El prolífico músico y compositor presenta Origami, un proyecto musical junto a Nico Ibarburu. Además, está por editar las partituras de su disco Luz de Agua y continúa trabajando junto a su banda, el Colectivo Baldío. El cauce de Sebastián Macchi se nutre y avanza como los ríos que tanto lo inspiran.


Suponer una entrevista con Sebastián Macchi en la que se hable de música solamente, es imposible. El universo del pianista, compositor, arreglador y productor, es tan amplio, que en cada punto que se toca surge una nueva aventura, una musicalidad de palabras, poesías y experiencias sensoriales, que van mucho más allá del sonido.

Con 6 discos editados, Macchi pertenece a ese mundo entrerriano de artistas cuya creación marca un hito en la música argentina. Como la figura y poesía de Juanele, presente en muchos de los proyectos, con el Paraná que conecta con el sur y el norte y con esos sonidos locales que se nutren de aires orientales y brasileros.

Por estos días, Sebastián se unirá a otro músico talentoso, el uruguayo Nico Ibarburu, para presentar en algunas ciudades el proyecto Origami que comparten a través de canciones propias y clásicos de la región. El proyecto se completa con Fernando Silva en bajo y Gonzalo Díaz en batería. Este jueves 6 de junio se presentarán en Café Berlín (CABA), con Noelia Recalde y Juampi Di Leone como invitados. El viernes 7 será el turno de Rosario, en Plataforma Lavardén; el 8 en Espacio Recreativo Metropolitano de Rafaela y el 9 en Tierra Bomba, Paraná.

Más adelante prepara la presentación de las partituras musicales de Luz del Agua, aquel disco del año 2005 en el que musicalizó poemas de Juan L. Ortiz. Continúa con Colectivo Baldío, una amorosa agrupación en la que despunta sus propios sonidos ligados al rock y al jazz; y planea un descanso de la vorágine del vivo para guardarse en pos de la creación: estoy sintiendo necesidad de trabajar puertas adentro en la construcción del nuevo repertorio del grupo. Hay músicas que están compuestas para ensayar y arreglarlas, hay que fortalecer todo el adentro de la música dando lugar al silencio y a las preguntas para dejar emerger lo más genuino y lo más honesto”, dice.

– Estás por presentar en Argentina Origami, un proyecto a dos orillas junto a Nico Ibarburu que es otro hito en tu carrera. ¿Cómo surgieron esos encuentros que tomaron forma de disco y cuál es el intercambio entre ustedes hablando musicalmente?

– Nico es un músico sin fronteras, un omnívoro musical y ha tocado en muchas bandas, muchos grupos que vienen del rock y del candombe, músicas muy rítmicas en donde se juntan el groove más tratamiento de la voz, la armonía, el sonido y creo que entonces esos dos universos encontrándose se potencian, se complementan.

– Así como la de Nico, tu carrera se divide en un montón de partes musicales, cuyo centro sos vos, ¿de qué manera interactúan todos tus proyectos entre si?

– Desde siempre el norte en la búsqueda musical ha sido la composición, la búsqueda creativa, y eso me ha llevado a indagar bastante o acercarme a muchos lenguajes pero siempre para volcar eso en una paleta propia. Me encanta tocar con muchos músicos que vienen de distintos lugares, que traen distintas riquezas y eso por supuesto es un nutriente enorme. Siguiendo ese impulso creativo propio es como también voy pudiendo desplegar distintas facetas, distintas sensibilidades que van desde la poesía hasta la orquestación, a lo tímbrico. En este momento, por ejemplo, estoy trabajando con un quinteto, con Colectivo Baldío, que tiene un tinte más de grupo, de una música que busca una expresión más extrovertida, más eléctrica. Y bueno, siempre hay una inquietud de buscar algo nuevo, de seguir descubriendo, de estar moviendo pequeñas fichitas para que la sorpresa y esa fascinación con la música esté viva y esté resonando.

– ¿Qué es Colectivo Baldío y cuál es el click musical más ligado al jazz que te lleva a crear ahí? ¿Qué inspiró las canciones de Melodía Baldía?

