Por Pedro Squillaci | pedrosquillaci@yahoo.com.ar

Ilustración: Enrique Figna


Juan se levantó esa mañana con cara de pocos amigos. Huraño, enojado, la lluvia intensa lo había despertado y le había modificado gran parte del buen humor que suele tener. Se miró al espejo y comprobó que asomaban dos arrugas más sobre su frente. «Las marcas de la vida», dijo, y al rato se preguntó para quién hablaba si ni perro había en esa casa. La lluvia comenzaba a construir una melodía extraña, parecía la música incidental de una película de terror. O de una serie de muertos vivos. Puf. Qué imagen horrible. El espejo apenas dañado en su extremo superior izquierdo también le molestaba a Juan. Hasta el espejo estaba viejo. «Parezco un zombie de The Walking Dead», pensó. Ni se animó a decirlo en voz alta, hasta a él le daba miedo asociarse a esa serie de “caminantes” rondando sobre una ciudad apocalíptica. Una distopía. Todos luchan por sobrevivir entre los escombros de una vida que no existe más.  ¿Hay tanta diferencia entre esa distopía y esta realidad? La pandemia nos puso ante una nostalgia terrible de la vida que fue, estamos aterrados. ¿Nunca más volveremos a respirar ese otro aire? Nadie lo sabe. No podemos planear a futuro, ni a una semana. ¿Y si volvemos a encerrarnos? ¿Y si la segunda ola es peor que la primera? Dudas, más dudas, mil especulaciones y ni una certeza.

En ese pandemónium Juan trata de sacar la cabeza del agua. Y afuera cae agua sin parar, cada vez más fuerte. Los más optimistas pensarán que es un buen día para hacer el amor, dormir, escuchar música, escribir poesía, empezar una nueva serie o, por qué no, tirar las primeras líneas de esa novela que siempre soñamos hacer. Pero no, tampoco hay tanto margen para esos espacios de felicidad. ¿Dónde estoy parado? Otra vez Juan relojeó el afuera y se sintió cada vez más empapado en el adentro. Disociado. Ralentado. Como si estuviese en medio de un jet lag. Ese fenómeno corporal que uno siente cada vez que viaja al exterior, por el cual tu cabecita no puede entender que si eran las 12 del mediodía con 35 grados acá, no puede ser que al bajar del avión, después de viajar 17 horas, sean las 2 de la tarde, con 8 grados allá. Un desfasaje. Todo raro. ¿Es hora de comer o de dormir? Quizá por eso mi amigo Gaby Sellanes junto a Mauro Digerolamo le pusieron Jet Lag al dúo rosarino que sigue tocando en las calles de Barcelona en estos días de pandemia. «Al fin escuchamos música en vivo», dijo una gallega hermosa que los escuchaba abrazada a su novia, mientras ellos tocaban una versión maravillosa de Here Comes The Sun, de Los Beatles, claro, a pocas cuadras del mirador del Montjüic. Ese jet lag que sienten allá en Barcelona es parecido al que siente cualquier mortal aquí en Rosario. Lo terrible es que no nos subimos a ningún avión, entonces no queda ni espacio para el sabor de la aventura…

Aventura. Eso es, aventura. «Es momento de pensar en el programa», se alentó. Y como un designio divino (¿existen los designios divinos?) entró un mensaje de audio del querido Panza: «Hola titán, acá con todas las pilas pese a la lluvia, estoy a full con mi nuevo rol de productor y co-conductor así que hoy preparé un programa con una seguidilla de temas en los que se dice la palabra lluvia, tanto en inglés como en castellano, por lo tanto arranco con el tema de Fandermole Lluvia como apertura, pero después salto a todas las que incluye lluvia pero en inglés, por lo tanto clavo Rain, de los Beatles, de ahí a la de Madonna y por ahí también agrego Purple Rain de Prince, qué te parece, ¿buena forma de arrancar ,no?». Juan escuchó el audio y más allá de que le encantó la elección del Panza, disfrutó mucho más sentirlo tan feliz a su amigo del alma. Al toque le contestó con otro mensaje de voz: «Genial Pancita querido, claro que es una buena forma de arrancar, pero cerrá con Here Comes The Sun, así desafiamos la lluvia y apostamos a la llegada del sol, ¿te va?». El Panza le clavó un sticker con el dibujo de un solcito con lentes de sol y otro sticker con unos cuantos pulgares levantados. «Alguna vez tiene que llegar el sol», se dijo Juan, en voz bien alta, y decidió olvidarse por un rato de la imagen del espejo. Afuera seguía lloviendo.

 

 

 

 

2 comentarios para “Capítulo 22: Distopía y realidad

  1. MVVF dice:

    Here comes the sun and I say It’s all right!!
    Muy bueno! Es lindo aprender a bailar bajo la lluvia

  2. Pedro Squillaci dice:

    Gracias Vir, hay que resignificar la lluvia de una buena vez, te quiero mucho!

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