Por Pedro Squillaci | pedrosquillaci@yahoo.com.ar

Ilustración: Enrique Figna


A veces para arrancar hay que poner pausa. Juan acusa 49 junios y sabe que el tiempo es como un Alien, que todo lo devora. Siente que no puede hacer pie. No sabe si está cayendo o flotando, pero está en el aire. Maite aparece como el problema a resolver, pero ya ese tema parte de una consigna errónea: ¿por qué el amor debería ser un problema? Mientras toma un apenas cortado y mira la vida transcurrir desde la ventana vidriada del bar Ristretto, en la esquina de Paraguay y Tucumán, Juan trata de poner stop a todo lo que atraviesa su cabeza.  Después vuelven los pensamientos desordenados y aprieta la pausa, como si fuese aquel querido radiograbador doble casetera Continental de su adolescencia que aún atesora en una repisa de su departamento. «¿Va a almorzar?», le pregunta una moza que seguro tendrá una hermosa sonrisa, pero ese tapador sanitario de emociones llamado barbijo, le impide comprobarlo. Juan mira su querido Framont azul, otro link a sus 18 años que acuña como una piedra preciosa, y se da cuenta que es casi la una, o sea, lo que habitualmente se llama “la hora del almuerzo”. No tiene hambre, la verdad es que tiene la cabeza en las Islas Baleares, muy lejos de este coqueto barcito céntrico rosarino. Pero la chica dice una palabra mágica: «Hay penne rigate con cerdo y verduras asadas, con tomates cherry y queso parmesano». Juan no tiene ni la más mínima idea que es penne rigate, sabe que son fideos y el nombre de pila del señor fideo lo lleva a una palabra fálica, motivo por el cual no puede evitar una media sonrisa, básica y barrial, pero media sonrisa al fin.

– Dale, qué se yo, suena bien. Traémelo, voy a almorzar. Perdón, ¿cuál es tu nombre?

– Jésica

– ¿Con dos s?

– No, no, Jésica, como Jésica Cirio, con una.

– Bien, perfecto Jésica, entonces agregáme una pomelo sin gas.

– ¿Levité, Aquarius o Sierra de los Padres?

– La primera que te aparezca en la heladera y la más fresca, eso sí.

– ¿Va a comer postre?

– Es que todavía ni comí la comida, tengo el sabor del cortado en la boca, ni idea la verdad. ¿Necesitás que te lo diga ahora?

– No, no, claro, era para decirle que hay budín de pan casero, panqueques con dulce de leche, ensalada de frutas o, si quiere, otro café. Es parte del menú ejecutivo del día.

– Bien, lo resuelvo después, ¿te parece?

Jésica se fue y pese al barbijo se le escapó un color de sus emociones. Estaba algo ruborizada porque quizá comprobó que el exceso de amabilidad le borró la media sonrisa inicial del penne rigate a Juan, quien medio minuto después volvió a mirar por la ventana vidriada para encontrarse con sus dudas, con esas mismas dudas que iban y venían por su azotea cuando la moza primeriza le proponía el plato del miércoles. Juan volvió a perderse en la sombra de un perro callejero que olía el asfalto como si fuese un hueso de caracú y de repente saltó de la silla cuando le sonó el celular.

– ¿Qué hacés, Panza, querido?

– Hola, Juan, ¿todo tranca?

– Sí, ponéle, vos ¿en que andás?

– Todo mal, amigo, mi novia se coviteó y tengo que hacer la separata.

– ¿Serías tan amable de traducirme?

– Naa, que mi chica tiene Covid y me tengo que aislar por unos días.

– Ah, bueno, se agradece el subtitulado, ahora sí. Bueno, amigo, tranca style. Yo pongo música esta semana, olvidate, me cobraste caro el día que te pedí que me cubras, ahora te clavás una semana, mamadera, che.

– No, bolu, ni me lo digas, sabés cómo me raya no ir a la radio. Es más, calculo que las fans que me llaman siempre se van a sorprender con mi ausencia. Deciles que vuelvo en unos días así no se te cae el programita, papá.

– Ah, bueno, habló David Guetta, andá club de fans, recuperate que está todo bien, mandále un saludo a la coviteada y andá a hacer la separata, dale.

– Jajajaja, te quiero amigo, ¡beso a Maite!

El Panza cortó pero la trajo a su mente de nuevo. Por un ratito, entre la moza, la música de Charly García, con Serú Girán y Sui Géneris incluido, que ponían en el bar, el perro callejero, el menú del día y las canciones que ya estaba pensando poner a la noche, se le pasó que tenía un temita pendiente llamado Maite. Juan agarró un cuadernito que tenía en su mochila y empezó a anotar los temas de Charly que había escuchado este mediodía: Dos, cero, uno (Transas), Cinema verité, El rap de las hormigas, Canción para mi muerte, El fantasma de Canterville, Viernes 3 AM y No se va a llamar mi amor. Ese último título le hizo atragantar los penne rigate. Charly la había creado en los 80 en referencia a una canción censurada, pero la frase “estás prohibida, estás prohibida” le rebotaba en la cabeza como un adoquín.

– ¿Postre o café?

– Budín de pan, pero con mucho dulce de leche, Jésica, gracias.

La  invitación a comer un postre le hizo otro guiño a Juan. Si te invitan a la dulzura no tiene que haber lugar para prohibirlo. Juan miró otra vez por el vidrio, se acordó de Charly y de Maite, y se le escapó otra media sonrisa. Jésica le trajo la cuenta y le acompañó el gesto. De fondo, en la rocola de Ristretto, volvía a sonar No se va a llamar mi amor.

 

 

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