– En verdad esa parte de los rótulos musicales me cuesta un montón porque pienso muy libremente la música y simplemente por ahí le voy dando el lugar a influencias, van apareciendo colores que uno puede asociar a tal o cual música, pero no hay una búsqueda prefabricada o condicionada de estar dentro de ningún género en particular. En el caso de Colectivo Baldío son canciones y hay una sonoridad un poco más eléctrica de teclados, guitara eléctrica, batería, bajo eléctrico y eso de repente estaría más asociado al rock, también hay improvisación por momentos y eso se asocia al jazz rock o al jazz, pero en definitiva son canciones, y siempre hay un vínculo muy grande con el paisaje. Siempre hay un discurso de una mirada íntima que tiene que ver con la poética del litoral y dentro de ese repertorio hay oscilaciones de distintas energías. Lo que puedo sí decir es que hay en este caso un permiso propio a vincularse con esos lenguajes, a dejar que esas influencias aparezcan, influencias que tuvieron que ver con la época de la adolescencia, donde escuchaba mucho Spinetta, Charly García, Fito Páez y generacionalmente me marcaron. Más allá de que también, como contaba, las distintas búsquedas han abierto caminos que fueron también a buscar en la música clásica ya hace tiempo o la posibilidad de vivir en Brasil y tocar mucha música brasilera. Son todas experiencias que marcan profundamente.

– Hablás de tu lugar y paisaje abordándolo de manera universal. Algo así como la frase pinta tu aldea y pintaras el mundo. ¿Cómo es el proceso de composición?

– Sí, hay una sensibilidad enorme con el entorno, con el paisaje, con las formas de ser de la gente de estos lugares, me refiero a la ribera del Paraná principalmente y a la provincia de Entre Ríos. Esta región entendida como una región y de algún modo siento una intención o un deseo profundo de consagrar el canto, la mirada artística a la expresión de este lugar. Me motiva poder traducir musicalmente o poéticamente toda la dimensión que tiene habitar este lugar y este tiempo. Entendiendo además que somos parte de una tradición enorme de varias generaciones que llevan preguntándose las mismas cosas o por aspectos afines o parecidos y, a la vez, que la frontera política no es tan determinante. Que somos parte de una gran región, que incluso va más allá de los límites nacionales, y que integra al Uruguay y al sur de Brasil. Al mismo tiempo que me siento parte de Latinoamérica y, como los ríos de Sudamérica pasan por mi barrio y desembocan en el Río de la Plata, con la música pasa algo parecido y me gusta sentirme parte de esa red, de esa pulsión vital de la cultura.

– La provincia de Entre Ríos siempre ha estado separada del resto del litoral musicalmente hablando, por tener una inquietud más de fusión, que las provincias del norte litoraleño ligadas al chamamé. ¿Pensás que esa fusión tiene que ver con la cercanía al Río de la Plata y las músicas mas urbanas o el candombe uruguayo?

– Tuve la oportunidad hace unos años de viajar a tocar a Río Grande do Sul, a Porto Alegre y allí descubrí que la chamarrita, al igual que acá en Entre Ríos es una música fundamental, pilar de la cultura gaúcha, de la música tradicional. Fue hermoso ver esa coincidencia y descubrir esto de que la música ha viajado siempre, entonces quizá lo que tomamos como la tradición pura de un lugar en realidad viene fusionándose  desde hace muchísimos años (la sorpresa no fue sólo esa, porque allí descubrí que el origen de la chamarrita está en las Islas Azores de Portuga)l. Fíjense que la música que se considera tradición de por lo menos dos lugares (incluso creo que Uruguay también la toma como ritmo tradicional) nació en una Colonia Portuguesa a miles y miles de kilómetros. Creo mucho en esto de que la música y la cultura de los pueblos han viajado siempre, entonces me gusta sentirme parte de este movimiento que por supuesto continúa y de algún modo en estos tiempos de cultura globalizada podemos encontrar resonancias con culturas que aparentemente están muy lejanas y un gran misterio que también como creador me lleva a buscar lo más lejos posible, con raíces profundas pero mirando a lo lejos.

– Sos un compositor muy prolífico. ¿Con qué parte de tu esencia tiene que ver esto de componer tanto y a veces con diferencias de estilos, que a su vez termina generando nuevos proyectos?

