«Sigo rutas de viajes, lucero provinciano, amores de quince minutos» cantaba Fito en los 80. Nunca grabó Páez ese tema, pero anda yirando por la web y ahora vuelve una vez más a yirar por la cabeza de Juan. Sabe que Maite no es un amor de quince minutos,  tampoco sabe si es un amor para toda la vida -¿alguien lo sabe?- pero es la persona que lo empuja a subirse a este micro serrano y volver otra vez a Capilla. Mira su mochila y se da cuenta que puso dos pavadas: los auriculares, un pulóver, dos remeras, tres boxers, tres pares de medias, una bufanda por si refresca y el libro El amor es imposible, del filósofo de apellido difícil, a ver si le ilumina un poquito. O le oscurece del todo. Y ahí va, con cara de pocos amigos, como cuando uno viaja solo desde la terminal de ómnibus Mariano Moreno de Rosario a cualquier lugar.

Viajar solo es extraño y más si no fue nadie a despedirte. Aunque, ojo, a veces te van a despedir y te da una cosa rara también. Juan se acuerda esa vez que iba a ver a Paul McCartney al Campo Argentino de Polo y fueron a despedirlo El Panza y Maitena, que andaban a full por esos días. Y los dos lo abrazaban, se reían, lo jodían, le mandaban mensajitos, todo hasta que se puso en marcha el micro, después El Panza lo miró y medio que se le llenaron los ojos de lágrimas. Ahí fue que pensó: «me voy a ver a Paul, no me voy a la Luna». Pero bueh, el Zampita es medio sentimentalón, capaz que se le cruzó por la cabeza que el micro se incendiaría a mitad de camino y que Juan se iba a convertir en cenizas,  o que a él junto con Maitena los iba a abducir un plato volador, vaya uno a saber qué catzo se le pasó por la cabeza, el caso es que en vez de irse cantando Can’t buy me love se fue con un nudo en el estómago, re nostálgico. Por eso ahora cada vez que se va no da tantos detalles de qué día y a qué hora raja. Huye y listo. ¿Quién no huye alguna vez? Y siempre que estás con la cabeza en otro lado, alguien te interrumpe para avisarte que estás en este mundo.

– ¿Te molesta si corro la cortina?

– No me molesta, aunque la verdad que me gusta más ver el paisaje.

– Ay, disculpame, es que tengo fotofobia.

– Ah, no sabía, bah, en realidad mucho no sé qué es la fotofobia.

– Te explico….¿tu nombre?

– Juan, Juan Foco.

– Ah, qué risa, justo ese apellido.

– ¿Por?

– Claro, es que justamente es eso lo que me hace mal, el foco, la luz, eso me provoca irritabilidad y me da dolores de cabeza. Es un poco complejo, pero es así.

– Por más que cierres la cortina, soy un Foco siempre, así que te voy a dar dolores de cabeza en todo momento.

– Ja, claro, y bueh.

– Ahora decime vos cómo te llamás, a ver si me puedo reír yo también.

– Sabrina Solari, y seguro algo se te va a ocurrir.

– La más fácil es decir: ¿Estás solari, Sabrina?, pero es muy de salón.

– ¿Qué sería muy de salón?

– Yo no sé qué es la fotofobia, porque nunca reparé en esos temas, pero lo de “salón” tiene que ver con diferencias generacionales, y ahí estoy al horno.

– Bah, no creo que seas mucho más grande que yo.

– No mucho más, pero seguro que algo sí. Mirá, el chiste “de salón” es cuando se dice algo respetuoso, sin malas palabras, ponele, medio de cumplido, y, generalmente, bastante obvio, todo eso.

– Re buena explicación, parecés un periodista.

– Soy.

– ¿En serio?

– Sí, tengo un programa de radio en Rosario, ¿y vos a qué te dedicás?

– Paisajista, estoy yendo a un curso en Capilla.

– Ah, mirá, yo también viajo allá.

Sabrina lo miró con cara de sorpresa y, parecía, que hasta le gustó coincidir en el mismo lugar. Los ojos negros se achicaron con un rayito de sol que se coló por la ventanilla, porque en medio de la charla nunca cerraron la cortina. Y se distrajo por un momento porque le entró un mensaje. Juan empezó a pensar si le tenía que decir o no que tenía una novia y que la iba a ver allá, pero le pareció que era pincha globo eso. Porque la piba era un bombonazo y ya le estaba gustando. ¿Pero por qué se estaba distrayendo con esta piba que acababa de conocer? ¿Es porque esta Sabrina paisajista lo puede llevar a otro viaje mejor o es que está huyendo de Maite?

– Disculpá, justo me entró un mensaje, ¿en qué estábamos?

– No, nada, justo achicaste la mirada porque el sol te molestaba, mejor corramos la cortina y listo.

– Sí, dale, ah, jajajaja.

– ¿Qué pasó? ¿Te contaron un chiste por teléfono?

– Sí, es Juli.

– Ah, bien, un amigo, ¿tu novio?

– No, no, Juli es Juliana, mi novia, que me está esperando en Capilla. Justo le estaba escribiendo que había conocido a un periodista. Y me decía “no le cuentes de lo nuestro que lo va a decir por la radio”.

– Ah, pero no, no soy periodista de chimentos, tranqui, pero si es top secret este romance, no lo digas tanto.

– Pero no, somos pareja hace dos años, y hace un año que se vino a vivir a Capilla del Monte, yo viajé por el curso, pero de paso vamos a ver un depto para alquilar juntas en las sierras.

– Ah, ya decidieron todo. Mirá, justamente yo voy a ver a mi novia, que trabaja allá, y a veces me dan ganas de hacer lo mismo, vivir en las sierras con ella.

– ¿Con mi Juliana?

– Nooo, jajajajaja.

Sabrina volvió a cerrar los ojos porque otro rayito de sol se coló por la ventanilla de al lado. Antes de ponerse sus lentes oscuros, y de entregarse a dormir un rato con sus auriculares, le dijo a Juan unas palabras que lo dejaron pensando: «Me agarró modorra, suelo dormir por muchas horas, por si después no seguimos hablando, te digo, no sé quién es tu novia, ni qué hace, ni nada, pero hacé honor a tu apellido, focalizate en ella y, acordate de mí, no la encandiles!»

Hay veces que una desconocida te puede tirar una pista para orientarte cuando andás medio perdido. Juan no habló más en todo el viaje con Sabrina, pero esa charla era todo lo que necesitaba para hacerle “honor” a su apellido. «A brillar mi amor», diría el Indio Solari, ¿será tío de Sabrina? A brillar sí, y a no encandilar.

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *