Se editó el libro Dino Saluzzi: Una vida en diez jornadas. Compila charlas entre el músico salteño y el poeta Javier Federico Magistris en torno a la música, la creación, el tiempo, las pausas, el uso de la tecnología, la voracidad actual. Sobre el hacer artístico Saluzzi dice: “lo central es que no haya una intención ganadora sino un intento embellecedor”.
El ideario que el bandoneonista y compositor Dino Saluzzi sabe expresar a través de una obra monumental e inspiradora que se reconoce en la posibilidad de lo nuevo sin jamás despegarse de una tradición vital, ahora encuentra un cauce oral y escrito donde ese mundo sonoro y creador capaz de la sentencia, la memoria y la innovación se expresa de otra manera. “Yo no soy un tipo muy ‘leido’ ni me gusta tanto el comentario sobre mi laburo porque mi labor me la dio Dios”, se presenta el artista durante una entrevista con De Coplas y Viajeros en su domicilio porteño del barrio de Balvanera.
Sentado en el comedor de la casa donde impera un piano y con el estuche del bandoneón con el instrumento adentro a la izquierda de la silla donde se revuelve, Saluzzi tiene al alcance de la mano muchos de los elementos que constituyen su mesa de trabajo: partituras de colegas (como la de la zamba La Candelaria en un atril ubicado a un metro), otras partituras a medio escribir, varios lápices y lapiceras, tornillos, una regla y un lujoso cd de The George Gruntz Concert Jazz Band, álbum de 1982 donde el reconocido pianista suizo de jazz registró una versión de El Chancho dando inicio discográfico al camino europeo del músico argentino forjado en las hondas sonoridades del folclore y el tango.
Sobre ese torbellino de andares, Dino va contando las motivaciones que, de la música a las palabras, construyen un mundo personal que en su devenir deja mojones para lo que se fue gestando, para aquello que circula y para forzar la chance de mejorar eso que está por venir.
El encuentro, inicialmente motivado por la reciente publicación de Dino Saluzzi: Una vida en diez jornadas (Editorial Mil Campanas) donde se plasman una decena de charlas mantenidas con el poeta Javier Federico Magistris, vienen a complementar tales sentencias en un diálogo donde los límites entre lo artístico, lo político, lo divino y lo existencial se entrecruzan con la misma brumosa fluidez con que la vida salta del amor a la tragedia, de la pesadilla a la abulia, del sueño a la rutina.
Con 89 años cumplidos el pasado 20 de mayo y más de ocho décadas con el bandoneón entre las manos, este salteño de Campo Santo, una localidad rural y azucarera a 50 kilómetros de la capital provincial, reflexiona sin disimular caracterizaciones ni diagnósticos: “Uno de los errores más grandes que están ocurriendo es la voracidad por la cual hasta el arte se volvió un campeonato. Y por eso yo creo que a mí muchas cosas del arte que son reconocidas como súper valiosas, no me atraen porque no son valiosas desde el punto de vista humano”.
Una vida en diez jornadas
El volumen bilingüe es fiel a lo que promete y se desgrana en esos encuentros entre Saluzzi y Magistris, inspirados lances donde la anécdota se transforma en legado, donde la aparente solidez del monumento se deshace de un soplido.
“Hablamos los hombres un lenguaje de estereotipos, de estructuras rígidas instaladas en la comodidad de la confrontación. Pero esa instancia, improcedente pero real, condiciona la evolución del pensamiento y por lo tanto la amplitud de las perspectivas humanas. Esa operación testimonia el poder y sus oscuridades; el que no puede sin embargo detener la potencia que el lenguaje del arte sobre-imprime a la realidad”, arriesga Magistris en una introducción que concluye con una invitación: “Es hora de hacer silencio. Porque ahora se desplegará frente a sus ojos la entereza de un hombre que supo construir puentes más allá de la abandonada región donde nació. Tomará verdadera dimensión la obra de un músico que, sin aquella región viviendo en su memoria, no podría haberse transformado en uno de los testimonios verdaderos de que otro mundo mejor es posible”.
