A 113 años del nacimiento de Atahualpa Yupanqui, su casa en Cerro Colorado sigue seduciendo a los visitantes que transitan por el norte cordobés. De Coplas y Viajeros realizó una visita con el objetivo de descubrir el entorno que ofrece el paisaje, además de recorrer la residencia que cobijó la intimidad de Atahualpa.
Por Pedro Robledo | pedritoro@hotmail.com
Fotos: Ana Campanero
La amable recepción de Roberto Chavero, hijo de Atahualpa, y Nenette, permitió una recorrida a fondo por el sitio en donde vivió con sus padres. «El Coya», hijo menor de Yupanqui, abrió las puertas de la mítica casa que conserva su atractivo original y, además, aloja múltiples objetos que acompañaron la vida cotidiana del notable creador argentino.
“La idea es que el visitante no solamente vea lo que hay dentro de la casa, sino también que recorra todo el sitio, porque, más que un lugar de inspiración, este lugar que eligieron mis padres fue un lugar de sanación. Acá venían a recuperarse de las giras ó de los momentos difíciles”, explica Roberto Chavero.
Al pie del cerro, con el sonido de fondo de las aguas del Río de los Tártagos, se puede percibir claramente por qué Atahualpa consideró a este ámbito como su lugar en el mundo. En 1938, don Ata llegó por primera vez a Cerro Colorado. El paraje estaba en la “ruta artística” que había diseñado con su amigo Tito con quien ofrecía funciones de cine ambulante y también conciertos.
Teresa y Eustaquio, los padres de Patricio «El Indio Pachi» Barrera, le obsequiaron el terreno en agradecimiento por ir a cantarles a su domicilio. En 1946 comenzó la construcción de la pequeña casa de piedra con techos a base de algarrobo y quebracho. Al principio todo fue acordado de palabra, tiempo después se formalizaron los títulos de propiedad. “Se construía en piedra, no por lujo, sino porque era más barato. Así se levantó el primer rancho, con techo de paja, no teníamos ni agua ni luz. Nos llevó más de veinte años acondicionar el lugar para recibir visitas”, señala el Coya.
Cercana al pueblo, la casa tiene dos accesos: uno vehicular y otro por un camino peatonal que insume una media hora de caminata. En el interior de la vivienda, las guías ilustran respecto a las pertenencias de Atahualpa que se exhiben en este espacio que funciona como casa-museo desde 1989.
Se pueden ver obsequios recibidos, distinciones, premios y diplomas que reflejan la magnitud del reconocimiento que Yupanqui fue recibiendo en su infatigable periplo por el mundo. Entre ellos, una bandeja de plata otorgada en Rosario el 10 de Febrero de 1989 por la Municipalidad, lo declara ciudadano honorario. Sus documentos y pasaportes, también a la vista, delatan la enorme cantidad de países visitados.
En uno de los ámbitos se observan varios de los instrumentos que Yupanqui pulsaba. Allí vemos bombo, quena, charango, caja y una de sus guitarras. Junto a ellos, una copia de la partitura de Camino del indio, la primera canción de su prolífica obra, escrita a los diecinueve años cuando iniciaba su vida trashumante.
No sólo con el paisaje del cerro se mimetizó su figura, también con los paisanos del lugar estableció una profunda relación. En las paredes de la casa se aprecian retratos de amigos y vecinos del pueblo, algunos de ellos firmantes de un pergamino gigante con el cual lo reconocieron en setiembre de 1953 como habitante ilustre.
Atahualpa conoció a Nenette en Tucumán en 1942. Desde 1946 fueron una pareja indestructible. “Acá se casaron por iglesia, después de que mi padre enviudara de su primera esposa. En la ceremonia participó el cura Ferreyra, gran amigo de Yupanqui, que admiraba tanto su obra que usaba sus reflexiones en los sermones”, cuenta su hijo.
Ella era concertista de piano y su labor comenzó en el ámbito de la música académica. Más adelante, compuso la música de Luna tucumana, Chacarera de las piedras y El arriero va, entre otras. En un sitio destacado del hogar se exhibe su instrumento, un piano francés traído al cerro en una odisea muy recordada por la familia.
“Han venido pocos amigos antes de ser casa-museo, entre ellos El Chúcaro, Cafrune y Los Quilla Huasi y recibimos también la visita del ex presidente Illia”, recuerda el Coya.
En el recorrido se puede ver su valiosa colección de cuchillos y también elementos de uso cotidiano de Atahualpa como sus monturas, guardamontes, estribos y rebenques que remiten a sus cabalgatas montado en su caballo «El extraño», seguido siempre muy de cerca por sus cuatro perros.
El camino sugerido culmina en el patio de la casa donde, debajo de un roble, están depositadas las cenizas de Atahualpa y también las de Santiago Ayala «El Chúcaro», el gran bailarín argentino con quien sostuvo una perdurable amistad.
Además de mantener la casa, al Coya le cabe la enorme responsabilidad de sostener el legado de Atahualpa mediante múltiples gestiones y actividades. Aún hoy, a veintiocho años de su fallecimiento, su obra sigue interesando en el mundo. Se están traduciendo poemas al inglés y hace poco autorizó el uso de Los hermanos y Los ejes de mi carreta en telenovelas turcas. También está en marcha la producción de un documental sobre Nenette para TV France, realizado por una periodista canadiense.
“Proponemos contemplar el paisaje, acá están los lugares donde mis padres se sentaban a la tardecita a tomar mate. Mucha gente de las ciudades viene y disfruta mucho del silencio, del sonido del río, de los pájaros, del viento…”, agrega el Coya, reforzando la invitación.
Excelente descripción de ese maravilloso lugar!!!