El músico uruguayo está presentando temas nuevos en formato de singles con videoclip incluido y sigue girando a dúo con Hugo Fattoruso. En esta nota -y entre otras cosas- define a la experiencia creativa como una “especie de manantial que se te desata”. También dice que no le sirve el trabajo oficinesco para hacer canciones, más bien espera que la inspiración venga y lo llame.


A poco más de un mes del lanzamiento de Felipe Plef, segunda de una tríada de canciones que forman parte de una nueva horneada de repertorio con la que, advierte, “tengo material como para hacer uno o dos discos”, Fernando Cabrera no se halla en la lógica actual de la industria musical pero disfruta de cada flamante pieza y del oficio de construir obra, una tarea que sostiene hace cerca de medio siglo y que con su modo minucioso y personal ha cambiado las maneras y la atmósfera de la música popular iberoamericana.

Pero el autor, guitarrista y cantante nacido en Montevideo el 8 de diciembre de 1956, no crea en busca de ser mentor de esas influencias ni de alcanzar una posteridad celebérrima como la que parece entregarle un cancionero tan prolífico como certero que se esparce en cantidad de manos y gargantas y donde se cuentan gemas como El tiempo está después, Dulzura distante, Un par, Puerta de los dos, Te abracé en la noche, Malas y buenas, Estaba en otra vida, Por ejemplo, Oración, La casa de al lado, Soy un hombre, Viveza, Méritos y merecimientos e Imposibles, por citar apenas algunas señales de una discografía con su nombre que desde 1984 consta de 17 estaciones.

Cabrera, en cambio, esquiva los reflectores y en charla con De Coplas y Viajeros asegura sin falsa modestia: “Entiendo que hay muchísimos jóvenes por muchos lados tocando mis canciones, lo cual obviamente es lo más satisfactorio, lo más lindo y lo más emocionante para un compositor. Que otros músicos integren sus repertorios con cosas mías es el mayor premio que puedo tener en la vida, pero luego yo no estoy reflexionando sobre eso y no me modifica para nada, no me hace cambiar el sitio en donde estoy y desde qué lugar me paro para hacer música”.

Enfrascado en esa labor de orfebre donde cada sonido y todas las palabras se engarzan con un sentido de indómita belleza, el artista confiesa: “Me preguntaba a veces si yo no hubiera sido músico qué hubiera sido. Bueno, no sé, hubiera sido cualquier otra cosa, pero igual hubiera compuesto canciones solo para mí o para tocar en algún asado o para la barra de amigos de vez en cuando. Y lo hubiera hecho porque es un impulso que tengo que va más allá de la carrera musical o de la parte discográfica, es algo que a mí me nace y que va conmigo desde la infancia. Yo estoy muy vinculado a la canción, es como que viviera dentro de las canciones, entonces las voy a seguir haciendo más allá del resultado, más allá de que las publique o no. Siempre voy a estar haciendo canciones, es lo que más feliz me hace”.

En un intercambio que busca desentrañar los procedimientos y motivaciones que rigen un cancionero excepcional, Fernando repasa que “desde que empecé con esto en la adolescencia, mi único juez soy yo e incluso rara vez quedo satisfecho. Uno está siempre en una especie de permanente desafío y lucha por hacer las cosas bien. Y cada vez que haces algo, te queda lo mejor posible, pero nunca tan bien como imaginabas. Eso pasa con las canciones, con los discos, con los conciertos donde siempre hay de fondo una insatisfacción porque uno piensa que debería haber dado más o tendría que haber quedado mejor y eso al mismo tiempo te impulsa para hacer otra, para seguir adelante, para intentar otra nueva canción, otro nuevo disco. Pero así se me ha pasado la vida prácticamente y siempre estoy en la misma situación psicológica digamos. Por un lado reconocer cuando me felicitan o cuando hablan cosas lindas de lo que hago y me da mucha alegría, pero también, en el fondo, la sensación de que nunca he llegado al techo, al tope de lo que yo podría dar y ojalá eso se mantenga así porque va a significar que ese motor lo voy a tener, que ese impulso lo voy a tener hasta el último día de mi vida”.

