Todos los ríos son distintos, aunque podríamos afirmar que todos los ríos son un mismo río. El río tiene la capacidad de transformar el paisaje, pero también de despertar la conciencia de quienes habitan sus costas. El río es el custodio de la infancia del planeta y un guardián de su memoria, donde siempre comienza el futuro. El futuro que además empieza en el agua y el árbol. Contar la historia de un río, es asimismo contar la historia de la cultura de quienes nacen, viven, mueren y muchas veces, resucitan en sus orillas. Aunque también la de las 230 especies de peces que el Ctalamochita cobija y la de la vegetación que lo acompaña en su andanza. La ecología se origina en la identidad, los ríos en la gente. Conocer el color del alma del río Ctalamochita, nos ayuda a apreciar los valores históricos, ecológicos y espirituales del pueblo cordobés.
¿De dónde provienen las aguas del río Ctalamochita? ¿Brotarán de la emoción del que llega a la cima del cerro Champaquí, que siente, con algo de magia y razón, que es el primer humano en alcanzarla? ¿Será que las aguas de este río cordobés son hijas de las lágrimas que llora la virgen de algún oratorio escondido en un pueblo serrano, de la sed peregrina de los devotos del Cura Brochero, de la esperanza guitarrera de los chuncanos, o de la nieve que cada tanto emblanquece al silencio que ha dejado la ausencia de los idiomas de los comechingones y sanavirones? “La furia dormida del río/ Con muchos milenios andados/ Se me hace que esconde los gritos/ Que el tiempo ha pintado en su barro…” escribió José Luis Serrano, prócer cultural de Traslasierra.
El río Ctalamochita en el siglo XVI descubrió a los conquistadores españoles merodeando por su ribera, estos creyendo que eran ellos quienes lo habían descubierto lo bautizaron «río Tercero», aduciendo que era el tercer río que habían relevado en sus aventuras por tierras cordobesas. Pero él ya se reconocía como río «Ctalamochita», nombre que le habían dado nuestros mayores, aquellos indígenas que habitaron primero las serranías, por el nombre de los árboles «Tala» y «Molle», que abundaban en la zona. Aunque respecto al origen de su nombre hay una polémica: afirman que fueron los ibéricos quienes le dieron esa denominación, debido a que les recordaba a Talamacha, una región de España. De todas maneras este río fue nombrado de tantas formas por aquellos idiomas originarios que habitaron por siglos sus orillas, y que en su mayoría hemos perdido, que nosotros, a manera de homenaje, elegimos considerar su nombre de naturaleza indígena, ya que no sólo ellos lo nombraban, también lo transformaban en el templo donde sus dioses: la Luna y el Sol, moraban; lo hacían su espejo ante la guerra, que les devolvía el rostro negro y rojo como iban al combate, y también el lecho de amor, donde ejercitaban el sagrado arte humano del arco y la flecha.
El río Ctalamochita dio de beber al águila de la leyenda comechingona, águila que después fue mujer, Arabela, la máxima guerrera de su pueblo que murió luchando hasta hermanar su sangre con las aguas del río. El Ctalamochita también acunó a uno de sus hijos más valientes: Osvaldo Roque Castillo, oriundo de la ciudad de Embalse, que con veinte años murió en el Crucero General Belgrano. Algo del río serrano se confundió con las aguas del mar austral, allí donde Osvaldo descansa. Aunque también el Ctalamochita cobija historias de cobardes, como la del virrey Sobremonte que en medio de la primera invasión inglesa, en 1806, huyó de Buenos Aires a Córdoba con los caudales públicos. La leyenda del pueblo Almafuerte, ubicado a orillas del que alguna vez se llamó Tercero, indica que parte de aquel tesoro fue enterrado en las costas del río, ya sea por el propio Sobremonte o por los ingleses que lo perseguían y se lo arrebataron, los lugareños afirman que de esa fortuna oculta surge un misterioso brillo que muchos confunden con la luz mala. Otra leyenda reza que el río Ctalamochita guarda la exacta ubicación de la espectral ciudad de los césares o la Ciudad de Lin Lin. Se dice que hubo varias expediciones en su búsqueda, pero todas ellas consiguen morar en esa frontera donde historia e imaginación de los pueblos confluyen en un mismo río.
El Ctalamochita es el río más caudaloso de Córdoba, hermano de las sierras, nace a 2000 metros sobre el nivel del mar, en las proximidades del Cerro Champaquí y desemboca en el río Carcarañá. Peregrina 300 kilómetros pasando por más de veinte localidades, por centenares de majadas y pastorcitos, por miles de algarrobos, quebrachos, breas, cardones y chañares, confunde su canto con el trino del carpintero negro y el cardenal amarillo, aves en peligro de extinción, y de tantas otras fuentes de vida que están amenazadas por la brutalidad de un sistema que todo los avasalla.
Conmueve pensar que en su paseo ha sido espejo y ha aliviado la sed de Hilario Ascasubi, poeta gauchesco; de Gregorio Funes, que desde 1810 soñaba promover su navegación; del joven Ernesto Guevara, de Spilimbergo, de doña Jovita y de tantas y tantos ilustres desconocidos que son los que cuidan el alma de este río, como aquellos jóvenes de Bell Ville que crearon la fundación Nuestro Río que tiene como proyecto reforestar la ribera del Ctalamochita, no solamente la de su ciudad sino también la de toda su cuenca.
Este río que es aprovechado para producir energía hidroeléctrica por el mayor embalse artificial de Córdoba, Ministro Pistarini, ojalá también pueda ser una fuente fundamental para producir esperanza. Esperanza para seguir sanando a nuestra Madre Tierra. Como reza al final de Laudato Si, encíclica ecológica y social del Papa Francisco: “Caminemos cantando. Que nuestras luchas y nuestra preocupación por este planeta no nos quiten el gozo de la esperanza”.
Que el Ctalamochita siga cantando, que sigamos encontrando en él nuestro destino y el espejo de mañana de nuestros hijos e hijas.
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