El nuevo material del músico entrerriano salió a mitad de este año y cuenta con invitados como Pablo Dacal, María Ezquiaga y Barbarita Palacios. Once canciones que retoman universos del folklore con impronta personal.
En la música de Pol Nada se conjugan elementos de universos antagónicos: el misterio del monte y la arquitectura tecnológica de la ciudad. Allí conviven en tensión y armonía. En su nuevo disco, Aparecido (2023), el cantante y compositor entrerriano profundiza esa búsqueda sonora y estética. Según cuenta, el aparecido es una figura de la transformación y es parte de la épica litoraleña; una épica silenciosa y sutil que requiere ir a su encuentro para ser descubierta. A Pol Nada, el nombre artístico de Pablo Jacobo, le interesa indagar en el plano inconsciente, en aquello a develar. “El aparecido es eso que tiene presencia, pero que no tiene una materialidad tan concreta. Tiene que ver con la oscuridad, pero también con lo cotidiano. Muy pocas figuras abarcan esas dos cosas aparentemente contradictorias: lo cotidiano y lo misterioso”, explica el músico a De Coplas y Viajeros.
Las once canciones de Aparecido –editado por Fértil Discos- combinan la música folklórica litoraleña y la electrónica en un recorrido sonoro cargado de densidad, oscuridad, belleza, misticismo y psicodelia. En esta aventura, Pol Nada no está solo. Una larga lista de invitados e invitadas enriquecen el viaje: Javier Casalla, Barbarita Palacios, María Ezquiaga, Juana Aguirre, Barda, Pablo Dacal y el Coro Folke. “La conversación para mí es la cosa que más sentido le da a la existencia. A veces invitar a un artista a cantar es crear el espacio para eso”, sintetiza el también psiquiatra. “Para mí Aparecido es un disco de folklore, pero no me refiero al ritmo, sino al gesto folklórico: el silbido, las letras, la forma de recitar, un montón de cosas que tienen que ver con el folklore que no necesariamente son tocar un chamamé o una chacarera”, distingue. “Hay canciones que no tienen tanto ritmo folklórico, pero el abordaje sí tiene que ver con eso. Es un concepto de folklore más ampliado”.
– La palabra folklore es bastante ambigua, de hecho.
– Sí. Y también me interesaba esto de los gestos, porque me parece que cuando uno toma gestos y no algo acabado y cerrado es más vital lo que puede producir desde ese lugar. Si vos agarrás una obra y la tocás exactamente igual a la original está bueno, pero es más interesante cuando aparece la vitalidad. Hay una idea del folklore relacionada a que tiene que estar en un museo y no se puede modificar, porque no vaya a ser cosa que “pierda su esencia». En cambio, yo lo veo al revés. Me interesa trabajar para pasar esa obra por mi cuerpo y encontrarme con la esencia. Y un truco para eso es encontrar los gestos del folklore y no tanto la estructura que tiene que tener tal cosa.
Pablo Jabobo nació en el pueblo entrerriano de La Paz en 1977 y vivió allí hasta los 18 años. Después se mudó varios años a Rosario y hace casi una década se instaló en Buenos Aires, en el barrio de Monserrat. En su casa familiar la música folklórica y litoraleña era parte del paisaje. Los De Imaguaré y Los Chalchaleros sonaban con frecuencia. Pero no era una música que le llamara especialmente la atención en esos años. Por esas cosas del azar, a cinco cuadras de su casa vivía una leyenda de la música folklórica litoraleña: el compositor, poeta y pintor Linares Cardozo (1920-1996). Después de un recorrido por el pop y varios discos en esa línea –Querés estar solo (2008) y Te vamos a salvar (2013)-, Pol Nada sintió la necesidad de reencontrarse con sus raíces musicales y se metió de lleno a investigar el folklore litoraleño. El largo proceso de exploración y creación desembocó en La San Llamarada (2017), un disco en el que revisita en clave psicodélica la obra, justamente, de Linares Cardozo.
“Primero tuve la intención de hacer un disco folklórico y luego me puse a investigar en la chamarrita o cómo rasguear bien un chamamé. Me puse a estudiar el núcleo duro del folklore, pero todo lo otro estaba ahí, como silbar o recitar”, dice sobre la génesis de la investigación sobre el folklore de su tierra, que comenzó allí por 2015. “Entonces, tenía que ubicar todo eso en un lugar distinto y por fuera de una lógica establecida”, explica el músico. “El folklore siempre estuvo dando vueltas, pero un poco lo dejaba ahí en otro lugar. No sabía cómo ubicarlo. Porque tenía una relación muy cercana con el folklore desde chico pero sentía que para abordar un trabajo así estaba bueno primero tomar distancia y después acercarme”, explica.
