Por Diego Montejo | prensamontejo@yahoo.com.ar


Fue en los primeros meses del aislamiento social que Raúl Barboza salió al balcón de su casa en el barrio Latino de París y dio un concierto para sus vecinos y transeúntes. Esa acción quedó registrada en un video que dio vueltas por las redes sociales. “Con música quiero saludar a todo el personal de la salud que día tras día está cuidando de todos nosotros, muchas gracias”, escribe Barboza el pie el video. La verdulera suena y detrás una catarata de aplausos. Barboza apoya su pie izquierdo en una silla y acaricia el instrumento, lo arrulla como a niño. Su música es como un antídoto al dolor a las vidas que se apagan por la pandemia, en una París a ritmo lento, sin su esplendor tácito con marca registrada de ciudad sin descanso que intenta recuperar su normalidad.

«He vivido muy bien mi juventud y estoy viviendo bien ya mi cuarta juventud»

Hay un vínculo umbilical entre esta ciudad y el músico, sus más de 30 años de residencia lo hicieron parte de su horizonte. Francia lo recibió a mediados de la década del 80´. El 25 de mayo de 2000 el Ministerio de Cultura y Comunicación de este país le otorgó la distinción de «Chevalier de l’Ordre des Arts et des Lettres». Antes vivió en Brasil y recorrió gran parte de Latinoamérica. Su espíritu andariego lo llevó por miles de caminos donde conoció en primera persona los colores de la música de nuestro continente.

El paisaje está adentro decía Atahualpa Yupanqui, por más que se esté  lejos con la sola magia que provoca la música se puede volver a la tierra. Todos llevamos un poco de ella, somos tierra que anda. Y ahí lejos, del otro lado del mar, aparece La Calandria de Isaco Abitbol. Suena en el acordeón todo Curuzú Cuatía, tierra ancestral que le dio el chamamé, aparece en cada acorde, su padre, el teatro Verdi de la Boca donde Barboza vio por primera vez al cuarteto correntino Santa Ana, de Isaco y Montiel.  De La Boca a París en un viaje cósmico, como si un suspiro fuera suficiente para acortar distancias. Y la referencia de aquella señora, de nacionalidad francesa, que se acercó una vez concluida una función y le dijo emocionada de haber escuchado a Bach en sus melodías.

La verdad es que nadie puede decir que no está allí ese corredor sonoro que llegó desde Europa a América y se fusionó con los sonidos originarios y con el tambor afro de los negros. El acordeón fue después y llegó a la Argentina en manos de los inmigrantes europeos. Se lo apodó «verdulera»  porque era el preferido en las quintas y en los puestos de verduras. Los polacos tocaban sus valses y polcas. Los italianos, sus canzonettas. En el litoral argentino, lo adaptó al chamamé y fue donde tuvo gran arraigo.

Metódico, Barboza evita el contacto con otras personas, su edad no se lo permite (82 años), tampoco su salud. Hace pocos años sufrió un ACV, por lo tanto el riesgo es aún mayor. Prefiere la comodidad de su casa, junto con su esposa, quien en la tardecita lo acompaña a dar un pequeño paseo, esa es su única salida. Mientras tanto piensa en volver a Argentina como lo hace casi todos los años. Volver se torna una necesidad para él. Esas escapadas le permiten conectarse con sus raíces. Barboza es un argentino más en Paris, como otros tantos latinoamericanos que cruzaron el mar en busca de una oportunidad.

 

¿Cómo viven los franceses este momento de la pandemia?

La verdad es que la mentalidad francesa es muy distinta a la nuestra. El francés se siente libre de decir lo que piensa contra cualquier autoridad del gobierno. Acá la palabra es libre y se preguntan por qué no los dejan salir afuera. La realidad no es que sea un capricho del gobierno es que si la gente sale el virus se expande. Es por eso que cuando subo a un micro tengo que ponerme la mascarilla, más que nada por respeto a las otras personas que puedan sentirse mal si me ven si mascara. Yo me pongo la máscara por respeto. Acá está todo muy tranquilo. Por ejemplo acá se puede ir a tocar a lugares pequeños donde no hay mucha gente. Los teatros grandes no pueden abrir porque es muy difícil de mantener la distancia. Yo trato de no ir a ningún lado, yo estoy fenómeno y si no tengo que salir no salgo, si puedo ir a tocar voy a tocar y si no puedo no voy, pero en mi casa con mi señora estamos bien, yo toco el acordeón, ella trabaja con la computadora.

