me parece que yo tenga que ir a decirle, usted tiene que sentarse ahí y escuchar lo que yo le diga. Porque el que no quiere saber, no quiere saber. Ahora, si alguien me dice a mí, como a veces, más de una vez me dijeron, pero ustedes son chilenos. Y yo le dije, ¿y usted cómo sabe que yo nací en Chile? A ver, ¿dónde nací yo? entonces ahí sí me pongo a conversar y le explico la historia. Desde hace miles de años que somos habitantes del sur del país, previo a los límites de los Estados Nación actuales. Se cruzaba a ambos lados de la cordillera, en busca de alimentos, caza, ganado. Con la autodefinición de «Gente de la Tierra», que es lo que traduce «Mapuche», hemos tenido siempre la obligación de caminar, de andar, porque también es cierto que había que salir a buscar el alimento. Pero, si hay otro que quiere escuchar intento hacer docencia en eso. A esta altura, me voy a otorgar el beneficio de decir, vamos a ir aquí. Porque no siempre, lamentablemente, donde uno va lo tratan bien. Ya he podido decir que no a los festivales. Entonces voy donde me invitan con respeto, me gustan las cosas más íntimas, porque creo que ahí es donde está el valor de la palabra. La palabra se escucha.