Esa exploración creativa devino en la trilogía que completa ahora con Aparecido, pero que inició con el EP La San Llamarada (2017) y continuó con Pluma (2018), un disco de reversiones remixadas de La San Llamarada con la participación de músicos invitados. “Me decidí primero a trabajar con la obra de Linares Cardozo, que es un prócer de mi pueblo. Pero la relación de los adolescentes con los próceres a veces es algo problemática. En este caso era un adulto joven que, viendo a ese adolescente, se preguntaba qué onda con ese prócer”, contextualiza. “Y cuando me encontré con su obra descubrí cuestiones que tenían mucho que ver conmigo, más de lo que yo pensaba. Entonces, lo que iba a ser un disco de folklore de canciones mías terminó siendo uno de versiones de canciones de él, también porque mi forma de investigar la obra de otro artista para mí tiene que ver con pasarlas por el cuerpo: aprender las canciones, escuchar, probar formas de cantar y tocar, ir a los lugares que tengan que ver con la obra del artista”, completa.
– ¿De dónde viene la oscuridad, el misterio y la psicodelia del disco y de tu música en general?
– No sé si puedo establecer de dónde viene, sí puedo decir qué es lo que me interesa. Se encuentran cosas misteriosas y cotidianas en la idea del aparecido. Cuando digo oscuro me refiero en un sentido amable. Oscuro como una posibilidad o la idea de lo desconocido, lo inconsciente. Hay un concepto muy del psicoanálisis que tiene que ver con eso que se nos presenta como extraño pero que es conocido. Cuando nos da miedo una voz pero nos resulta familiar. Lo oscuro también es aquello a develar. Lo que me pasó con eso es que me parecía que había algo ahí no tan explorado. De todos modos, hay artistas que ya transitaron por esos lugares como Nick Cave o Leonard Cohen. Y Linares Cardozo tiene una canción que se llama La palma con agua, que para mí es una psicodelia oscura. También tenía que ver con un sonido que estaba buscando. Lo oscuro en cierto sentido se toca con la idea de la psicodelia. Me interesa esto de que no hay forma de cerrar o definir el concepto. Lo propio que no está en un plano consciente o que no está tan abarrotado de uso. En general, para poder encontrarse con lo que realmente uno está eligiendo tiene que desprenderse de un montón de capas que están impuestas. Entonces, el concepto tiene más que ver con hacia a dónde me lleva algo que de dónde viene.
– Las canciones del disco tienen un abordaje electrónico, pero la electrónica está al servicio de la canción, ¿eso fue buscado?
– Sí. Esa es la principal diferencia con las canciones más electrónicas de Pluma. Algunas de esas canciones tienen un objetivo casi bailable. Si bien acá hay canciones como Imperio, que tiene bombo en negra, incluso ese tema tiene estructura de canción. Hay temas que empiezan a crearse a partir de un sonido. De todas formas, cuando yo pienso la electrónica no lo pienso con un sentido bailable sino que lo que más me interesa de la electrónica es la plasticidad que tiene, todo lo que se puede hacer con ella. Hay cosas que no suenan sintéticas o digitales pero son electrónicas.
– ¿Y te sentís parte de la escena del folklore digital?
– Trato de no quedar limitado a un concepto. Me parece que es importante no quedar atrapado en un encuadre que después termina siendo un direccionamiento. Cuando la música independiente en una época era de lo más interesante que había -ahora creo que en el mainstream hay muchas cosas interesantes pero hubo un largo periodo en que no-, en un momento me preguntaba si la única particularidad que tenía la música independiente era que no estábamos en un sello. Pero son tantas las bajadas de línea que a veces termina siendo música muy dependiente, porque pareciera que hay que seguir cierta normativa para que sea considerada independiente. Entonces, yo decía: «no sé si me encuadro como músico indie». En el sentido de poder seguir trabajando con libertad o pegar el volantazo que quiera en cualquier momento. Las definiciones que se ponen de moda terminan complicando más el asunto que aportando algo. Siento que uno tiene que estar atento a esas cosas.
– ¿Por qué decidiste en este disco darle tanto lugar a las voces, a la impronta coral? También hay voces de artistas invitados.
– A mí me interesa mucho el sentido de la mezcla. Trabajar con otros, encontrarme, la posibilidad de conocerse. La conversación para mí es la cosa que más sentido le da a la existencia. A veces invitar a un artista a cantar es crear el espacio para eso. Cantar una canción con otro es una conversación. En Te vamos a salvar (2013) también tenía muchos invitados. Pero yo quizás no tenía algunos recursos, como un estudio para que se dé una experiencia más interesante. Después la cuestión de los coros en particular me interesa desde siempre. Hace rato quería hacer algo con la cuestión coral. Hubo todo un proceso. El coro le dio una organicidad al disco. De chico, en el pueblo, iba a una iglesia evangélica bastante particular y ahí cantaban todos muy bien. Después canté en algunos coros en La Paz. En Entre Ríos quizás no había tantas bandas de rock, pero sí había muchos coros. Era accesible la música coral. La voz humana tiene una cosa de fragilidad y potencia que es interesante.