El recorrido se enhebra así: “Primera jornada: Imaginar otra mentalidad para buscar la armonía del futuro”; “Segunda jornada: Pensar la forma como hechos naturales que surgen de la cultura de un pueblo”; “Tercera jornada: El daño es inherente a los seres humanos y sólo podemos retenerlo con el conocimiento”; “Cuarta jornada: Como punto de encuentro la belleza nos otorga un placer inexplicable”; “Quinta jornada: La velocidad del mundo no puede expresarse velozmente”; “Sexta jornada: La armonía social y el desarrollo de las ideas necesitan de una toma de conciencia de las contradicciones”; “Séptima jornada: el confort que ofrece la tecnología nos sume en la desprotección”; “Octava jornada: En todo el mundo el desorden es tal que obliga a empezar de nuevo”; “Novena jornada: El sostén del entusiasmo está en descubrir que uno no conoce ni sabe todo”; y “Décima jornada: La solución vendrá cuando el artista le de la razón al instinto”.
Pero, además, el trabajo aporta un luminoso prólogo firmado por el historiador, escritor y ensayista Sergio Pujol quien entre los considerandos en torno a Saluzzi, señala: “Todos sus movimientos –espaciales y temporales; compositivos e instrumentales; escritos e improvisados– nacieron de su espíritu indómito. Es su rasgo yupanquiano, en cierto modo. Ética y estética se congregan para cerrar filas de un modo rotundo. Que su música haya encontrado cobijo en un sello alemán como ECM, del lúcido productor Manfred Eicher, habla tanto de la universalidad de su arte como de cierta ingratitud argentina al momento de brindarles a sus creadores las mejores condiciones de trabajo. Pero del mismo modo que Yupanqui afirmaba llevar ‘el país adentro’, la memoria emotiva de Dino está poblada por el paisaje y la gente de las provincias y la gran urbe”.
También en …Una vida en diez jornadas, que será formalmente presentado el viernes 30 de agosto a las 19 en la Biblioteca Nacional, hay un recorrido cronológico y estético donde la historiadora del arte Luján Baudino aporta un necesario repaso por una diversa y riquísima producción musical con más de 800 obras que “incluye los géneros de cámara, concertante, pianístico y orquestal. Editó una treintena de discos como líder y compositor y tuvo importantes participaciones en discos de artistas nacionales e internacionales. A partir de los años 80, la música de Dino Saluzzi fue incorporada en los circuitos de festivales de música de cámara y de jazz internacionales, dado el impacto positivo y aceptación inmediata tuvo desde un primer momento en la crítica y el público europeos…Entre sus postulados estéticos, plantea que es fundamental conocer la ciencia de la música para poder así encontrar la música en la naturaleza humana, ya que el artista entiende que es la que verdaderamente da la forma del arte, no la convención ni ninguna estructura externa al ser. Para Dino ‘la música es al mismo tiempo arte y ciencia: es una manifestación de lo bello pero, además, tiene leyes que la rigen’”.
Apuntes desde hoy
En ese entramado de memorias y procedimientos donde el arte y la vida se tutean y a 11 años de distancia del inicio del cruce con Magistris que se lee en el libro, Saluzzi dice desde el presente: “¿Para qué hablar de la música popular? Se la llama música popular como algo dicho en forma peyorativa y no entienden de qué se trata”.
– ¿Y que es la música popular para vos?
– La música popular es la manifestación del espíritu en forma comprensible para todos.
– Leyendo un poco el libro y escuchándote ahora pienso que por un lado estás expresando una necesidad de volver a cierto origen de las cosas y por otro lado provocás la pregunta acerca de qué lugar ocupa allí la creación…
– No hay creación.
