El documental de Federico Randazzo Abad, Atahualpa Yupanqui: Un trashumante, atraviesa el desafío de volver a narrar la emblemática figura de Don Ata. Se estrenó en noviembre del año pasado y dura 92 minutos.
No es tarea fácil contar con imágenes una figura tan significante para la cultura popular argentina como la de Atahualpa Yupanqui. Sobre todo, porque acerca de Yupanqui se ha escrito y se ha dicho mucho. Hace algunos años, el canal público Encuentro había lanzado una notable serie documental titulada Los caminos de Atahualpa, en la que abordaban diferentes facetas o aristas del artista de Pergamino: la guitarra, la filosofía, el camino, el caballo, el folklore, el cantor. Entonces, ¿Cómo contar a Yupanqui sin caer en lugares comunes o demasiado transitados? ¿Se puede seguir explorando en esa figura misteriosa, compleja y con un gran capital simbólico?
En el documental Atahualpa Yupanqui: Un trashumante (2024), el director Federico Randazzo Abad profundiza en una de las facetas más interesantes del músico, guitarrista, recopilador, musicólogo y poeta: su incansable curiosidad por conocer y descubrir nuevos horizontes. Si bien Yupanqui es sinónimo de argentinidad y criollismo, su espíritu inquieto lo ha llevado a investigar la historia (a través del paisaje y su gente) de otras culturas -como la japonesa- y a vivir varios años en el exilio por razones políticas y personales, según cada etapa. De hecho, su muerte lo encontró en 1992 en un pequeño departamento de Nimes, al sur de Francia.
A través de un potente material de archivo –entrevistas, cartas, conciertos, escenas cotidianas en Cerro Colorado, Japón o París- que atesoraba su hijo Roberto «Coya» Chavero -el único hijo del matrimonio con Nenette- y que fuera digitalizado para su conservación y difusión, Randazzo Abad construye un film intimista y revelador que expone al Yupanqui más aventurero y errante. De algún modo, el documental echa luz no solo sobre los caminos transitados por el poeta y cantor bonaerense, sino que también pone en evidencia las razones de sus viajes, a veces por cuestiones políticas –entre el exilio y la prohibición- y otras tantas por inquietudes personales y artísticas.
La curiosidad –o la necesidad de ver qué hay más allá del horizonte- fue tal vez su principal motivación creativa. «El hombre es tierra que anda», sintetiza Yupanqui en una escena de la película. “Si yo canto una pena mía particular no tiene ningún interés, no tiene aceptación, no le duele a la gente. Pero si lo que yo canto o escribo en coplas es un problema de mucha gente, entonces sí, el pueblo dice ‘este hombre nos representa, nos canta a nosotros’”, apunta el cantor bonaerense sobre su filosofía de vida. Si “el hombre es tierra que anda”, el paisaje no puede entenderse sin la presencia del hombre y sus circunstancias.
Desde temprana edad, Yupanqui se mostró interesado por el arte de viajar. No de manera convencional, sino el viaje entendido como exploración, como aventura, como fuente de conocimiento. Por eso, realizó un viaje iniciático a caballo durante más de quince años por el noroeste argentino y parte de Bolivia. “Conocerlo desde la senda, por el camino. Cuando uno toma un autobús o un avión es otro asunto. Va y llega. No hay nada que madure en el camino en esas dos horas”, señala el músico al comienzo de la película. “En cambio, a caballo usted llega a una flor, a un amigo, a una piedra, a un árbol, a un rincón, a un arenal, a lo que parece un desierto”.
En esos viajes de juventud compuso sus primeras canciones, como Camino del indio. “Son viajes etnográficos, de exploración folklórica”, señala el historiador y periodista Sergio Pujol. “Hay ciertos rasgos compositivos en las obras de Yupanqui que vienen de la mano clásica de Nenette, incluso en composiciones firmadas solo por Yupanqui, como Luna tucumana, que tiene un comienzo beethoveniano” sostiene luego Pujol sobre la influencia artística de la pianista y compositora francesa Antonietta Paule Pepin Fitzpatrick, alias Nennete, en la obra de Yupanqui. Bajo el seudónimo Pablo del Cerro, Nenette compuso obras con él como El arriero va, El alazán, Zamba del otoño y Chacarera de las piedras.