– Al mismo tiempo que la música me cautivó y fue tornándose mi vida, la literatura y, en especial la poesía, también fue aprofundando (como dicen en Brasil) mucho en mi ser. En especial la poesía de Juan L. Ortiz, de la que me enamoré para siempre y me llevó a indagar mucho en su universo. Y a su vez en todo lo que a él lo nutrió como poeta, como escritor y todo lo que él también dejó. Mucha gente fue muy influenciada o marcada por él como (Juan José) Saer o (Hugo) Gola en Santa Fe, y con el tiempo esa sensibilidad fue encontrando un canal en la canción, entonces música y palabra fueron encontrándose y dialogando en una búsqueda de expresión orgánica, mundos que en principio no estaban aún reunidos y pudieron hacerlo. Al mismo tiempo, la música instrumental es algo que me impulsa un montón, que me llama, que me inspira hacer, como el lenguaje de la música pura, sin palabras. Donde hay un montón de sentimientos que no se pueden expresar con palabras pero que con la música se pueden traducir. Entonces me hace muy bien y a veces necesito eso de estar en silencio de palabras y dejar que la música traduzca en una melodía un estado del alma. Son pequeños universos internos que me habitan y que por tiempos o por épocas van teniendo más o menos actividad, pero están siempre presentes y siguen su camino.

– ¿Qué músicas y músicos han sido tus guías? 

– He tenido la suerte de estar cerca de maestras y maestros muy especiales, estudié con Carlos Aguirre de los 15 a los 18 años, y eso me marcó para siempre. Pero después tuve la oportunidad de vivir en Cuba y estudiar con un maestro allá y en Buenos Aires con Lilian Saba y con Susana Agrest, pianista de música clásica formada en Viena con la que pude saber más sobre el instrumento;  después vivir en Brasil, estar cerca de la escuela de Hermeto Pascoal a través de su bajista de toda la vida que es Itiberê Zwarg. Y también de toda la música brasilera. Y bueno, cada una de estas personas o maestros me convidaron de su universo de sus músicas.

– ¿Qué estas escuchando actualmente?

– Hoy en día escucho la música de mis amigos, como la del Nico, la de Pedro Guastavino y Hugo Maldonado y también siempre vuelvo a las músicas que me marcaron para siempre: Spinetta, Charly, Fito, los cantautores de Brasil, Chico Buarque, Milton Nascimento, Gilberto Gil, la música folklórica argentina, el Cuchi Leguizamón, el Chivo Valladares, etcétera.

– Carlos Aguirre, ha sido una figura especial no solo por compartir proyectos sino por editar en su sello. ¿Qué significa ser parte de este concepto productivo que es Shagrada Medra?

– Es un orgullo ser parte del sello Shagrada Medra, llevo editados seis discos por este catálogo y siento que es un conglomerado de músicas tan amplio y rico, que con el tiempo va a ser ineludible porque refleja toda una década y todo un modo de hacer. Más allá de que hay distintos géneros, hay una búsqueda común de detenimiento sobre el trabajo, sobre el arte, un modo de hacer, de cuidar la música, de curarse con ella. Aprendo un montón escuchando el trabajo de los distintos colegas y las distintas colegas que van editando este sello.

– Además de económicamente, claro, este tiempo afecta la escena musical independiente de manera más cruda y fuerte. Pero, ¿cómo afecta las composiciones, qué cosas se suman a las canciones?

– De un modo realmente sorprendente la música se torna amparo, se torna refugio, se torna una especie de templo donde preservarse de momentos tan hostiles, tan divididos como el que estamos viviendo, tan densos, tan fieros y al mismo tiempo se torna como una fortaleza misteriosa, yo no sé de dónde sale esa fuerza. Entonces, el hacer de la música se vuelve un arma del bien como si fuera que uno va tirando flechas para que la cosa vaya para otro lado, no para este lugar que nos encuentra enemistados o deshumanizados ante tantas cosas. La música se vuelve eso, se vuelve como un flechazo en la dirección opuesta que busca tocar el corazón de otras personas y, aunque sea por un segundo, trae otra cosa que conecte con su propio sentir, que conecte con el propio bien de su corazón. Este hacer musical se vuelve también como una especie de militancia que por supuesto es una militancia más sutil que la de la gente que está poniendo el cuerpo en las calles, en las instituciones, las escuelas o comedores barriales, pero es una forma también de lo mismo, también le ponemos el cuerpo para llevar la música adonde se pueda, donde haya un grupo de personas que esté dispuesto y abierto a este mensaje. Por eso creo que también lo nuestro tiene una raíz política.

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