Chile y su escena musical, en lo que va del siglo XXI, ha sido protagonista del surgimiento de un diverso y creativo movimiento de cantautores que, al calor de la agitación social y de las resistencias populares hacia un sistema jurídico, económico y cultural heredado del pinochetismo, componen la banda de sonido de un país que busca permanentemente renacer y superar esa etapa. Hijos del Nuevo Cancionero Chileno de los 60 y 70, artistas como Manuel García, Gepe, Camila Moreno, Chinoy o Nano Stern y Pascuala Ilabaca, solo por mencionar a algunos, protagonizan este resurgir de la nueva canción en el país transandino. Camila Vaccaro es parte de ese movimiento. Con más de 20 años de recorrido musical, de los cuales nueve lleva como solista, compone desde la palabra junto a su acordeón, la jarana, el piano o el bombo legüero, un glosario propio de canciones. Su primer disco solista se llamó La bruja, lo editó en 2018, y con él ha recorrido diferentes escenarios de Sudamérica.
Camila fusiona la raíz folklórica y las múltiples herramientas que esta aporta, con el rock y la música electrónica. Según ella escribe “en su mensaje hace presente la memoria de un imaginario social lleno de sombras que aprende a iluminar con el diálogo entre ideas y sentires que representa con seres mágicos que habitan entornos naturales y cotidianos”.
En 2022 editó, junto a Pickúa Martínez, el disco de cuecas Rito de ser: muerte y placer. Hace algunas semanas visitó la argentina para participar de la primera edición del Festival Impulso Latino y actualmente trabaja en su segunda producción llamada Drama Dramática. En una entrevista exclusiva para De Coplas y Viajeros, la cantautora chilena repasa su historia, su música y el mensaje que ella conlleva.
– ¿Cómo apareció la música en tu vida? ¿Recordás que fue lo primero que compusiste?
– La música está en mi vida desde que me acompaña mi memoria. Vengo de una casa donde tuve el privilegio de escuchar música desde siempre y también de ver como la ejecutaban. Mi abuela era pianista, mi mamá toca la guitarra, por ella recibí mucho de la escucha del folklor en la música popular. También tomé clases. Tuve una gran maestra, la Clari Hinostroza, amiga de mi abuela, que fue mi maestra de piano clásico desde mis seis años hasta los veinticuatro. Así que el inicio es bien variado, muchas influencias distintas pero sobre todo tiene que ver con un espacio donde la música vivía. Las primeras composiciones que yo hice fueron de música incidental para una obra de teatro que se estaba armando en el colegio. El taller de teatro tenía una obra, necesitaban música y yo la compuse. Era chica, debo haber tenido catorce años, trece quizás, y esa fue la entrada a componer, a imaginar. En este caso puntual la influencia directa era la obra que no me puedo acordar cuál es. Ya, más adelante, la composición se va tejiendo de un montón de matices y bien estimulada también por la sorpresa de las cosas que voy conociendo. Esta misma situación de que el aprendizaje musical sea de tantas fuentes distintas me parece que tiene que ver con la manera en que me enfrento a la composición. Hay muchas cosas que me provocan sorpresa de diferentes tipos de fuentes: del reggaetón hasta la música clásica, la historia de un libro hasta los pensamientos que uno tiene sola en la pieza.
– Hablame de La Bruja, tu primer disco.
