Elipsis. Hay hechos que sucedieron y no se cuentan, pero ya pasaron y el resultado es el presente. Ese presente que te golpea en la cara y también te acaricia. Pasaron varios meses desde que Juan le pidió a Maite armar ese nidito de amor. Suena cursi, claro, pero fue más o menos así. Ya viven en pareja en su depto de barrio Echesortu. Ella está recién arrancando con la nueva versión de Chucherías y todo marcha más o menos bien, como canta Santiago Motorizado. Juan está movilizado. Siempre que se viene una experiencia nueva hay un revoltijo hasta que todo se acomoda de nuevo. O no.
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Es noche de viernes, todavía está al aire la promo del nuevo programa de Radio Neptuno titulado Me cago en todo de los influencers Yon Ji y Elmo Lesto, que sale pegadito a El foco de Foco, pero este va desde la medianoche hasta las 3 de la mañana, y además sale también por streaming y es tendencia en redes. Juan no puede evitar poner cara de desasosiego cuando escucha las voces de los pibes gritando con una base de reggaetón realmente insoportable. Lo mira al Panza en los controles, él le levanta los hombros como diciendo «y bueh». Y a la vez lo mira como suplicando «no te la mandes, no digas nada, que de ese programa no podés hablar». Es que Yon Ji y Elmo Lesto son los nombres ficticios de Nicolás y Luciano, los hijos del dueño de Radio Neptuno, nada menos.
Pero Juan no puede con su genio, y si tiene una piedra en el zapato no va a caminar dos kilómetros hasta que le salga la ampolla, se la saca y listo. «Hola, buenas noches a todos, noche de viernes en El foco de Foco, y ya estamos en la semana del cumpleaños número diez, quince, ni me acuerdo, pero es una fecha de celebración para este programa que noche a noche siempre es fiel a hablar de lo que sale del cuore. Somos leales. Y cuando hablo de lealtad no hablo de colores políticos, o sí, por qué no, digo ser leal a lo que uno siente. Decir lo que a uno le viene en gana, exorcizar los demonios y largar todo lo que te pega en el pecho y tenés necesidad de decirlo, cueste lo que cueste». A esta altura, el Panza ya había empezado a hacerle gestos de «no way». Empezó con los ojos, siguió con las manos, y al rato comenzó a golpear el vidrio de la sala de control, hasta que cuando intuyó lo que iba a venir, clavó el machacante «ah, ah, ah!» de No me dejan salir, que venía justo porque se están cumpliendo 40 años de Clics Modernos y hasta le pusieron el nombre de Charly a la famosa esquina de Nueva York donde García hizo la tapa de aquel disco inolvidable. Pero lo que hizo el Panza, en vez de aquietar las aguas, fue como un chorro de nafta en medio del fuego de un asado.
– ¿Qué estabas por hacer?
– Nada, ¿por qué me decís?
– Juan, hace mil años que soy tu operador pero hace más de mil años que soy tu amigo, y te estabas por mandar una cagada.
– ¿Yo?
– Sí, algo ibas a decir del programa de los hijos del dueño. Con eso no se jode Juan, sabés que lo peor que le podés decir a Don Neptuno es que le toques a los pibes. Todo el mundo sabe que a los chicos no se les cae una idea, que creo que hasta votaron a Milei, que se cagan en el rock argentino, que tiran bardo todo el tiempo contra los laburantes y los que la reman todo el día, que tienen idea medio fachistoides, ya sé todo. Pero son los hijos del tipo que nos paga el sueldo, Juan, dejate de hinchar las pelotas y callate la boca, te lo pido por favor.
– Ajá, ¿y todo lo que contaste de Nico y Luciano te parece poco para que yo me tenga que callar la boca?

Después del tema de Charly, volvió otra vez la promo de Me cago en todo y Juan se puso los auriculares para seguir con el programa. «Bueno, oyentes, ¿cómo les va? Recién, antes de entrar, me quedé conversando un ratito con Virginia. ¿Saben quién es? Es esa señora, toba, de unos 40 y pico, o 50 y pico, no sé bien la edad, que todas las noches está enfrente de la radio abriendo la puerta de los taxis. «Buenas noches Juan, cómo anda usted, cuando tenga un par de zapatillas que le sobre, no se olvide de mí. Buenas noches don Juan, cuando tenga una camperita que no use no se olvide de mí. Hola Juan, cuando le quede algo de comida en la heladera, no la tire, no se olvide de mí». Eso me dice Virginia todas las noches. En realidad, no es para ella, es para sus hijos, uno trabaja de albañil y el otro tiene una discapacidad. Es madre soltera Virginia, los chicos nunca conocieron a su papá. Y yo no me olvido de Virginia. Ella la rema todas las noches, no vende merca ni es mechera, eh, abre puertas esperando los diez pesos tuyos, míos, una ropita de aquel, unas zapatillas de aquella, una milanesa mordida de otro para tener una cena para los tres. Entonces, digo, se puede decir ¿“me cago en todo”?»

El Panza bajó la cabeza. No pasó un minuto y empezó a sonar el teléfono. El celular de Juan empezó a explotar con mensajes. Todos eran de Don Neptuno. Juan se sacó los auriculares, le pidió perdón al Panza y salió del estudio. En la puerta estaba Maite, con auriculares, había escuchado todo.

