El de Jacinto es un disco de reversiones en clave de jazz de clásicos de Gardel; el de Astillero, un viaje sinuoso por los susurros de la noche.  En ambos casos: el arrojo, el desenfreno, la psicodelia, la elegancia. Dos proyectos musicales exquisitos que, por suerte, siguen floreciendo en canciones.


Noche Random –  Astillero [De Puerto]

¿Cuántas cosas pasan en un tango? Más aún, ¿cuántas cosas pasan en los tango de Astillero? Sin ir más lejos y sin dejar pasar más tiempo, vale sentarse, parar y alejarse del mundanal ruido de ahí afuera y meterse en otro. Por caso, en Noche random; reciente, notable e hirviente nuevo disco del sexteto.

El ensamble, con el inquieto Julián Peralta a la cabeza (piano, composición, dirección) tiene un largo trajín en la escena tanguera de este siglo. Es, cómo no, un peso pesado entre tantos nombres. Su formación es clásica: contrabajo (Federico Maiocchi), violín (Alex Musatov), violonchelo (Jacqueline Oroc), bandoneón (Mariano Gonzalez Calo y Diego Maniowicz), además del piano de Peralta.

La tímbrica de Astillero está a la vista. Nobleza obliga, hay que decirlo: algunos de sus discos ya forman parte del vademécum mínimo, vital y móvil obligatorio del tango contemporáneo. Sin ir más lejos, Quilombo (2017) puede entenderse como un parte aguas, no sólo en la escena en general sino también en el derrotero particular del grupo. Aquel disco, el “amarillo”, ensayaba una lectura en clave de tango de la música murguera. Dis-ca-zo. Proponía también una geografía posible: músicas que a su modo lindan el riachuelo. Ahora, la geografía más que un lugar es un momento. Una lectura, una apreciación -¿una traducción, una versión quizás?- en modo tanguero de la noche. La noche como lugar, como entelequia, como territorio. Esa pregunta: ¿qué se amontona en la noche? Otra: ¿una noche cualquiera? Una random.

Pleno de matices, de lucimientos solistas. Y sobre todo, una fiesta contrapuntística. Sino, basta escuchar la canción que abre el trabajo y que le da nombre. Así suena Noche Random. Hay arrebatos. Sosiegos también los hay. ¿Acaso el material de la noche no tiene ambos? La tragedia tanguera de Astillero suena y resuena desde ahí. Lo dicho: tímbricamente es clásico. Aunque Peralta le esquive un poco a la apreciación y sostenga que este es un disco “sin filosofía”, hay algo de conceptual en el trabajo. Por ejemplo, ello se desprende al ver la nómina de las canciones: Noche random, Promesa, Laberinto, Búho, Vigilia, Elegía, Visión. Como si la propuesta fuera un recorrido, un viaje por los diversos pasajes o caminos que esconde la noche. Las composiciones corren en su mayoría por cuenta de Peralta, aunque el bandoneonista González Calo aporta su rúbrica también.

“Esta noche que refleja el disco es un poco la incertidumbre, no saber desde dónde salimos. La canción Promesa, por ejemplo, es eso” cuenta Julián. Y agrega: “El tango no va a dejar de tener esa cosa trágica porque siempre habla, de alguna manera, de lo que se pierde. Es una simplificación, obviamente. Te dejó tu pareja o perdiste el colectivo, podés cantar eso pero son excusas para hablar del paso del tiempo y de una expresión muy fuerte de la finitud. Ojo, tener una noción muy clara de la finitud no tiene que ser sí o sí, trágica, puede ser muy festivo. Más que tragedia, lo que hay en el tango es ser muy consciente de la finitud. Por eso, también hay que militar la fiesta, el encuentro, el vino”. Desde el plano musical comenta: “exageramos algunos recursos y ahora se está poniendo un poco más polirrítmico todo. Estamos manejando una densidad contrapuntística un poco peligrosa. El paradigma, en definitiva, tiene que ser la búsqueda de la belleza”. Promesa es un claro ejemplo de eso que describe Julián. Por caso, Visión tiene un aura deforme, un ir venir que no termina de explotar ni tampoco encuentra un total reposo. A su modo, una suerte de psicodelia en clave clásica y tanguera.

Ocurre, entonces, que Astillero lo hizo otra vez. Ahí está, encumbrando el tango contemporáneo. ¿Que el género está acabado? Pero por favor: ¡que bufen los eunucos! ¿Hay noches cerradas? Pues claro que sí. Vaya si las hay. Noches que duran horas, noches que duran lo que tienen que durar y noches que duran demasiado. Días, meses, años, lustros. Pues bien, este disco puede sonar, por qué no, como un tajo de luz. Mejor dicho, como una cuchillada tanguera y filosa atravesando esa noche.