 

Las músicas de hoy

Ante pavada de horizonte que lo impulsa a seguir caminando, componiendo y mostrando novedades, el presente del músico se reparte entre la publicación de tres temas y una nueva serie de presentaciones con su enorme colega y compatriota Hugo Fattoruso.

Las canciones en cuestión son Manta y rocío (estrenada el 26 de mayo pasado con un clip rodado por el neuquino Julián Chalde en paisajes patagónicos), la citada y testimonial Felipe Plef (con un video dirigido por el reconocido cineasta uruguayo Pablo Dotta) y la próxima titulada Primera fonda (que se apoyará en un trabajo audiovisual entre la animación y el collage visual ideado por el artista plástico Tunda Prada).

Sobre la reciente Felipe Plef, homenaje al artista callejero asesinado de un balazo en febrero de 2019, Cabrera se larga a contar: “La canción responde, lógicamente, a una gran indignación que me produjo a mí como a tantos otros cuando sucedió todo este episodio”.

Pero la canción además de recordar con cariño a este joven, que además era hijo de un amigo y un colega músico uruguayo -el percusionista Chichito Cabral, que fue fundador de El Kinto el grupo de Eduardo Mateo legendario de la década del 60 y también fundador e integrante de Totem, un grupo de Rubén Rada-, repudia estos hechos de justicia por mano propia. Estas posiciones sobre mano dura y todas esas posiciones tienen que ver un poco con los ascensos de la ultraderecha en el mundo entero y también acá y la canción quiere modestamente ser una especie de alarma o de alerta frente a esta situación que muchas veces surge del descreimiento de mucha gente o del voto ignorante de nuevos votantes jóvenes que ingresan al sistema de elecciones políticas pero con una especie de apatía o de analfabetismo político que los lleva a votar sin demasiada reflexión”.

 

Cabrera y Fattoruso: «Para mí ha sido un premio realmente estar por dentro de sus canciones y que él participe de las mías». Fotos: Rocío Coelho

Acerca de la confluencia con el multi-instrumentista y autor uruguayo, de 81 años, un cruce notable que en mayo último tuvo una premiere de tres funciones colmadas de espectadores en las ciudades argentinas de Rosario, Buenos Aires y Córdoba y que el 13 y 14 de septiembre debutará en Montevideo y volverá a cruzar el Río de la Plata para repetir en Buenos Aires (el 20 en La Trastienda) y luego sonar por La Plata, Mar del Plata, Neuquén, Bariloche y Mendoza, entre otros escenarios nacionales, la define con la expresión “maravillosa”.

“Este encuentro con Hugo –abunda- tiene muchos aspectos para mí. En principio, siento satisfacciones de distinto tipo, entre ellas las musicales por las que a veces durante los tres meses de trabajo de ensayo en su casa, pensaba cuántos músicos en el mundo desearían estar en mi lugar en ese momento tocando con él y para mí ha sido un premio realmente estar por dentro de sus canciones y que él participe de las mías. Y le agrego un aspecto más sobre lo beneficioso que es para mí estar en este momento compartiendo con Hugo, algo que es a un nivel de conducta y que a un nivel humano también me significa un aprendizaje y una influencia porque él es una persona tan vital y con tanta energía y con tanto optimismo y ganas de vivir y de ir para adelante, que me ha puesto a mí en un lugar de reflexionar sobre eso porque pareciera que él, que tiene unos cuántos años más, fuera mucho más joven que yo. Y eso me pincha, me moviliza y me da una especie de compromiso de ser yo un poco más como él, aunque sea una persona más tranquila, más quedada, que he tenido en mi vida etapas con tendencia depresiva”.

 

Ser canción

Teléfono mediante y desde su casa de Montevideo, Fernando Cabrera entreabre parte de su caja de herramientas sensibles para entregar pistas acerca del método que aplica a unas canciones que dejan huella, que abren caminos, que estimulan el alma.