– Fue mi primer disco como solista. Tengo tres discos antes con una joven agrupación de tremendos amigos que son familia: Los Merkén. Con ellos hicimos tres producciones. Harta de mis composiciones estaban ahí y ya La bruja, el primer disco donde son simplemente mi cabeza compositiva junto con –y es muy importante decirlo porque el resultado del disco es eso- dos grandes patas: mi creación en letra y música, y la producción musical de un tremendo amigo que es Pablo Contreras. Ese es mi primer disco solista. Lo hice cuando tenía 34 años, ya grande en relación con todo el tiempo que llevaba componiendo o tocando para otra gente -cosa que me encanta además- entonces, esto fue como una especie de desprendimiento de cualquier seguridad que da el colectivo. En mi caso personal fue eso. Poder emprender y llenarme de valentía para decir lo que quería decir, para cantar lo que quería cantar sin necesidad de conquistar nada más que el deseo por hacerlo. Se mezclan hartas cosas como procesos personales, con procesos musicales como artísticos. Además fue un disco que me permitió viajar a un montón de países, algunos que ya había ido antes como Argentina pero otros nuevos donde la brujita fue abriendo el camino. Fue muy hermoso. Venezuela, Colombia, Uruguay… Linda la bruja. La bruja es una invitación, en términos conceptuales, para que podamos alumbrar nuestra propia monstruosidad sin espantarnos de ella, sino que abrazarla con cariño para darle el lugar en el mundo que tiene.
– El acordeón es un instrumento bastante presente en algunas artistas chilenas ¿Tiene que ver con alguna tradición?
– No hay una tradición de acordeoneras como tal. Tradición de mujeres en el acordeón: mi amiga Rosita Quispe, oriunda de la zona de Iquique pero cerca de la cordillera me contaba que existían acordeoneras en sus pueblos, esos pueblos andinos, que tocaban en los carnavales, que tocaban huaynos. Esa es la única tradición de mujeres acordeoneras. Lo que sí reconozco que hace 15 años, cuando llegó el acordeón a mi vida, no conocía a otra mujer que tocara salvo la Pascuala Ilabaca, que es una cantautora, chilena también, que tocaba el acordeón. En Chile sí hay un montón de hombres que tocan. Bien masculino el asunto. Hoy puedo decir con mucho gusto que hay tremendas acordeonistas y un montón de cabras que tocan. Yo tengo el placer de conocer a algunas de otra generación cercana a la mía pero más jóvenes que sí están metidas en el acordeón de manera profunda, que son investigadoras, entre ellas está Dominga Corral, la Paulina Pickúa, así que no es tradición pero es una historia que se está escribiendo ahora donde las acordeonistas y acordeoneras nos conocemos y nos juntamos a hacer sonar ese bicho que tiene el poder de cantar y gritar al mismo tiempo.
– ¿Cómo interviene la lucha de las mujeres y las diversidades, en el circuito musical en Chile? ¿Qué tan importante es su presencia en los escenarios?
– Me parece que es un campo de batalla donde ahora mismo se batalla. Estamos lejos de alcanzar una representatividad como debiese ser. Se van ganando espacios, pero pienso que el avance más grande es la posibilidad de aunar esta fuerza común, femenina y de diversidades en torno a voces que juntan un poco al colectivo. Este proceso que se dio durante el estallido social. Esa posibilidad de encontrarse y de poder escucharse, de poder dejar de ser tan aislados, un oficio que aparentemente debería ser colectivo pero nos mantiene en una individualidad y distancia muy importante dentro de quienes lo ejecutamos. Entonces, creo que es un momento de muchos avances. Hay bastantes colectividades feministas y de diversidades que han aparecido, y cabras que están metiéndose en espacios gubernamentales, espacios que no son sencillos. Otros en espacios de la Sociedad de Derechos de Autor. Otras cabras que están en las calles, pero a mí me falta verlas en el escenario como en los escenarios institucionales. Salen algunas, es cierto, pero la verdad es que Chile, así como todo este territorio llamado Sudamérica está lleno de tremendas compositoras, tremendas músicas. En general no me las topo en los escenarios más visibles pero sí me las encuentro en la cotidianidad y me llenan de admiración. Falta. Falta avanzar.
– ¿Cuál es tu relación con Argentina? ¿Y con su música?