Astillero y Noche Random. Un polvorín tanguero. Mejor dicho: un reguero de pólvora tanguera. Mejor dicho: un hilo de pólvora encendida en camino a estallar. Hasta que, en efecto, estalla. Una opción, entre tantas: si nos va a partir un rayo, que eso suene así, como estos tangos. Y después, qué importa el después.

 

Gardel – Hernán Jacinto [Club del Disco]

Hay un viejo chiste que dice, poco más poco menos, así. Entra un tipo a un bar, se acoda en la barra, mira un cuadro de Gardel que cuelga desde siempre ahí y dice: «Carlitos, cómo cantaba y qué pinta». La escena se repite un día, dos, tres y sigue. «Carlitos, cómo cantaba y qué pinta» era el mantra de cada vez. Un poco cansado ya y con ganas de molestarlo, el dueño del boliche piensa: «A este mañana lo cago». Y cambia el cuadro de Gardel por uno de Belgrano o de San Martín, lo mismo da. Al otro día al llegar a la barra, el hombre no se tarda y dice: «¡Carlitos, cualquier pilcha te quedaba bien!».

No estamos acodados en alguna barra y tampoco tenemos un cuadro de Carlitos enfrente. Pero casi.

Y en la dirección que marca esa flecha, Gardel sigue siendo abordado, pensado, tocado. Se puede mirar atrás y al costado y encontrar algunas perlitas que han ido en busca del Zorzal. Por ejemplo, Bernardo Monk con Mago: viaje al universo Gardel (2021) o Marcelo Ezquiaga con Morocho (2016). Y ahora es Hernán Jacinto, finísimo pianista argentino quien pensó y se mandó en su propia aventura gardeliana. El mapa, la idea: versionar, revisitar, tocar en clave jazz algunas canciones de Gardel. Hacia allá fue, Jacinto. Es sabido que él no es tanguero. Y qué importa. Entonces, el disco que lleva por título el lacónico Gardel. Faltaba más.

En formato trío –Flavio Romero en contrabajo, Fernando Moreno en batería más Jacinto al piano- arman su propia fiesta, su goce gardeliano. Y la palabra goce no es caprichosa: se palpa el desprejuicio al momento de encarar estas músicas. Virtuosismo, desmesura y elegancia. Todo en su justa medida. Jacinto vuelca toda esa tríada en su personalísima lectura de Gardel.

Un universo despojado de su canto y de su lírica. Bueno, es una manera de decir, porque lo cierto es que cada una de estas canciones se cantan solas. Porque el corazón del disco son justamente las melodías de cada una de estas composiciones recontra mil conocidas. O sea, definitivamente populares. Y a eso apunta Jacinto y su Gardel. Entre medio, su propio ir y venir como instrumentista, como músico de jazz. En Sus ojos se cerraron, por ejemplo, promediando la canción, hay un desenfreno jazzero. Es el terreno, el momento libertino de la canción. Lo dicho: muy fino. El inefable universo de Gardel sigue encontrando surcos de belleza. Acá, por caso, la exquisita versión de Por una cabeza. O el arranque histriónico, casi histérico de Yira Yira. Mi Buenos Aires querido, por ejemplo, tiene una intención más folclórica. Por momentos, casi de carnavalito. Sobre todo en la introducción. Hasta que, bueno, todo se rompe y el vendaval del trío es otro. Volver también, aunque tenga sus ramalazos más eléctricos.

Como se sigue diciendo en el barrio: Jacinto no le escapa al bulto. Porque las siete canciones del disco son, acaso, de las más populares y harto conocidas del repertorio de Gardel. A las ya citadas hay que agregar GolondrinasEl día que me quieras. En dos palabras: al hueso. Al corazón y al hueso.

A esta altura a nadie debería sorprender el arrojo del pianista. Basta nomás echar un vistazo a sus trabajos anteriores -tanto los solistas como aquellos en colaboración. Se descubre una búsqueda, un nervio musical. Se atisba, quizás, una programática propia. Más aún, una sensibilidad que va más allá del jazz, ese que podría entenderse como su lugar en el mundo. Por eso, además de las composiciones propias y de los popes del género, en sus interpretaciones aparecen otros nombres de la música popular: Beatles, Carnota, Páez, García, Spinetta, Mateo.

Es fama. La montaña es la montaña. Y Gardel es Gardel.

 

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