¿Tiene sentido pensar en el arte como camino para acercarse a una verdad?

– La obra de cualquier artista lo que busca siempre, y aunque no lo busque igual lo consigue, es manifestar lo más cerca posible una verdad o la verdad que siente. A su vez esa obra está muy dividida en infinidad de aspectos y de temas que a veces tienen que ver con lo sentimental a veces tiene que ver con la visión de ese artista respecto a su ciudad, a su barrio, a la historia de su país, a la transmisión de las tradiciones, al estudio profundo de las tradiciones para luego tomarlas como inspiración fundamental. Ahí hay un deber de todo artista que es continuar lo que se hizo antes en esa región aunque a veces uno vea para adentro y hable del corazón y otras veces mire para afuera y hable de lo que pasa en el colectivo, pero yo creo que todo es lo mismo y depende de la honestidad del artista.

¿En qué consiste tu método de trabajo creativo?

– Los métodos van apareciendo con las canciones o van cambiando por épocas. Lo que sí te puedo decir es que no tengo esa actitud oficinesca de todos los días ponerme a trabajar determinadas horas, eso para mí en absoluto es así y puedo estar meses sin hacer nada con la cabeza puesta en otras cosas y soy más de esperar que me llegue la inspiración cuando quiera. Y cuando eso sucede lo experimento como algo natural, algo que me que me está llamando a mí y entonces ahí sí me dispongo y me pongo a trabajar. Eso ocurre cuando una idea me cae o me motiva o me sacude un poco y ahí ya enseguida nace esa especie de ímpetu, que es lo que más feliz me hace en la vida, pero no lo fuerzo. Yo estoy así siempre, con ideas nuevas y voy anotando y grabo y tengo carpetas y grabaciones y bueno, ahora mismo en estos días en cada salida me gusta trabajar en los cafés, en los bares a los que voy con el portafolio con 12, 15 letras que todavía estoy trabajando y puliendo y muchas músicas también. Siempre estoy trabajando más allá de que publique o no.

«La canción no es música más letra, es una tercera cosa que tiene sus propias reglas». Fotos: Rocío Coelho.

– ¿Y ese ímpetu puede ser una melodía o puede ser una letra o puede ser una idea?

– Hasta puede ser un título solamente como cuando en la escuela o en el Liceo nos mandaban aquellos ejercicios de redacción. Y a veces un título me aparece y me genera la curiosidad de ver qué hay detrás de él, qué puedo yo sacarle o cómo lo puedo desarrollar. Otras veces son un par de versos que me gusta como suenan y otras veces me cae una especie de impulso así muy fuerte, que hace que en pocos minutos de repente rellene una página o varias páginas con un rollo irrefrenable y ahí la cosa se transforma un poco porque me da la impresión de que me acerco a algo parecido a la escritura automática de la que hablaban los surrealistas, de dejar fluir el empuje del inconsciente sin que pase demasiado por la razón y por la conciencia. En todo caso después que uno termina esa especie de manantial que se te desata, hay que ver qué sirve y qué no sirve y puede que haya un resultado muy bueno.

¿Por lo tanto no te atreverías a elaborar una manera de encarar la composición, de llamar a las musas?