– Ya me la veía venir, por eso estoy acá.

– Pero Maite, no hacía falta, amor.

– Te quería acompañar, anoche estabas brotado con el tema de estos pibes, y sabía que no te ibas a callar.

– No podía traicionar a mi audiencia, pero no es solo eso, no podía traicionarme.

– Bueno, Juan, tranqui. Quizá se pueda charlar con el dueño y…

– No, Maite, ya está, me acaba de escribir por Whatsapp que se terminó mi programa, que me raja, que pase mañana a cobrar por la radio. Y alcancé a convencerlo para que no lo eche al Panza. Al menos conseguí eso.

Juan terminó de contarle a Maite y salió El Panza a la calle, lloraba como un chico.

– No te echaron Panza, quedate tranquilo, Don Neptuno me confirmó que seguís en la radio.

– Ya sé que sigo, por eso estoy llorando. Te pedí que te callaras y no pudiste, no podés ser tan cabrón. Me iría a la mierda con vos, pero sabés lo que necesito el laburo, no tengo otra cosa.

– Olvidate, Panza querido. Escuchá, ¿tengo cinco minutos finales para despedirme de la audiencia?

– Sí, bolu, quedan siete, está sonando El Plan de la Mariposa ahora, dale, date el gusto.

Juan entró al estudio, esquivó a los pibes de Me cago en todo, que lo insultaron de arriba abajo, se puso los auriculares y pidió aire, por última vez.

«Hola a todos, me explotan las llamadas y los teléfonos de los oyentes. De un lado, cientos de personas me dicen que me bancan a morir, y del otro lado, uno solo me dice que me está rajando. Y es así, me rajaron nomás. Había que callarse la boca y no lo hice. Perdón Don Neptuno, pero no puedo salir al aire en la previa de un programa que se burla de la gente de a pie, que no repara en las desigualdades, que desde el título ya está diciendo que no tiene empatía en el otro, en la otra, y en tantos otres. Ya excede el tema musical, que no comparto para nada, pero sería lo menos grave en este caso. Y Nico y Luciano que me están insultando detrás de los controles, no les guardo rencor, son emergentes de una sociedad en crisis, que sangra por las heridas que nunca supimos cicatrizar. Yo ya pertenezco a un tiempo que se fue, de la radio, del diario papel, de los ideales, de los sueños por venir, del rock que llegaba para salvar el mundo. Pero hoy salté contra el poder y me rajan. Son las leyes de mercado capitalista, nunca muerdas la mano del que te da de comer. Me lo recomendó tantas veces Clorinda, mi vieja, que laburaba de cantante en un varieté; y Ernesto, mi viejo, que se ganaba la vida sacando fotos para un diario de la ciudad. Y la mordí. Es el final, pero, ojo, cuando algo termina siempre hay algo que empieza. No me van a callar así nomás. El aire es público. Ya me van a oír por ahí. Como cantan los de El Plan de la Mariposa en La vida cura: “Dejala correr que solita te lleva/te lleva a crecer en el vaivén de la marea. A no bajar la bandera de los sueños, la única batalla que perdés es cuando no das batalla. Nos vemos en otro aire. Hasta siempre”».

Juan salió del estudio y se abrazó con El Panza y Maite que estaba en los controles también. Los hijos del dueño ya no lo insultaban, es más, lo miraban con más admiración que respeto. El Panza se quedó a musicalizar Me cago en todo, que arrancó más tarde porque Yon Ji, y Elmo Lesto estaban shockeados todavía.

Maite y Juan caminaron dos cuadras en silencio. Ella acomodó su mano izquierda en el bolsillo trasero del jean de él, y Juan la tomó de la cintura y colgó el pulgar en un pasacintos de Maite.

– Estamos enganchados, viste.

– Sí, Juan, claro, ¿por qué me lo decís?

– Porque me gustaría que nos siguiéramos enganchando en un programa de radio, por ejemplo.

– ¿Yo? No cazo una de radio…

– Mirá, hay tantos que no cazan una de radio y les va bárbaro, ¿o querés que te dé algún ejemplo?

– Yo no tengo un padre dueño de una radio, ni me interesa.

– Pero tenés un novio que te va a acompañar siempre, y que se muere de ganas de armar algo nuevo con vos.

– Pero ¿cómo, en dónde, en qué radio, con qué operador?

– El operador es lo de menos, el Panza puede venir sin dejar Radio Neptuno. Los oyentes están ahí, le podemos sumar streaming para que tenga más visibilidad y estamos más acordes a estos tiempos, pero mis contenidos no se mueven. La esencia no se toca, la pelota no se mancha, decía el Diego, ¿no?

– En dónde hay que firmar?

Juan y Maite se abrazaron fuerte y se dieron un beso de telenovela de la tarde. Al rato, entró una llamada perdida, era el Panza. Se miraron y empezaron a cantar “Dejala correr, que solita te lleva/Te lleva a crecer en el vaivén de la marea”. Después siguieron caminando por una calle sin nombre. Y se perdieron para volver a encontrarse.

 

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