– ¿No? Pero vos sos un creador…
– Eso dice la gente, pero yo no lo creo porque se corresponde al terreno del sentimiento, de la sensibilidad y de una manera distinta de mirar las cosas. De mirarlas, no de transformarlas, porque si no se destroza uno mismo, se rompe. Y ahí tiene mucho que ver el negocio y esa cosa demasiado frágil de no tener una mirada mucho más profunda de la cosa ha destruido muchísimo cuando se supone que la vida es un punto en donde nosotros tratamos de ubicarnos para ser felices y vivir el escaso tiempo que vivimos.
– Pareciera que hay en vos una necesidad de poner en palabras aquello que emana de tu música, algo que también aprecié en el prólogo del libro de Mariano Suárez y Miguel Ángel Taboada Troilo. Una teoría del todo (2022, Mil Campanas) donde en ese escrito titulado Una genealogía de la libertad decís que el bandoneón “acaso sea el instrumento perfecto para hacer de la música, bien concebida, aquello que nació para ser. El instrumento para la emancipación para el libre pensamiento y para la libertad”.
– Yo no me acuerdo de lo de ese libro, pero siempre pensé lo mismo y con el bandoneón tenés que sentarte y tocar. Y no mentir. Lo que sí realmente me conmueve muchísimo es por qué la sociedad argentina no apreció sus valores más caros, sus valores más importantes cuando un tango es mejor que un ejército porque con el tango no se mata, se embellece la vida. Con una zamba no se mata y se gana al otro, se lo embellece. Se le muestra un mundo que está a la par de uno, que está pasando en el momento en el que uno pasa también. Yo soy una persona muy sensible y hay cosas que son completamente inútiles; la información a través de la lectura no es buena, pero la información a través del sentimiento y a través de la sensibilidad es la verdadera escuela.
– ¿Y creés que el arte es transformador?
– Es muy difícil llamarlo arte o no arte. Pero lo central es que no haya una intención ganadora sino un intento embellecedor. Por eso son tan importantes las cosas que tendrían que haberse hecho y no se hicieron. En ese caso, no estaríamos en esta situación.
– La situación a la que referís lleva a pensar en un modo de vida cada vez más destructivo, ¿qué pensás como la mejor forma de vivir en sociedad? ¿tal vez las pequeñas comunidades?
– Las formas de vivir en sociedad son las formas dictadas por la vida misma. A una persona no se la puede cambiar por la fuerza y habrá que pensar y saber más para entenderla mejor pero no para convertirla en otra cosa que no quiera ser. No creo en la transformación a través de la ciencia cuando la palabra ciencia está cargada de poder, de intenciones que pretenden cambiar el hecho natural de las cosas.
– ¿Son esas las cosas que ves y que te preocupan las que te empujan a salir a poner en palabras?
– A mí me llevó el destino. Todo lo que hice lo hice porque tenía que hacerlo ¿Quién me dijo que lo haga? Yo fui a Europa a terminar de estudiar, a conocer otros músicos, otras músicas, otras formaciones, otra de manera de dirigirse a las personas, otra esperanza, otra situación, pero no pude resistir vivir fuera de mi pago. No pude y me volví con la intención de ser útil para mi país y me pagaron mal.
– ¿Eso te hace sentir deseos de abandonar? ¿de no tocar más?
– Yo tengo ganas de tocar en cualquier lado. Sin la música no podría vivir, sin el bandoneón, sin tocar. Siento que no tengo que dejar de tocar para no olvidarme de esa cosa maravillosa a la que le decimos “fueye” y me gusta tocar con mi hijo José María que es un excelente guitarrista que me conoce tan bien que me hace sentir en el cielo. Pero lo que más ansío es que se termine con el “chanterío” sobre la música argentina en manos de quienes no les corresponde para así saber quiénes somos y reconocer que tenemos la mejor música del mundo.
– ¿Se puede contar en qué trabajás ahora?
– Hay un chico de Salta que canta, que se llama Nico Cau, y al que le estamos haciendo un disco para que la gente escuche una cosa que es realmente única y que nadie le enseñó.