– Es una relación de amor. Estoy enamorada de este territorio y de su gente. Tengo tremendos amigos, y amigas, y amigues en el norte, en la zona de Cuyo. Mi entrada a Argentina fue un pueblo chiquito que se llama Jachal, que es un corazón familiar que se abrió y que me ofreció muchas veladas hasta el amanecer de música que hicieron que me encantara con ese territorio, con su sonido, con la gente. Me siento cómoda en la Argentina Me siento cómoda en bastantes lugares, a mí no me cuesta sentirme cómoda, pero este es un lugar que siento como familiar. Quizás, también, porque es la música con la que crecimos: todo este movimiento de la Nueva Canción Chilena. Mucho de lo que yo escuchaba cuando era niña viene de las tradiciones populares y folklóricas de otros lugares de América Latina, entonces ahí hay una voz conocida. Las palabras de Atahualpa, la música de Ariel Ramírez, no eran cosas raras, son cosas que están como ancladas en mis recuerdos de infancia, y de ahí en más a conocer a un montón de colegas que admiro, que amo, que me llenan de valentía, que quiero abrazar: la Luciana Jury, la Sofía Viola. Ellas son mis dos grandes amores, pero en realidad hay un montón más: Lautaro Matute, la Flor Otero, La Nadia Matilde, y obvio que se me olvidan millones. Que me perdone la memoria pero me cuesta.
– Recientemente salió el disco Rito de ser: muerte y placer, junto a Pickúa Martínez, ¿cómo fue trabajar estas canciones junto a ella?
– En la pandemia recibí un llamado de mi, ahí conocida y hoy, tremenda amiga Paulina Pickúa que es una compositora, cantora y acordeonista chilena, para invitarme a que hiciéramos un una tanda de grabación de cuecas compartidas en relación al erotismo. Yo con mucho gusto acepté y le dije hiciéramos una pata a lo erótico y una pata a… Pata se llama a tres cuecas juntas. Es como una pata de cuecas. Son tres cuecas de corrido, que es como se baila, se supone, en las fiestas. Se bailan de a tres y se cantan de a tres. Entonces quedamos en hacer dos patas, es decir 6 cuecas. Una pata dedicada a la muerte y otra dedicada al placer y el erotismo. Ahí es donde cada una compuso tres y tres. Están medias mezcladas. Yo dos de la muerte y una del erotismo y la «Picky» hizo dos del erotismo y una de la muerte, y la verdad es que la composición y el trabajo –la composición fue individual-, el trabajo colectivo en torno a las canciones, al lenguaje también como de color, la propuesta de la música, fue muy agradable y además, no solamente, la posibilidad de darle forma a la música sino que darle forma en términos de producción a lo que se está haciendo. De poner lugar, día, encontrar la manera de cómo hacerlo, grabarlo, producirlo, post-producirlo, sacar las fotos… Como todo ese trabajo fue muy operativo y se hizo lo que se pudo con lo que se tenía. El resultado, a mí me explota el corazón, pero está bastante lejos de ser una producción profesional, o sea, profesional es pienso yo por el resultado pero en su gestión es un trabajo absolutamente artesanal, que también es como una está acostumbrada a hacer las cosas. No hay mucha diferencia. Solo hay que encontrar equipo donde poder hacer esa artesanalidad es un placer. Hace muchos años no me había encontrado con alguien que fluyera de esa manera, como en esa confianza recíproca en la creación y en la gestión, así que fue un placer compartir con la Pickúa, con su universo, y encuentro que nuestras composiciones y las músicas que fluyen muy bien para darle un corazón que de verdad late a este rito de ser, muerte y placer.
– ¿Qué es lo que se viene?
– Se viene un disco: Drama dramática. Luego de ese se viene otro disco al que ya le estoy dando forma, pero en lo concreto Drama dramática que es un disco de siete canciones, todas muy existenciales, con banda –una banda donde hay saxos y sintetizadores, batería, guitarra eléctrica, jarana, acordeón y voz- . Somos cuatro: Edén Carrasco, Pancho Craddok, Rodrigo Rojas y la que habla, Camila Vaccaro. Esa somos la bandita. Se viene también una sesión al piano que va a ver el mundo en abril, pero es una sesión en vivo, en Estudios La Makinita, donde además va a ser un trabajo combinado con un relato visual de la tremenda ilustradora nacional Carla Vaccaro, quien además es mi hermana y que entre el amor y la admiración ya no me cabe tanto en el pecho.