El mundo del arte y la cultura celebra este 7 de julio el centenario del nacimiento de Eduardo Falú, figura fundamental de la historia de la música argentina. El compositor de Tonada del viejo amor, La cuartelera y Las golondrinas, entre tantas, nutrió con su notable obra al cancionero popular y aportó al desarrollo del folklore nacional.
Nacido el 7 de julio de 1923 en El Galpón (Salta), Falú inició su vínculo con la guitarra siendo muy niño. A los once ya pulsaba las cuerdas del instrumento y fue formándose de manera informal e intuitiva. En su familia, de ascendencia siria, no había antecedentes de parientes músicos, su interés por la guitarra surgió cuando un hermano suyo le “contagió” la pasión por el instrumento. Más adelante, concretó estudios de armonía y composición.
A finales de los años treinta, «El turco» dio a conocer sus primeras obras e inició su carrera artística. En la década del cuarenta fue solista y también formó parte de La tropilla de Huachi Pampa, el grupo de Buenaventura Luna. Fue la década en la cual en la Argentina surgieron grandes figuras de la música nativa: Los Trovadores de Cuyo, Los Hermanos Abalos, Atahualpa Yupanqui, Manuel Gómez Carrillo, entre otros, misma época en que surgieron Los Chalchaleros y Los Fronterizos, conjuntos que luego llegaron a Buenos Aires.
Desde 1945, Eduardo Falú vivió en Buenos Aires. Uno de los acontecimientos importantes de ese año fue su concierto-debut el 3 de mayo en LR1 Radio El Mundo formando dúo con César Perdiguero. El dúo llegó a la radio después de que Mario Claras, ejecutivo de la emisora, los viera en un festival en Salta. En 1951 publicó su primer disco y en 1958 concretó su primera gira por Europa, ya instalada su figura como un representante de la mejor música nacional.
Su música llegó a Japón en 1963. Hasta ahí, para los japoneses, la música argentina era sólo el tango. Con esa primera gira, Falú abrió el camino para el folklore en ese país. Estuvo en Japón dos meses y once días realizando más de cuarenta conciertos, casi el doble de los veinticuatro que tenía previstos y programados, con un promedio de tres mil espectadores por función. Al año siguiente, ya consagrado y en plena década de oro del folklore, visitó Estados Unidos. En un mes, allí realizó ocho conciertos ante unos quince mil espectadores.
Además de sus obras propias, Falú fue el elegido para estrenar temas de colegas y fue fuente de aprendizaje de las estructuras básicas del folklore. Cuando Carlos Guastavino compuso La tempranera no tenía ese conocimiento y basó el armado del tema en la escucha y análisis de Zamba de la candelaria, obra de Falú. Y además, el salteño fue el encargado de estrenarla en un concierto en Radio El Mundo.
Falú expresaba su admiración por la guitarra flamenca y por la música culta. Escuchaba a Vivaldi, Bach, Beethoven, Schubert, Mozart, Albeniz y especialmente a Villa-Lobos. Como compositor, su mayor acercamiento a la música académica fue con Suite argentina para guitarra y orquesta, ejecutada junto a la Camerata Bariloche, significando un hito musical que vinculó lo clásico con lo popular.
Las intenciones artísticas de Falú fueron desde sus comienzos mostrar el producto de su inspiración con la guitarra. El encuentro con los poetas y con el canto llegaron cuando ya tenía desarrollada su técnica y plasmadas sus ideas compositivas. “La importancia de algunas poesías me llevan al terreno del canto. Yo nunca tuve pretensiones de cantar, yo me hice tocando la guitarra, y este fue siempre el elemento fuerte mío de expresión”, afirmaba.
