Después del tema de Charly, volvió otra vez la promo de Me cago en todo y Juan se puso los auriculares para seguir con el programa. «Bueno, oyentes, ¿cómo les va? Recién, antes de entrar, me quedé conversando un ratito con Virginia. ¿Saben quién es? Es esa señora, toba, de unos 40 y pico, o 50 y pico, no sé bien la edad, que todas las noches está enfrente de la radio abriendo la puerta de los taxis. «Buenas noches Juan, cómo anda usted, cuando tenga un par de zapatillas que le sobre, no se olvide de mí. Buenas noches don Juan, cuando tenga una camperita que no use no se olvide de mí. Hola Juan, cuando le quede algo de comida en la heladera, no la tire, no se olvide de mí». Eso me dice Virginia todas las noches. En realidad, no es para ella, es para sus hijos, uno trabaja de albañil y el otro tiene una discapacidad. Es madre soltera Virginia, los chicos nunca conocieron a su papá. Y yo no me olvido de Virginia. Ella la rema todas las noches, no vende merca ni es mechera, eh, abre puertas esperando los diez pesos tuyos, míos, una ropita de aquel, unas zapatillas de aquella, una milanesa mordida de otro para tener una cena para los tres. Entonces, digo, se puede decir ¿“me cago en todo”?»
El Panza bajó la cabeza. No pasó un minuto y empezó a sonar el teléfono. El celular de Juan empezó a explotar con mensajes. Todos eran de Don Neptuno. Juan se sacó los auriculares, le pidió perdón al Panza y salió del estudio. En la puerta estaba Maite, con auriculares, había escuchado todo.
– Ya me la veía venir, por eso estoy acá.
– Pero Maite, no hacía falta, amor.
– Te quería acompañar, anoche estabas brotado con el tema de estos pibes, y sabía que no te ibas a callar.
– No podía traicionar a mi audiencia, pero no es solo eso, no podía traicionarme.
– Bueno, Juan, tranqui. Quizá se pueda charlar con el dueño y…
– No, Maite, ya está, me acaba de escribir por Whatsapp que se terminó mi programa, que me raja, que pase mañana a cobrar por la radio. Y alcancé a convencerlo para que no lo eche al Panza. Al menos conseguí eso.
Juan terminó de contarle a Maite y salió El Panza a la calle, lloraba como un chico.
– No te echaron Panza, quedate tranquilo, Don Neptuno me confirmó que seguís en la radio.
– Ya sé que sigo, por eso estoy llorando. Te pedí que te callaras y no pudiste, no podés ser tan cabrón. Me iría a la mierda con vos, pero sabés lo que necesito el laburo, no tengo otra cosa.
– Olvidate, Panza querido. Escuchá, ¿tengo cinco minutos finales para despedirme de la audiencia?
– Sí, bolu, quedan siete, está sonando El Plan de la Mariposa ahora, dale, date el gusto.
Juan entró al estudio, esquivó a los pibes de Me cago en todo, que lo insultaron de arriba abajo, se puso los auriculares y pidió aire, por última vez.
«Hola a todos, me explotan las llamadas y los teléfonos de los oyentes. De un lado, cientos de personas me dicen que me bancan a morir, y del otro lado, uno solo me dice que me está rajando. Y es así, me rajaron nomás. Había que callarse la boca y no lo hice. Perdón Don Neptuno, pero no puedo salir al aire en la previa de un programa que se burla de la gente de a pie, que no repara en las desigualdades, que desde el título ya está diciendo que no tiene empatía en el otro, en la otra, y en tantos otres. Ya excede el tema musical, que no comparto para nada, pero sería lo menos grave en este caso. Y Nico y Luciano que me están insultando detrás de los controles, no les guardo rencor, son emergentes de una sociedad en crisis, que sangra por las heridas que nunca supimos cicatrizar. Yo ya pertenezco a un tiempo que se fue, de la radio, del diario papel, de los ideales, de los sueños por venir, del rock que llegaba para salvar el mundo. Pero hoy salté contra el poder y me rajan. Son las leyes de mercado capitalista, nunca muerdas la mano del que te da de comer. Me lo recomendó tantas veces Clorinda, mi vieja, que laburaba de cantante en un varieté; y Ernesto, mi viejo, que se ganaba la vida sacando fotos para un diario de la ciudad. Y la mordí. Es el final, pero, ojo, cuando algo termina siempre hay algo que empieza. No me van a callar así nomás. El aire es público. Ya me van a oír por ahí. Como cantan los de El Plan de la Mariposa en La vida cura: “Dejala correr que solita te lleva/te lleva a crecer en el vaivén de la marea. A no bajar la bandera de los sueños, la única batalla que perdés es cuando no das batalla. Nos vemos en otro aire. Hasta siempre”».
Juan salió del estudio y se abrazó con El Panza y Maite que estaba en los controles también. Los hijos del dueño ya no lo insultaban, es más, lo miraban con más admiración que respeto. El Panza se quedó a musicalizar Me cago en todo, que arrancó más tarde porque Yon Ji, y Elmo Lesto estaban shockeados todavía.
Maite y Juan caminaron dos cuadras en silencio. Ella acomodó su mano izquierda en el bolsillo trasero del jean de él, y Juan la tomó de la cintura y colgó el pulgar en un pasacintos de Maite.
– Estamos enganchados, viste.
– Sí, Juan, claro, ¿por qué me lo decís?
– Porque me gustaría que nos siguiéramos enganchando en un programa de radio, por ejemplo.
– ¿Yo? No cazo una de radio…
– Mirá, hay tantos que no cazan una de radio y les va bárbaro, ¿o querés que te dé algún ejemplo?
– Yo no tengo un padre dueño de una radio, ni me interesa.
– Pero tenés un novio que te va a acompañar siempre, y que se muere de ganas de armar algo nuevo con vos.
– Pero ¿cómo, en dónde, en qué radio, con qué operador?
– El operador es lo de menos, el Panza puede venir sin dejar Radio Neptuno. Los oyentes están ahí, le podemos sumar streaming para que tenga más visibilidad y estamos más acordes a estos tiempos, pero mis contenidos no se mueven. La esencia no se toca, la pelota no se mancha, decía el Diego, ¿no?
– En dónde hay que firmar?
Juan y Maite se abrazaron fuerte y se dieron un beso de telenovela de la tarde. Al rato, entró una llamada perdida, era el Panza. Se miraron y empezaron a cantar “Dejala correr, que solita te lleva/Te lleva a crecer en el vaivén de la marea”. Después siguieron caminando por una calle sin nombre. Y se perdieron para volver a encontrarse.