¿Le gustaría hacer un concierto por streaming?    

¡Claro que lo haría! lo que pasa es que yo soy muy burro para eso. Los chicos que usan esos nuevo elementos son expertos, pero a mí edad se me hace difícil si no tengo alguien que me ayude y me diga cómo poner la cámara y esas cosas, yo lo único que se hacer es tocar. Me pasa lo mismo con las redes sociales, son necesarias pero me cuesta manejarlas. A veces les hago un chiste a los más jóvenes y les digo que les voy a mandar un telegrama y se matan de risa.

¿Tiene previsto venir a Argentina si es que la pandemia se lo permite?

Sí, está en mis planes. Eso sí, debo esperar que las cosas se arreglen por allá (Argentina). Esperemos cuando se abra todo, aunque la verdad es que no sé a dónde podré ir a tocar, tal vez no sea en un teatro o en una peña. Está difícil que este verano haya festivales como en Corrientes La Fiesta del Chamamé o el Festival del Cosquín. Hay que tener en cuenta que llegar a Argentina cuesta 1500 euros lo cual es mucha plata para mí como para quien quiera contratarme. Yo no me quejo, tengo salud y con eso me alcanza.

 

«Lo que yo hice y hago es tocar la música que quiero, la que me sale del corazón»

 

¿Por qué es su momento decidió irse de Argentina?  

Primero me fui a Brasil: La verdad es que yo en Argentina tenía muchas dificultades para tocar en los bailes de chamamé, justamente porque sólo se tocaba en los bailes. Me acuerdo que me decían que mi música no era chamamé que yo no tocaba chamamé. Recuerdo una nota que salió acá en Francia donde decía que yo tuve el mismo problema que tuvo Piazzolla con respecto al tango. Igual considero que nunca me fui de la Argentina. Y en verdad, si me hubiese ido para ganar plata no lo hubiera hecho tocando chamamé, que en Francia nadie lo conocía, no sabían qué significaba la palabra. El que me dio un espaldarazo fue Piazzolla que amaba el chamamé, era fanático de Isaco.

Usted siempre fue firme con sus convicciones

Por su puesto. Una vez me querían obligar a tocar algo que a mí no me gustaba y la verdad es que preferí no trabajar más para esa compañía que me dijo que yo podía ir a donde quisiera pero sin poder usar mi nombre porque tenía contrato con ellos. Igual no les hice caso y me fui a vivir a Brasil donde grabé un disco con el guitarrista Bartolomé Palermo que se llamó Los caminantes y les cambió la vida a todos los acordeonistas brasileros, era una nueva forma de tocar. Igualmente no me considero un superdotado: por ejemplo, no se leer música, yo toco lo que escucho. Cuando llegue a Francia nadie tocaba chamamé, los argentinos que estaban acá hacían clásico o tango. Es por eso que a todos los que tocaron conmigo les enseñé, salvo a Lincoln Almada (arpista) paraguayo que fue mi primer compinche. También me pasó con el guitarrista uruguayo Ciro Pérez gran conocedor de la música litoraleña más otro guitarrista salteño, hijo de correntinos. Con ellos pude formar mi primer cuarteto acá en Francia.

¿Siente que usted creo un estilo otra forma de ver el chamamé?

Decir que cree un estilo es mucho. Lo que yo hice y hago es tocar la música que quiero, la que me sale del corazón. Yo me dije que nunca iba a tocar la música que me impongan y por eso para evitar pelearme me vine acá donde me recibieron con los brazos abiertos. Una vez en una gira por Canadá la llamé a mi mujer, me dijo que me iban a dar el premio de Caballero de las Letras. A mí los franceses me dieron valor. Yo no soy más ni menos que nadie, sigo tocando de la misma manera que siempre y ojalá Dios me dé la posibilidad de no claudicar. En este último tiempo recibí muchos homenajes y la verdad es que eso me da un poco de miedo (risas).

Un comentario para “Raúl Barboza: “En Argentina me decían que mi música no era chamamé”

  1. Carlos Kauffman dice:

    Crack total Raúl
    Ojalá podemos disfrutarlo en Argentina

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