Falú era un apasionado de la poesía de Neruda y además seguía atentamente a los poetas de su provincia. Tabacalera, de Perdiguero, fue el primer texto que musicalizó. También compuso con poemas de Manuel J. Castilla, José Ríos, León Benarós, Marta Mendicute, Buenaventura Luna y con su preferido: Jaime Dávalos. Con Ernesto Sábato produjo el disco Romance de la muerte de Juan Lavalle y con Borges compuso la obra Al que está solo. De Borges, solía incluir en su repertorio la Milonga del muerto (música de Sebastián Piana), en homenaje a los caídos en Malvinas.
Falú se vinculó con Atahualpa Yupanqui de muy joven, se tenían un respeto especial. “Acá en el museo hay una foto: guitarristas vestidos de gauchos con trajes claros y Ata de traje oscuro, era el conjunto Aconquija, que ambos integraban. El más alto, en el medio, es Eduardo, muy jovencito. No sé quién fomentó un poco la grieta, si Yupanqui o Falú, esto no los afectó. De grandes, se encontraban en Sadaic y en lugares de actuación. Una vez se encontraron en un programa de televisión de Julio Mahárbiz y fue muy lindo porque conversaron, hicieron bromas, tocaron la guitarra. Mi padre tenía muchos años más, por supuesto. Era un trato cordial, cada uno hizo su carrera y se respetaban.”, cuenta Roberto Chavero, hijo de Atahualpa.
Juan Falú, guitarrista tucumano, sobrino de Eduardo, ofrece una acertada definición acerca de la importancia de la obra de su tío para la música popular argentina: “por donde se lo mire, es una figura fundamental, no sólo de la historia musical argentina, sino yo diría de la cultura argentina y del panorama guitarrístico del mundo. Me parece que hay que considerar varias cualidades de Eduardo, una es la del compositor, otra es la del intérprete y, a su vez, considerar que hay una obra que es exclusivamente guitarrística y otra que es de canciones. Cualquiera de esos dos universos es de una belleza impresionante”
“Fue muy grande Eduardo. Tuve un vínculo con él como el de toda mi generación de sobrinos. Lo veíamos a él no sólo como una personalidad, sino como un tío que admirábamos y queríamos mucho. Encontrarlo, aunque sea esporádicamente, era todo un acontecimiento familiar y muy disfrutado. Ha sido un tipo amable y sobrio, rescato mucho su sobriedad como artista, no necesitó ningún tipo de ornamentación, ni para su guitarra ni para su canto”, agrega Juan.
Eduardo Falú falleció el 9 de agosto de 2013, a los noventa años. Hasta ese día, fue vicepresidente de SADAIC, sociedad a la que ingresó el 6 de diciembre de 1950. Estuvo más de treinta años en el directorio de la entidad, fue también presidente de la Mutual y tesorero, entre otros cargos. “Tengo el honor de que durante sus últimos veinte años, yo he sido el suplente de Eduardo en el directorio y, lamentablemente, ingresé allí por su fallecimiento. Era una persona muy criteriosa, hombre de consulta, una persona calma, serena, cuya opinión siempre nos importó a todos”, afirma Eugenio Inchausti, el hoy vice-presidente de la entidad que defiende los derechos de autores y compositores.
Aunque vivió desde joven en Buenos Aires, a Eduardo Falú lo inspiraba el paisaje de Salta. Registró doscientas seis obras y, cuando le preguntaban, mencionaba entre sus preferidas a Variaciones de milonga, Trémolo, Preludio y danza y Siesta del duende. Su objetivo permanente fue la búsqueda de la excelencia, concepto que sin dudas puede asociarse a su historia artística y creativa.
Hermosa semblanza de uno de nuestros más grandes artistas populares de todos los tiempos. Felicitaciones, Pedro.
Fui un admirador de Falú. Cierta vez fue a Temuco, Chile, y yo estaba con gripe. Me levanté y fui. No me lo podía perder si estaba a pocas cuadras de mi casa. La gripe era solo un detalle. Lo importante era verlo. Creo que andaba con Juan. Entre otra cosas tocaron La Cuartelera, que yo acostumbraba escucharla de pie.