Por Pedro Patzer | pedropatzer@gmail.com

Ilustración: Enrique Figna


Un viejo cóndor contempla a San Martín desde el cielo, siente que ese hombre pertenece a su especie, hay algo en determinados seres que los hace ser cóndores, aunque también viento, aunque también tiempo.

Ese hombre que tiene color del cerro en la piel, ese José que se parece a todos los josés que deambulan por la historia, aunque también a las Juanas, y a los y las sin nombres o mejor dicho, que llevan todos los nombres, que son los Cachos, los Pepes, las Ñatas, las Totas, que son los mismos rostros de las viejas soledades del pueblo, que son las mismas voces con destino de piedra, aunque a veces se transforman en canciones, yaravíes que silban bajito los arrieros para no despertar a las nubes de su siesta, y otras se convierten en versos que mastican los y las poetas que intentan cantar el silencio, ese José parecido a los trajes de los profesores pobres, a las dignas sandalias de las madres de las comarcas que cada tanto los mapas se olvidan nombrar, al desafinado y anciano piano con el que la maestra con decoro enseña música, a la guitarra de almacén en la que los analfabetos aprendían en milonga al Martín Fierro, al guiso que le pone sabor a todo lo que falta, a las valijas de los y las que suben a trenes a ninguna parte, que suelen ser los trenes de quienes se animan a buscar su destino.

Ese San Martín que habla guaraní, el idioma que enciende sílabas de pájaro donde nacen las leyendas, ese que habla el idioma del Quijote, aquel que quiso deshacer entuertos, que es como intentar reescribir la historia de la humanidad.

Ese San Martín como un río que se pone de pie, como una montaña que anda, como una roca que se retoba a siglos de quietud y de todo lo que se calla, a tantas edades del no, a tantos árboles sin el fruto de la esperanza, y justamente José vino a nacer en Yapeyú, que en guaraní significa “fruto maduro”.

Y hoy que las plazas y las calles llevan su nombre, que algunos han querido momificar en estatuas, en monumentos con tufo a sepulcros, en odas que hacen bostezar a las más hermosas causas, sepan todos y todas que don José siempre regresa, pero jamás lo hace en calles, en plazas, en estatuas, monumentos u odas académicamente aburridas. San Martín vuelve en cada alma que se siente oprimida ante la pobreza, la injusticia, la desigualdad, don José regresa cada vez que alguien siente que nuestra historia es contada por los mismos que siempre sembraron el olvido.

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