Por Pedro Squillaci | pedrosquillaci@yahoo.com.ar
Ilustración: Enrique Figna
Juan se levantó temprano esa mañana, vio el sol que se colaba por su ventana y refunfuñó. No porque no le gustara ese rayito de luz, sino porque sabía que el encierro no le permitía hacer casi nada. Había que resolver antes del mediodía qué se iba a comer a la noche porque el almacén cierra temprano y las rotiserías también; el tenis con amigos se suspende hasta nuevo aviso; el café en el barcito de la esquina parece una postal del pasado y todo indica que no queda otra que quedarse adentro. Por salud, claro, pero hay que atravesarlo.
Juan empezó a pensar con qué tema abrir el programa de la noche y se fue de paseo por su amplia discoteca. «Tenemos que arrancar con algo bien arriba», se dijo y empezó a pensar en Los Fabulosos Cadillacs, Los Auténticos Decadentes, Kapanga. Pero no, no le pareció que sea buena idea. Y se inclinó más por el blues, estaba el último disco del Bonzo Morelli, un rosarino que sorprendió hasta al mismo Pappo Napolitano; algo de Clapton; BB King; ese doble tan preciado de Claudio Gabis llamado Convocatoria donde el ex Manal toca con invitados que van de Charly y Fito a Sabina y Pedro Guerra. Pero no, no, a la gente no le va a copar el blues, quizá le dispare tristeza en medio de tanta pena.
Mientras pensaba puso el último lanzamiento de Pink Floyd, que no es otra cosa que la esperada edición en vivo del grupo inglés en Knebworth en 1990. Una joyita. Eso le sirvió a Juan para que su búsqueda sea más placentera. Porque mientras garabateaba en su querido cuadernito Gloria a rayas el organigrama del programa con su birome retráctil, siempre retráctil, otra manía de Juan, escuchaba el saxo del final de Shine on you crazy diamond y levantaba el volumen hasta que el vecino le golpeaba la pared para que lo baje. Cuando ocurrió eso Juan se largó a reír. Y se sorprendió de su risa. Es que se acordó cuando tocaba la batería en su destartalado dormitorio de la casa de calle Iriondo y su vieja le abría la puerta y le decía: «Juancito, hace media hora que te estamos llamando para comer!» Y no era en un tonito amistoso, era tipo ultimátum. Ese flash lo atravesó por un instante y volvió con la vista al querido mueble repleto de compacts. «¿Cuántos habrá? Dos mil, tres mil? ¿Cinco mil? Naaaaa». Todo eso pensaba y metía mano entre algunos discos que todavía estaban sin abrir.
Es que Juan hace años que trabaja en Radio Neptuno y siempre le llegan los nuevos lanzamientos de las discográficas. Y mientras en la radio no le impongan que tiene que pasar tal o cual tema, él los mira de anverso y reverso y, si es por ejemplo el último de Marco Antonio Solís o del Chaqueño Palavecino, los recibe amablemente y los manda a la biblioteca de CDs sin sacarle el celofán. O sea, le parece una pérdida de tiempo escuchar el último hit de los Chiqui Bum, ponele, para no despreciar a ningún artista en particular, y no aprovechar ese preciado momento para deleitarte con un Led Zeppelin, un Joe Cocker, un Rod Stewart, un Earth, Wind and Fire, o también un Soda Stereo, un Páez o un Calamaro, sin desdeñar un Aristimuño, un No Te Va Gustar, una pizca de La Vela Puerca, sazonado con Jaime Roos y si querés chantale un toque de música disco con Diana Ross y algo tranqui con aire jazzeado con Norah Jones…
¿Querés más? Bueno, un Jack Johnson con sus melodías cadenciosas, la calidez de Taylor Swift, la sutileza eterna de Sting, las canciones Beatles interminables de Lennon y McCartney y de ambos como solistas. Uf, mirá que hay música para arrancar el programa. “Tengo siempre tantas dudas y una verdad…/Mueve, une, sana y calma/música llenás mi alma/No es la voz de mi conciencia, pero me puede guiar/no es medicina, no es ciencia, pero me sabe curar”. El tema Religión pagana de No Te Va Gustar saltó casi de prepo hacia la cabeza de Juan. Sentía que no era El Temazo para arrancar, no le gustaba tanto la melodía ni sentía que era la mejor versión de los NTVG, pero esa letra le estaba hablando a él. Encima el disco se llama El calor del pleno invierno, y la frase esa también lo interpeló.
Ahí decidió que esa canción abriría el programa. No era la mejor, no era para empezar bien arriba tampoco, pero era la que iba en este momento. La música que te llena el alma y que sin ser la Pfizer, la Astrazeneca, la Sinopharm ni la Sputnik, sabe curar. “Nada más preciado para mí”, cantaba Fito. Y sí, nada más preciado que esta medicina para sanar el alma.