Entre 1940 y 1945, Yupanqui se acerca a las ideas comunistas y luego se afilia al partido en 1945. Con la irrupción del peronismo, es perseguido y prohibido por diferencias políticas. Siete años de tristeza y un refugio: la casa que se construyó en Cerro Colorado. En diciembre de 1948 toma la decisión de exiliarse en Europa. “Estuve entre gitanos tres meses en Hungría. Ahí me encontré con el musicólogo húngaro Szabolcsi Bence, que conocía profundamente la música del universo. Me dijo que toque algo antiguo y me acordé de la Pastoral india. Fue a su biblioteca, buscó en el indicé de un libro y encontró un tema antiguo. ‘Este tema está recogido en 1700 en las montañas de los Cárpatos’, me dijo. Era casi exacto a la Pastoral, la pentatónica estaba presente, los cinco tonos enteros de la escala pentatónica andina estaban ahí ¡Era universal! ‘La pentatónica viene del Tibet’, me dijo. Eran canciones similares a las nuestras de Salta, Jujuy y Bolivia”.
El archivo cedido por Coya Chavero regala joyas como Yupanqui tocando Los ejes de mi carreta ante un auditorio francés extasiado. También hay fotografías en cafés, aviones, calles. A diferencia de otros artistas que iban a Francia a formarse, Yupanqui llega a París para iluminar a los franceses, distingue Pujol, autor de la magnífica biografía En nombre del folclore (2008). Allí sucede el recordado concierto compartido con Edith Piaf y su gesto humanista y de grandeza que Yupanqui jamás olvidó. Después del recital, Yupanqui quiso cederle a Piaf un mayor porcentaje de la recaudación de las entradas, pero ella, contundente, dijo: ‘No, te quedas con todo, lo necesitas mucho más que yo’.
En hora y media de duración, el documental de Randazzo Abad recupera el tono reflexivo de Yupanqui y lo hace con elementos fundamentales de su idioma, como el silencio, la calma, la austeridad y la contemplación. Pero sobre todo resalta su sensibilidad social y su compromiso con su pueblo, un aspecto que además ilumina el presente. “Yo creo que el artista tiene que tener un gran compromiso con la sociedad que le toca interpretar y cantar. No se puede entretener la buena digestión de nadie cantando canciones criollas. Creo que la obligación del artista es preocupar al oyente y a la gente”, dijo en una entrevista en Argentina en la década del setenta. “Mis poemas no son revoluciones, pero sí señalan una condición social. Me gusta que el mundo sepa cuándo al paisano de mi país le va bien y cuándo le va mal”, le respondió a una periodista francesa sobre el contenido político de su poesía.
Después de recibir presiones políticas, en 1953 Yupanqui se desafilia del Partido Comunista y decide tomar distancia de la opinión pública. “Fui a la cárcel varias veces sin cometer ningún pecado”, dirá sobre esa dura etapa de su vida y elige nuevos rumbos. En la década del sesenta, su espíritu inquieto lo lleva a Japón en tres oportunidades. Son viajes largos, de dos o tres meses, en los que no solo realiza giras por todos los rincones de Japón, sino que también aprovecha para investigar en clave etnográfica las vivencias de los campesinos y trabajadores del interior del país. Lo guía la misma pregunta de siempre: ¿Hasta dónde el hombre está vinculado al paisaje? ¿Cuándo el hombre es tierra que anda y cuándo deja de serlo y por qué?
Según la etimología de la palabra, «trashumante» es el que deja atrás el humo de su casa y sale a descubrir el mundo. Eso fue justamente Atahualpa Yupanqui, un artista que se tomó en serio eso de que el hombre es tierra que anda y vivió la vida como un juglar criollo y universal, un cronista de su tiempo. Solitario y en soledad, Yupanqui es sinónimo de argentinidad, pero también es una figura misteriosa e inagotable que seguirá iluminando las mejores páginas de la cultura universal.