– No. Diría que hay que dejar que venga la idea y luego tratar de mejorarla, de pulirla. Y después informarse, instruirse, estudiar, analizar con detalle las buenas obras de los grandes colegas, de los grandes músicos de la canción, que es lo que yo he hecho toda mi vida, desde jovencito. Si una canción me llamaba la atención por algo, bueno, trataba de decodificar que tenía esa canción, por qué me gustaba y luego de una manera más racional identificaba a los autores que más me importaban y una vez que tenía claro todo ese panorama, agarraba los cancioneros con las letras de esos autores y escuchaba las músicas en profundidad para sacarlas con la guitarra y tratar de reproducir esas armonías maravillosas de Antonio Carlos Jobin o de Chico Buarque, las maravillas que hizo Violeta Parra con el folclore de su país y la brillantez de su poética y tratar de analizar lo que hizo Atahualpa Yupanqui y ver lo que hizo Aníbal Troilo, lo que hizo Astor Piazzolla y lo que hicieron Los Beatles y lo que hizo Bob Dylan y etcétera, etcétera. Y también, por qué no, estar atento a lo que a uno no le gusta, para poner una oreja en lo que pasa más allá de tus gustos para también decodificar y analizar por qué se hacen esas cosas, por qué le gusta a la gente. Hay que tener una actitud de estudio que no quiere decir necesariamente ir a un conservatorio o tomar clases en una academia, pero sí de estudio todo el tiempo de todo lo que suena y también de la literatura porque mucha gente se larga a hacer canciones pero sin dedicarle al mundo de la palabra la misma profundidad que se le dedicó al estudio de la música antes. Se creen que hacer una canción es juntar una anécdota, no sé, me dejó mi novia, o me fui al Polonio o lo que sea y ya está. Y es un error. Yo creo que así como un músico se prepara en el terreno musical, si vas a hacer canción también tenés que prepararte en el terreno de la palabra y por consiguiente leer lo más posible poesía, narración, prosa, de todo, para tener una idea de cómo se ha escrito y cómo se escribe en el mundo. Porque si no, luego aparecen tantos miles y millones de canciones anodinas y fofas más allá de que sean interesantes musicalmente porque esa persona no le dedicó a la letra la misma seriedad que le dedicó a la música.

– ¿Es esa confluencia única la que da sustento a la canción?

– De acuerdo. La canción no es música más letra, es una tercera cosa que tiene sus propias reglas, sus propias lógicas más allá de que esa lógica sea fácilmente perceptible o no. La canción es un género maravilloso justamente por eso, porque reúne los dos mundos: el del sonido y el de la palabra.

– ¿Cómo opera en tu mundo creativo el hecho de tener conciertos, de salir a tocar?

– Los conciertos siempre los uso como campo de prueba para cosas nuevas, para ver la reacción del público y cómo reacciono también yo porque una cosa es tocar la guitarra en mi casa y otra distinta es enfrentarte a una platea y tocar por primera vez un tema completamente nuevo u otro que ya tiene años porque uno ahí saca conclusiones de uno mismo al colocarse en una especie de trance y te metés, pasás a formar parte del flujo de la música, de esa corriente y ya no sos más vos sino una especie de siervo o de empleado de la música. Pero el dar conciertos y actuar en vivo tiene otras muchas cosas muy lindas, muy fuertes y enriquecedoras que van desde antes de empezar y que se continúan después. Es un conjunto de sensaciones muy hermosas y muy privilegiadas.

– ¿Qué es lo más te gratifica de la repercusión que alcanzan tus canciones?

– Lo que más me gusta, lo que más emoción me da, es cuando me mandan videos o veo por ahí que coros de niños de una escuela o gente incluso mayor en un coro de aficionados en cualquier ciudad o cualquier pueblo, canta una canción mía.  Eso me provoca un agradecimiento a los profesores o a los maestros de canto de esa escuelita que tuvieron la iniciativa de llevar mi canción y enseñársela a sus alumnos o al director de ese coro que llevó mi canción, la arregló para varias voces y se la enseñó a los coristas porque aparte yo mismo en mi adolescencia fui corista y por eso me emociona mucho. Pero después también pensar que esos niños no tienen la menor idea de quién soy yo y posiblemente nunca la van a tener y simplemente viene el profesor, les enseña una canción y les gusta. Es igual que me pasó a mí cuando era chico y el director del coro nos enseñaba canciones y yo no tenía idea quiénes les habían hecho ni me importaba pero las cantaba feliz. Y años después me di cuenta que eran de Alfredo Zitarrosa, o de Osiris Rodríguez Castillos, o de Aníbal Sampayo, o de Atahualpa Yupanqui y lo importante es que la canción me gustaba, como por ejemplo El alazán, que me dejaba embelesado por esa historia del caballo que se le muere al hombre.

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